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La jaula de oro

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

                ¨La última de las libertades humanas:    la elección de la actitud personal frente al
                destino para decidir  su propio camino¨.
Viktor Frankl

 

El título de este artículo se refiere a la película del mismo nombre dirigida por Diego Quemada-Díez, quien dedicó ocho años para entender el aspecto humano del movimiento de migrantes centroamericanos por el territorio mexicano.  Según declaró, fue desde 2002 en Mazatlán cuando vio por primera vez el tren cargado de migrantes. Como me comentó mi hijo experto en el arte del cine, esta película le da carpetazo al tema de La Bestia y los migrantes, será difícil superarla.  En entregas previas he abordado la importancia del tema de los migrantes, de nuestros vecinos del sur, que tiene para nosotros los mexicanos. En esta ocasión quiero exponer lo que simboliza Juan, uno de los tres personajes de la película, junto con su compañera  Sara y  otro acompañante indígena, Chauk, quien no habla castellano y se relaciona con ellos a base de señas, risas  y bailes que le son suficientes para dejar patente sus muestras de enorme solidaridad y valor.  Juan personifica la determinación que motiva a una persona a dejar atrás su historia y su presente, en la búsqueda de una idea incierta, mistificada, para la cual está dispuesto a enfrentar cualquier tipo de riesgo, peligro, miedo o pérdida.  En la extensa bibliografía migratoria, hay poco que analice, el aspecto más íntimo de un migrante; su forma de interpretar lo que vive, su construcción mental y sicológica que lo lleva a cambiar su vida,  a abandonar su entorno que si bien es precario, le da pertenencia, raíz e identidad. ¿Qué pensarán los hombres o mujeres jóvenes, que lo único que conocen es el pueblo o la colonia marginada de Guatemala, Honduras o El Salvador al cruzar el territorio mexicano, subidos en el techo de un tren, rodeados de desconocidos, soportando lluvias, heladas o calores en el desierto? ¿Cómo pueden dormir cuando en cualquier momento tienen que correr de las autoridades que los persiguen para detenerlos y acabar así con  la esperanza de su viaje? ¿Cómo aceptar la pérdida brutal de Sara, su compañera secuestrada por una banda de criminales sin remedio? ¿O ver morir a su amigo Chauk de un balazo disparado por un vigilante, en  realidad un racista encubierto, como los que surgieron en Arizona hace algunos años?  Finalmente, ¿qué pensará cuando después de esa odisea cruza la frontera y trabaja en el turno nocturno de una fábrica empacadora de carne limpiando los desechos para recibir, si bien le va, el salario mínimo que le alcanza apenas para subsistir?  Insisto, no es  la película y sus personajes el objeto de este artículo, lo que quiero destacar, lo que me importa, es describir esa realidad para valorar la inventiva del ser humano que emigra, la inalterable voluntad para alcanzar una meta imaginaria, la fuerza por sobrevivir y no rendirse  a pesar de su desarraigo, su vulnerabilidad, sufrir la pérdida violenta e irracional de sus seres queridos. Las guerras, los genocidios, los campos de concentración, la xenofobia y racismo que ha sufrido la humanidad a lo largo de su historia siempre viene aparejada de estos ejemplos de sobrevivencia no obstante, las extremas condiciones de penurias a las que millones de seres humanos se han visto expuestos. Lo que cabe destacar en este caso es que no se trata de un conflicto bélico político, ideológico o religioso, se trata del simple deseo de superación personal, de búsqueda de una posible mejor vida, sin agredir  a nadie ni trasgredir nada, salvo el robo de una gallina para paliar el hambre. La admirable y a la vez intrigante decisión de este personaje se reproduce todos los días en muchas otras regiones del mundo, es sin duda uno de los temas globales del siglo XXI.  El dilema que enfrenta nuestro país no es fácil: tener como vecinos al sur una de las zonas más pobres y violentas del mundo que no puede retener a su población, y al norte la mayor potencia económica que atrae a migrantes de todas las latitudes. Sin duda este es uno de los aspectos más complejos de política migratoria que abordaré en una próxima entrega, pero basta preguntarnos: ¿qué hacer con el transitar de centroamericanos —ahora cada vez más jóvenes viajando solos— que buscan cruzar la frontera norte? ¿Darles visa, con el riesgo que se queden varados en las ciudades fronterizas mexicanas como ya se observa en Tijuana a merced de traficantes o bandas delincuenciales?  ¿Engrosar el mercado de trabajo nacional con los índices de desempleo e informalidad que tanto le cuestan al país?  Los países de donde salen los Juanes, si se me permite utilizar esta alegoría, pierden a sus mejores hombres y mujeres. Ellos cargan en su mochila unas pocas prendas de vestir y esconden en su ropa unos cuantos dólares o como Sara su feminidad para intentar pasar desapercibida y no ser víctima de la violencia machista. También llevan la determinación,  habilidades, inteligencia y  valor para sobrevivir estos terribles periplos,  talentos que podrían haber sido utilizados para trabajar en el desarrollo de sus pueblos, luchar por sus derechos, exigir a sus autoridades buen gobierno, organizar sus comunidades y materializar allá las aspiraciones que los motivan y sostienen para alcanzar una lejana quimera.

                *Director de Grupo Atalaya

                gustavomohar@gmail.com

                Twitter: @GustavoMohar

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