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Una ventana para un edificio

Fernando Islas

Fernando Islas

 

En los Juegos Olímpicos de San Luis 1904, el gimnasta George Eyser se colgó seis medallas, tres de ellas de oro, una cosecha extraordinaria para cualquier tiempo. Lo insólito fue que esos podios los alcanzó con una prótesis de madera en la pierna izquierda. Así, la historia nos muestra que Eyser fue el primer atleta con discapacidad en participar en unos Juegos. Sin saberlo, echó la semilla del Movimiento Paralímpico.

Los atletas paralímpicos refieren que su vida es una lucha constante por dejar atrás sucesos trágicos, cuando no traumáticos. Eyser nació en 1870, en Alemania, pero las proclamas nacionalistas de la época obligaron a su familia a emigrar a Estados Unidos, donde le amputaron una pierna por un accidente de tren. Pero en la adversidad, precisamente, radica la fortaleza de aquellos que van a competir cada cuatro años en representación de su país.

En ese sentido, nuestra realidad inmediata nos pone a prueba de manera permanente, pues presenciamos una pelea en el día con día de todos aquellos ciudadanos que poseen capacidades diferentes. La Organización Mundial de la Salud calcula que más de 1,000 millones de personas viven con algún tipo de discapacidad, lo que representa, aproximadamente, el 15% de la población del planeta.

México tiene avances en políticas de inclusión y equidad, pero falta mucho trabajo por hacer. Resulta imposible que alguien en silla de ruedas transite por las banquetas de la CDMX, por ejemplo, ya no digamos por los accesos al transporte público. Un buen gesto de los alcaldes y alcaldesas —y demás representantes populares que ya revisan y despachan diversos asuntos, sin importar del color que sean—, sería que pusieran en práctica proyectos más ambiciosos en materia de cohesión social.

Los Juegos Paralímpicos suelen fungir como una ventana de posibilidades en aspectos de cooperación respecto a la integración. Los de Tokio 2020, con todas las problemáticas que trajo la pandemia de covid-19, no son la excepción. Pero una vez que concluyen estos eventos nos olvidamos del asunto hasta abordarlo en la edición siguiente.

Se trata, a final de cuentas, de inclusión. Es legítimo pensar que a esa ventana le siga un edificio sólido, exento de discriminación. No es sencillo, pero tampoco imposible. En la antigua Grecia había un culto al cuerpo, situación que prevalece. Sin embargo, en un luminoso ensayo, el filósofo chileno Alfonso Gómez-Lobo apunta que los griegos de entonces no utilizaban “el término que corresponde a ‘diversión’, ‘recreación’ (apolausis). Ellos llamaban a las olimpiadas ‘agones’, ‘luchas’ o ‘competencias’, empleando un sustantivo de la misma raíz que aparece en nuestro verbo ‘agonizar’ o librar la última batalla de la vida”.

Eso reflejan los Paralímpicos. Cada competencia es como una batalla final, pero al mismo tiempo es el principio de algo mucho más grande que trasciende lo que ocurre en los escenarios deportivos. Si eso lo trasladamos al espectro social, hay una batalla diaria que librar en la que todos somos responsables y protagonistas. Al momento de escribir estas líneas, México lleva 21 medallas, siete de ellas de oro, en los Paralímpicos de Tokio 2020. Vendrán fotos y ceremonias oficiales. Después de éstas que vengan mejores políticas, en todos los rubros, de inclusión social.

 

  •  CAJA NEGRA

Asistimos a un espectáculo patético: la descomposición paulatina del PAN. Los dos expresidentes de México surgidos de ese partido se han encargado de echar gasolina al fuego, y un muchacho que poca idea tiene de lo que sea, y que huyó a Estados Unidos, se dice imprescindible de la vida política. Sin embargo, mucho peor resultó el entuerto de miembros de Acción Nacional con el posfranquismo. Con esos militantes, el PAN no necesita enemigos.

 

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