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Dictadura imperfecta

Gabriel Reyes Orona

Gabriel Reyes Orona

México sin maquillaje

Hace algunos días el caudillo mencionó, accidentalmente, una dictadura imperfecta, y, si bien, trató de corregir, lo real es que —desde su interior— brotaron ideas que ha sabido callar, pero que se manifiestan en su forma de actuar, develando toda una forma de pensar.

Al incorruptible le acomoda la democracia, cuando coincide con la decisión que él haya tomado. Sabe poner a su alcance los medios para asegurar el resultado deseado, ya sea haciéndolo en asamblea a mano alzada, o bien, acudiendo a poderosos agentes que puedan manipular el proceso de manera favorable a sus intereses.

Le gusta pensar que la mayoría le colocó en la silla, pero no ha reparado en que sus 30 millones no llegan a la cuarta parte de la población. En el reciente proceso electoral los levantones; las despensas con el sello del cártel local, así como innumerables asesinatos, tuvieron la virtud de asegurarle una mayoría simple en la Cámara de Diputados, desde luego, sumando las cuotas del PT y del Verde que, si bien son expresiones notoriamente marginales e impresentables, sirven al propósito de imponer su voluntad.

Presume que no usa red oficial para dar órdenes a la Fiscalía, pero nada de públicos tienen los desayunos que convoca a modo de acuerdo, ni se revela con transparencia la actuación de múltiples mensajeros que hacen de cadena de transmisión, tanto con la SCJN, como con Banxico.

Así es, estamos peor, ya ni siquiera acuerdan con el tlatoani, sino que éste manda dictada su voluntad con emisario.

Por supuesto, el servilismo ilimitado, disfrazado de respeto a la investidura, campea todas las mañanas, sin que los funcionarios osen objetar nada. Aun, desacatando el marco legal, hacen lo que se les dice, y cuando se les dice.

Son pocos ya los vicios criticados a los de antes, en los que el caudillo no haya incurrido. Suele destacar como gran diferencia que se trata de él, y a él, todo se le perdona; justifica, o entiende, porque él ha asumido el poder de definir lo que es bueno, justo o adecuado, caso por caso. Es imposible que viole regla alguna, cuando es él mismo quién las dicta, cambia o altera, según convenga. Por eso no tiene caso que conozca los nombres y competencias de las dependencias y organismos federales ni el apelativo de quienes las conducen, ya que él decide en qué participan y en qué no, así como quién ejecutara sus instrucciones, haciendo caso omiso de la descripción legal de atribuciones.

Nuestros vecinos del norte lo saben. Hasta ahora, prefieren mantener la simulada paz que brinda el crimen autorizado, a tener frontera con un país inestable. Parecido a lo que pasa con los grandes acaudalados del país, a quienes les vendieron la idea de que un movimiento social en las calles afectaría el valor de sus activos, siendo el mal menor que un gobierno populista se implantara, ya que, aunque impredecible, mantendría el status quo, permitiendo que sus balances no resultaran afectados. El mismo razonamiento mantuvo en el poder a Batista, Papa Doc, Idi Amin y hasta Augusto Pinochet. Pero la falta de oficio —tarde o temprano— pasa factura. Los que lo pusieron cambiarán de opinión, cuando ya no rinda las cuentas que de él esperan.

Se agradece que literatos o periodistas del exterior den opinión acerca de un gobierno que no padecen, pero la verdad, sólo quienes el caudillo mantiene capturados con decisiones erráticas y erradas tienen una visión clara del problema. Aquellos no ven una dictadura imperfecta, porque al fin de cuentas, están de paso. Aquí tendrán ocasionales negocios, pero no su futuro.

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