La culpa es del árbitro

Fernando Islas
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Quizás el principal problema del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) es que no supo repartirse el triunfo de 2018, en buena medida porque ese histórico episodio se debe a la figura del hombre que despacha en Palacio Nacional. La semana pasada, Andrés Manuel López Obrador no pudo evitar pronunciarse respecto al conflicto interno de la dirigencia del partido que fundó en su larga lucha para llegar a la Presidencia de la República.

“Al carajo con el oportunismo, con la antigua forma de hacer política”, dijo López Obrador. “Dejo a un lado la investidura: llevan los dirigentes de Morena, de mi partido, no sé cuánto tiempo sin resolver la dirigencia, como más de un año, enfrascados”, señaló el Presidente, quien, asimismo apuntó que nadie es indispensable, pues la confianza prevalece en esa organización: “Ese partido está hasta arriba. O sea, es mucho pueblo para tan poco dirigente”.

No le falta razón a López Obrador: Morena está muy lejos de ser el orden dentro del caos que supone gobernar no obstante 30 millones de votos, capital que ni en sus mejores sueños obtienen sus enemigos.

Si hacemos un sumario de nuestra vida democrática advertiremos que existe un conflicto intestino del poder con el partido político que lo encumbra. Si Morena vive días de pleitos internos, el PAN no puede presumir de contar con buena salud y el PRI, para únicamente mencionar a esas dos instituciones con trayectoria, hace tiempo perdió la brújula.

Precisamente, el antiguo PRI dominó el panorama durante más de siete décadas. Imperó como un sistema de partido único, la “dictadura perfecta”, en la definición de Mario Vargas Llosa. En fin, una institución partidista a la que casi todo mundo odiaba, pero se le hincaba. Llegó la alternancia con Vicente Fox (2000-2006), pero su gobierno gerencial resultó un mal chiste. Durante ese sexenio se tomó muy en serio la broma ante el desempeño de la debutante administración pública panista: “Que regresen los corruptos y que se vayan los pendejos”. La gestión de Felipe Calderón (2006-2012) será recordada, exclusivamente, por su cuestionada guerra contra el narco.

Pero los panistas descubrieron en su turno la mina de oro y notoriamente hicieron lo que prometieron combatir: acapararon recursos para beneficios personales, esto es, salieron igual de rateros, o al menos sacaron provecho de sus posiciones. Entonces llegaron los nuevos priistas, que en realidad dinamitaron su estructura partidista durante el mandato de Enrique Peña Nieto (2012-2018), junto a Luis Videgaray y Emilio Lozoya metidos en un triángulo de corrupción del que aún se esperan novedades.

Y en todo ese tiempo, López Obrador fungió como el único rostro de la oposición, con su permanente discurso de dos elecciones presidenciales “fraudulentas”, hasta que vio la suya hace dos años ya viejo, demagogo, terco… y ahora abiertamente enfrentado con el movimiento que él inició y que terminó en partido político.

Sucede que un “movimiento” es “una coincidencia de opiniones que suele expresarse en la práctica, eventualmente, mediante actos más o menos coordinados de quienes tienen idénticos intereses políticos o que piensan del mismo modo, pero que carecen de una base orgánica y permanente”, según la definición de, ¡ay!, Vicente Fuentes Díaz, un converso periodista de la vieja guardia en político al servicio del PRI, originalmente reclutado por el Partido Popular Socialista.

Por otra parte, un “partido”, diferencia Fuentes Díaz, es “un ejército de ciudadanos, sometidos a principios de organización, de táctica y de una concepción colectiva frente a los problemas de una Nación, y que actúa bajo un mando común” (Los partidos políticos en México, Editorial Altiplano, 1954).

En el contexto de las organizaciones políticas, digamos que López Obrador nunca ha sido amigo del INE. Si el presidente un día sí y al siguiente también cita las nefastas prácticas “de antes”, increíblemente en ese discurso de golpeteo incluye a ese organismo autónomo. ¿No será que por la mente de López Obrador ronde la idea, aunque sea solamente eso, una idea, de darle la puntilla al sistema de partidos?

Por lo pronto, si todo sale bien, Morena tendrá nueva dirigencia. Y si todo sale mal, también, porque vendrá la “operación cicatriz” y, como en un partido de futbol, le echarán la culpa al árbitro, no a los jugadores. Por si el INE no tuviera suficiente trabajo entre encuestas y, sobre todo, en el diseño de las elecciones del año que entra.

 

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