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Fronteras distantes, retos comunes (I)

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Hace unos días, los medios nacionales reportaron un importante crecimiento en la detención de migrantes indocumentados provenientes de Centroamérica. Una numerosa coalición de miembros de la sociedad civil formó un frente que denominaron Codemire (Colectivo de Defensores de Migrantes y Refugiados) con el propósito de sumar sus capacidades para hacer más efectiva su gestión de defensa de esa población vulnerable, denunciar los abusos que sufren por parte de delincuentes o autoridades corruptas y, en general, denunciar lo que consideran una política equivocada de control y rechazo a estos flujos migratorios. Acusan también que el gobierno mexicano “sigue los lineamientos de Estados Unidos”.

En el suplemento del pasado domingo 29 de marzo del periódico El País, se publicaron diversos artículos sobre el debate que tiene lugar en la Unión Europea sobre la libertad de movimiento que hoy gozan los europeos a la luz de los recientes actos terroristas y la creciente llegada de migrantes indocumentados por el Mar Mediterráneo. Europa estableció desde hace muchos años una política de libertad de movimiento para los ciudadanos de ese continente que prácticamente eliminó los controles fronterizos en su territorio; así, un portugués puede tomar camino y llegar hasta Grecia o Suecia sin que ningún país que cruce le exija una visa o documento de internación. 

En 1985 se firmó el llamado Tratado de Schengen, en honor a la ciudad luxemburguesa en la que fue suscrito, y este año cumplió su vigésimo aniversario;  gracias a ello ciudadanos de 26 países gozan de libertad para transitar por todo el  territorio que conforma la Unión Europea, al cruzar la frontera de cualquier país de esa zona sólo deben presentar el documento de identidad que les dio su gobierno y viajar así desde Portugal hasta Suecia. No se les solicitan visas, no tienen que pasar por largas filas, rechazos o inspecciones aduaneras intrusivas.

En la frontera entre España y Francia, en la que colindan las bellas ciudades de  San Sebastián con San Juan de Luz, yacen abandonadas las instalaciones donde antes se aplicaba un riguroso control migratorio y de aduanas. Cruzarlas es una experiencia curiosa, una sensación de libertad y bienvenida recíproca.  Para hacer posible lo anterior, se estableció una intensa cooperación y coordinación entre las policías y autoridades judiciales de esa región para evitar que esa facilidad la aproveche la delincuencia organizada o el terrorismo internacional. Se ha desarrollado un poderoso sistema de información que procesa cada día miles de consultas, bases de datos que se actualizan de manera permanente y se capacita a las instituciones para su debido aprovechamiento. El llamado “espacio Schengen” es reconocido como modelo para impulsar la integración de sociedades más allá del intercambio comercial o financiero, sin embargo, hoy todo ello es motivo de cuestionamientos y no sería extraño que en el futuro próximo se dé marcha atrás. Corrientes políticas de varios países europeos azuzan a su electorado diciendo que los ataques terroristas sufridos en fechas recientes afirman que las fronteras abiertas facilitan la llegada de terroristas o de migrantes ilegales. Presionan para que cada país establezca los controles que sean necesarios y que la Unión Europea fortalezca su política de control, disuasión y castigo para los que pretendan llegar sin autorización o representen un riesgo.

Lo que para México es la frontera con Guatemala y Belice, el Mar Mediterráneo lo es para Europa. En este espacio me he referido a lo que sucede en esa parte del mundo. Los países del norte de África son de los más pobres del mundo, padecen conflictos sociales violentos, poblaciones jóvenes sin empleo que ven en el otro lado del mar la única esperanza de una mejor vida. A ello se ha sumado la presencia de organizaciones radicales fundamentalistas, basadas en el extremismo islámico, que quieren imponer su interpretación radical del islamismo, y atacan a toda persona que no esté de acuerdo con ellos. El atentado en París contra la publicación satírica Charlie Hebdo fue el inicio, me temo, de ataques planeados contra población inerme e inocente, se inauguró con ello una nueva etapa de terror. En el suplemento de El País que cité arriba, José Ignacio Torreblanca dice: “Nuestra vecindad, espacio esencial para nuestra seguridad y prosperidad, se está deshilachando ante nosotros, convirtiendo nuestras fronteras, especialmente el Mar Mediterráneo, en la válvula de escape de la desesperación de millones de refugiados que huyen tanto de los conflictos como  de la pobreza que los rodea. Se trata de un flujo que no va a cesar y que requiere algo más que un bienintencionado pero insuficiente dispositivo de salvamento marítimo… la política exterior europea tiene que funcionar como un tridente en el que a la diplomacia y la defensa se añada una política de cooperación y desarrollo con la vecindad dotada de suficientes recursos”. Ahora que se habla de la necesidad de impulsar la integración de América del Norte, llevar el TLC a otros niveles para incluir el mercado energético, de comunicaciones, de servicios y de mercados laborales, con las diferencias obvias del caso, el tema nos debe llevar a preguntarnos si la experiencia europea nos deja algunas lecciones: ¿Qué hizo posible el Tratado de Schengen?  ¿Qué haremos con nuestra frontera sur? Algunos de nuestros vecinos al sur tienen problemas muy similares al Sub-Sahara africano, ¿qué hacer frente a ello?

*Director de Grupo Atalaya

Twitter: @Gustavo Mohar

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