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Tsunamis humanos

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Las escenas de los sirios, eritreos y afganos rompiendo las bardas, empujando a los policías y corriendo desesperados para evitar ser capturados es una buena analogía de cómo es imposible detener la desesperación, el miedo y la búsqueda de un horizonte de vida mejor que genera un tsunami humano. Nosotros tenemos el ejemplo de los migrantes mexicanos que logran evadir el enorme despliegue de contención que Estados Unidos ha construido en la frontera común desde hace más de 20 años. Es irónico que habiendo gastado decenas de miles de millones de dólares, hombres, mujeres y niños lograron saltar las bardas, eludir las patrullas, los sensores, los radares y hasta los drones desplegados para disuadirlos o detenerlos. El pico del cruce de indocumentados hacia ese país fue en la segunda mitad de la década de los 90, cuando el Congreso y el Ejecutivo acordaron “blindar la frontera”. 

La migración internacional, en su inmensa mayoría, se debe a razones económicas o de reunificación familiar. Sin embargo, existe también un enorme flujo de personas que se ven obligadas a dejar sus países en virtud de la violencia que sufren de manera directa o indirecta, como el caso de la guerra o amenazas por parte de bandas delictivas que los extorsionan a riesgo de matarlos si no pagan la cuota que les exigen o se unen a sus filas.

La comunidad internacional ha generado múltiples instrumentos dedicados a regular las figuras del refugio y del asilo, la mayoría de los países los han ratificado e incorporado a sus marcos jurídicos. México ha sido promotor, parte interesada, proponente de varios de estos tratados y convenios. Ha sido congruente con su tradición de recibir a decenas de miles de personas que han encontrado en nuestro país una oportunidad para salvar su vida y protegerse de manera temporal o definitiva.

Es conocido el caso del exilio español, el cual huyó de la dictadura franquista y se incorporó a nuestra sociedad, aportando enormes beneficios para los negocios, la academia, la investigación y la cultura. Después, tuvimos oleadas de sudamericanos (chilenos, argentinos y uruguayos) que tuvieron que salir con urgencia de sus países ante la represión criminal de las dictaduras militares de sus países. Hay innumerables anécdotas de los actos heroicos de los embajadores mexicanos que facilitaron sus oficinas y casas para proteger a hombres, mujeres y niños que, de no haber recibido esa protección, podrían haber sido asesinados o desaparecidos. Al igual que el caso español, estos grupos enriquecieron la vida nacional. De igual manera, México recibió a miles de guatemaltecos que huían de la guerra civil que azotó ese país en los 80. El gobierno mexicano no sólo los recibió, sino construyó instalaciones para que pudieran asentarse de manera digna mientras las condiciones en su país volvían a la normalidad.

De esos casos, no sólo se ganó un prestigio internacional, sino que ese enorme número de personas quedó agradecido con México de forma permanente. Tanto los que decidieron quedarse a vivir aquí como sus descendientes —ahora mexicanos— y los que regresaron a sus países de origen tienen una gratitud que permanece hasta la fecha. México cuenta con una legislación de avanzada en materia de refugio y la llamada “protección complementaria” (protección que la Secretaría de Gobernación otorga al extranjero que no ha sido reconocido como refugiado, consistente en no devolverlo al territorio de otro país en donde su vida se vería amenazada o se encontraría en peligro de ser sometido a tortura u otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes). Además, desde 1980 existe la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, autoridad que goza de un prestigio amplio por su profesionalismo y seriedad.

El año pasado, Estados Unidos recibió de manera sorpresiva en la frontera con México a cerca de 60 mil menores de edad provenientes de Centroamérica; en mi colaboración Los niños asustados, del 6 de julio de 2014, me referí a este tema. Muchos de ellos pudieron reunirse con sus familias, otros recibieron la protección del gobierno y muchos más fueron deportados a sus países de origen. En Europa, hoy se debate qué hacer ante el tsunami humano. Por un lado, hay una corriente humanista que impulsa facilitar su llegada e integrarlos, y otra corriente se opone al señalar que no se trata en realidad de refugiados sino de migrantes económicos que afectarán su mercado laboral. El presidente Obama anunció que Estados Unidos recibirá a cerca de 100 mil sirios, etruscos y afganos. En México, llama la atención el bajo número de personas a las que se les ha concedido este beneficio: en 2013, se otorgó la condición de refugiados a 270 personas y protección complementaria a 28 más; en 2014 se benefició a 451 personas y 79; y en el primer semestre de 2015 a 289 y 37, respectivamente.

Honduras, Guatemala y El Salvador no sufren una guerra civil como Siria ni tienen terrorismo islámico como algunos países en Asia, pero están pandillas como la Mara Salvatrucha, cuya violencia despiadada empuja a la gente a escapar de ella. Tenemos claro que tanto el tsunami natural como el humano son imposibles de detener, la única diferencia que existe entre estas dos oleadas imparables es que en la segunda sí es posible mitigar el costo humano. Es un momento ideal para reflexionar cuántos centroamericanos tienen derecho a que el gobierno mexicano les abra la puerta como refugiados y no deportarlos sin conocer las razones que los obligaron a dejar sus casas.

Twitter: @GustavoMohar
 

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