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Polarización

Francisco Guerrero Aguirre

Francisco Guerrero Aguirre

Punto de equilibrio

El lenguaje de las campañas políticas se ha endurecido notablemente en los últimos 20 años. La palabra “adversario” se ha sustituido por la de “enemigo”. Las redes sociales han modificado radicalmente el tono y la intensidad de los intercambios, haciendo más áspera la interacción social.  

Este momento de crispación coincide con el decreciente apoyo a la democracia en toda la región. Según el último estudio de Latinobarómetro de 2018, este apoyo se sitúa apenas en el 48%, el porcentaje más bajo desde 2001. La satisfacción de los ciudadanos con la democracia también ha disminuido progresivamente, de un 44% en 2008 hasta un 24% en 2018.

Muchos piensan que la polarización entre rivales políticos es la culpable de la caída de la confianza. Como señala con razón Moisés Naím, en otras épocas los gobiernos democráticos buscaban construir acuerdos con sus oponentes, organizando coaliciones que les permitían tomar decisiones y, por supuesto, gobernar.  Ahora, los adversarios políticos mutan con celeridad en enemigos irreconciliables, haciendo imposibles los acuerdos.

Atizadas por una sensación generalizada de injusticia social, las redes sociales han contribuido a multiplicar la polarización. Por ejemplo, en Twitter, los códigos de comunicación parten de mensajes cortos, que privilegian el extremismo y el radicalismo para obtener el efecto político deseado.

En las redes no hay espacio ni tiempo ni paciencia para la ambivalencia, los matices o la posibilidad de que visiones encontradas hallen puntos en común. Es todo o nada. Buscar acuerdos o coincidencias es visto como cobardía. Se busca polarizar y punto.

La polarización ha llegado para quedarse y profundizarse, fortaleciendo el concepto de la antipolítica como una respuesta de repudio a corrupción de las élites tradicionales y la arrogancia permanente de los grupos económicos. 

El Banco Interamericano de Desarrollo apunta con razón que la polarización entre distintos grupos sociales no permite avanzar a los países de la región al ritmo de desarrollo deseado. Que si bien la competencia política explica la polarización de los votantes, esto se transforma en un círculo vicioso, nutrido por sentimientos de miedo, vulnerabilidad y pérdida de control. La polarización, entendida como una estrategia política de contraste permanente con los “rivales históricos” o los de “coyuntura”, tiende a la promoción de discursos de odio, transformando a los oponentes políticos en enemigos a quienes triturar y destruir, dejando por fuera del debate a los verdaderos problemas que enfrenta la gente.

La polarización se ha convertido en el best seller de los estrategas electorales. Sin embargo, ejercida desde el gobierno, se convierte automáticamente en un búmeran que previene los acuerdos y dificulta la gobernabilidad.  

Para el politólogo Roberto Rave, el mundo entero vive una polarización política rampante, de extremos y no de consensos; de gritos y ofensas y no de buenas formas; de dádivas e intereses particulares y no de argumentos que busquen el bien común; de protagonismos individuales, vanidades y banalidades y no de acuerdos fundamentales y trabajo en equipo; de promesas ilusorias y no de realidades.

Despolarizar una sociedad confrontada es difícil, pero no imposible. Implica forjar, bajo el amparo de la tolerancia y el diálogo, nuevos pactos democráticos de convivencia que garanticen espacio para todas las voces.

La polarización es un factor de deshumanización que nos lleva a un circo mediático, donde lo que importa es el efectismo de los agravios y la destrucción de los adversarios. Los moderados son expulsados del juego democrático, abriendo la cancha a los extremistas radicales.

 

 

 BALANCE

Mientras más se polarice la política, más difícil será generar consensos amplios en un contexto de desilusión democrática ante los pobres resultados de la gestión pública.  Sin diálogo, los problemas se multiplican, abriendo las puertas al populismo y la demagogia. Requerimos estadistas que vean más allá del pleito callejero y del calor de la contienda.

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