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Echeverría, vivo

Fernando Islas

Fernando Islas

 

Acaso la generación de quien esto escribe padezca el mismo síntoma: desde que tenemos uso de razón, el nombre de Luis Echeverría ronda en nuestras cabezas, específicamente por eso que suele llamarse “conciencia política”. Nuestros padres, nuestros maestros y amigos mayores involucrados en el movimiento estudiantil del 68 y el Jueves de Corpus de 1971 son los que se han encargado de perfilar, mediante la narración oral, a este personaje siniestro.

Por desgracia, México no se entendería sin Luis Echeverría. En ese sentido, la bibliografía sobre su figura, como parte central o lateral, resulta diversa, abundante, contradictoria. Siempre asquerosa. Como anota Ariel Rodríguez Kuri, “me consta, hasta donde puede constar a un historiador, que Echeverría es un matón. Me sorprende, no obstante, la rotulación estúpida de su gobierno por parte de algunos colegas. La fábula histórica, la prepotencia didáctica de la disciplina, opera contra sí misma”.

La siguiente es una breve e incompletísima muestra de lo hallado, y en su momento subrayado, sobre Echeverría en la biblioteca de quien esto escribe. Estampas sobre el hombre centenario. La lectura como método de profilaxis.

Mario Guerra Leal, político: “Dejé de leer periódicos y de ver televisión. La cara de felicidad de Echeverría me enfermaba. Recordé que cuando alguien me decía que el doctor [Emilio Martínez Manautou] no iba a ser el candidato, yo respondía que era posible, pero que en todo caso Echeverría menos. Me preguntaban por qué y yo les contestaba que porque era muy bruto. Tiempo después tuve muchas satisfacciones cuando toda esa gente me decía que había yo tenido la razón” (en La grilla. Los sótanos de la política mexicana, 1979).

Irma Serrano, La Tigresa, vedette y amante de Gustavo Díaz Ordaz: “Traes las agujetas de los zapatos desabrochadas, le dije a mi amorcito cuando me despedía de él. Ni tardo ni perezoso, el gusano Parlanchín [Echeverría] se agachó a amarrárselas” (en A calzón amarrado, 1978).

Jorge G. Castañeda, canciller, por dos años, en el sexenio de Vicente Fox: “Carlos Fuentes no sólo fue amigo del presidente Echeverría y su embajador en Francia durante varios años, sino que también articuló la justificación más elocuente del apoyo intelectual a su administración” (en La utopía desarmada. Intrigas, dilemas y promesas de la izquierda en América Latina, 1993).

Soledad Loaeza, académica: “Luis Echeverría quiso suplir las insuficiencias de la presidencia autoritaria con más presidencialismo y menos instituciones. El efecto de esta estrategia sobre el desarrollo político del país fue profundamente regresivo” (en Gobernantes mexicanos, Will Fowler, coordinador, 2008).

Fritz Glockner, escritor e historiador, relata el viernes 14 de marzo de 1975, cuando el Presidente recibió una pedrada en la cabeza durante su visita a Ciudad Universitaria. Momentos antes, “los silbidos y las piedras que han comenzado a pegar en las paredes, láminas y cristales del recinto hacen casi inaudibles las palabras del presidente. Todavía antes de declarar inaugurado el año académico, Echeverría espeta las señales de rechazo insistiendo: ‘La negativa al diálogo y la razón es una tesis fascista, así gritaban las juventudes fascistas’. El mensaje, en lugar de amortiguar la ira, la provoca con mayor ímpetu” (en Los años heridos. La historia de la guerrilla en México, 1968-1985, 2019).

Sobre el golpe a Excélsior: “Cosío Villegas pensaba que el punto positivo de la gestión de Echeverría, por el que serían perdonadas muchas cosas, era su respeto por la libertad de prensa. ¿Por qué, a última hora, con un solo gesto, anuló lo que había hecho? La soberbia es el vicio de los poderosos” (en Encuentro: Octavio Paz y Julio Scherer, 2014).

Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, El Búho, Luis González de Alba, Marcelino Perelló, et al, muertos; Echeverría, vivo.

 

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