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La ruta del caudillo

Gabriel Reyes Orona

Gabriel Reyes Orona

México sin maquillaje

Son muchos los que votaron por quien gobernó el Distrito Federal, pensando que así gobernaría al país. A dos años de distancia, es claro que ese personaje ya no existe. Cada una de las críticas que hiciera el actual Presidente a lo largo de dos sexenios, palidece ante los excesos y abusos que le hemos visto ejecutar.

Los cuestionamientos hechos al aeropuerto de Texcoco se pueden redirigir al espectro que llaman refinería de Dos Bocas. El despliegue de nombramientos impresentables; la defensa a ultranza de la ineptitud; el disimulo ante el tráfico de puestos, cargos y comisiones, así como la pléyade de funcionarios que mercan decisiones a cambio de cotos de poder, son historias del diario. Así, la corrupción se transformó para seguir siendo lo mismo. La única diferencia es que ahora es invisible para el morador de Palacio Nacional.

Los mexicanos jamás pensaron que con la llegada del tabasqueño sólo cambiaría la moneda en que se pagan y premian los actos de deshonestidad, ahora, todo se paga con posiciones que permiten “contratar” a las huestes electorales. El dinero llega vía nómina y no en negras bolsas. Los puestos se entregan sin recato alguno a personas incompetentes para desempeñarles, pero el botín de campaña ha hecho de las posiciones la riqueza de quienes las distribuyen. Estos nuevos capos reciben dinero, prebendas y facilidades para armar, estructurar y ampliar redes de complicidades que permitan retener el poder.

El poder absoluto y omnímodo se impuso haciendo lo que públicamente se descalificaba. Mediante estruendosas detenciones llevadas al cabo al margen del debido proceso, pero amparadas en aberrantes modificaciones constitucionales, se erigió la figura de un caudillo dueño de haciendas, libertad y propiedades.

La verdad y la justicia poco importan, la reclusión hace de esos derechos fundamentales un mero espejismo, ya que los fusilamientos financieros, armados por la Santa Unidad de Inquisición Financiera, hacen irrelevante toda defensa, excepción o argumento. Sólo los especialistas pudieron advertir que las deformas constitucionales hacen nugatorio el efectivo acceso a la defensa judicial y que un sexenio no bastará para alcanzar una sentencia justa. Asesorado por quien vendería su alma a cambio de una silla, supo que las adiciones a la Constitución son aberrantemente pétreas, y que ellas no pueden ser combatidas en territorio nacional.

Su camino empezó por imponer un entorno de inseguridad jurídica en el que, quien alegue tener derecho, lo tendrá que ejercer en prisión. Así, siguió a pasar la charola, exigiendo cantidades impagables ante sometidos tribunales que, con intrincados procesos, acabarían con cualquier empresa. Los más grandes tuvieron que pedir misericordia, recibiendo la dudosa distinción de recibir descuentos sobre cobros desproporcionados y abusivos.

Puesto el pie sobre el cuello de quienes viven en la economía formal, ha mantenido el apoyo de quienes, desde la opacidad y oscuridad de las actividades irregulares, lo siguen apoyando ciegamente. Se preguntará el lector si quienes lucran del hoyo negro de la criminalidad son muchos, pues habrá que advertirle que son decenas de millones.

La concentración de poder se ha blindado con normas medievales ante las que la Corte guarda silencio. La acumulación de potestades incontestables e inobservables va en aumento y se han desfondado las arcas públicas abonándose en una chequera no auditable. La ruta es clara, acabar con autonomías, voces independientes y retener el poder a como dé lugar.

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