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Adiós al fair play

Fernando Islas

Fernando Islas

A simple vista, el rugby es un juego anárquico. Dos equipos van tras un ovoide gordo que por igual se patea y se pasa con las manos y en el que un buen número de tipos se golpean violentamente, sin protección.

A diferencia del futbol americano, cuyos protagonistas portan cascos y hombreras y, algunos de ellos, guapos y atléticos, salen en portadas de revistas de moda, los rostros de los jugadores de rugby son de boxeadores callejeros, pinta en mano después de un partido.

Sin embargo, el rugby es un juego honorable. Una de sus tradiciones es el tercer tiempo. Al terminar cada encuentro, sin importar el resultado, ambos equipos se reúnen en una cantina a convivir un rato. Entre los niños rugbiers se comparten bocadillos y refrescos. En el ámbito del futbol, el exportero Félix Fernández decía que durante su carrera siempre extrañó el “tercer tiempo” de los torneos del llano, es decir, cuando se destapaban las caguamas.

En el plano comparativo, se le atribuye a Churchill la siguiente frase: “El rugby es un deporte de bestias jugado por caballeros. El futbol es al revés”.

Valgan los apuntes anteriores para señalar que el futbol tuvo una semana lamentable. El martes, en Brasil, un jugador fue detenido y acusado de intento de homicidio por pegarle por la espalda al árbitro, al que dejó inconsciente, en un partido del Sao Paulo Rio Grande, de segunda división, equipo que anunció la rescisión del contrato del agresor.

El lunes, en la CDMX, en Azcapotzalco, un árbitro fue atacado con arma de fuego durante un partido de futbol 7. De momento, hay tres detenidos por ese hecho, a los que se les imputan otros delitos.

Pero más grave que todas las anomalías que sucedan a nivel de cancha, aunque éstas no ocurran en el ámbito profesional, son las denuncias por acoso sexual hechas, a principio de semana, por futbolistas venezolanas y australianas. Durante nueve años, acusaron 24 seleccionadas de Venezuela, Kenneth Zseremeta, su entonces entrenador, ejerció conductas indebidas contra ellas. Asimismo, la Federación Australiana de Futbol anunció que ya investiga las acusaciones de acoso realizadas por antiguas integrantes de su combinado nacional.

En ese contexto del balompié femenil, Janelly Farías, defensa del América, se sumó a la causa de sus compañeras de aquí y de allá: “Lo que está pasando en distintas ligas, selecciones y clubes alrededor del mundo es una prueba irrefutable de que el futbol femenil sigue siendo gestionado bajo un ambiente machista y controlador. Mi apoyo total para todas las mujeres que han decidido alzar la voz en contra del abuso emocional, físico, verbal y sexual. Necesitamos eliminar esta cultura que promueve el silencio y la intimidación”.

En alguna ocasión, Jorge Valdano, campeón con Argentina en el Mundial de México 86, me comentó que acaso el único defecto del futbol es que no sea un deporte mixto. Su compañero, Diego Armando Maradona, lo expresó, famosamente, desde el sentimiento: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. Sin embargo, diversos directivos alrededor del mundo se empeñan en ensuciar el juego. Va el penúltimo caso: La Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) impuso multas por 177.6 millones de pesos a miembros de la Liga MX y la Federación Mexicana de Futbol por, entre otras faltas, imponer límite salarial en la creación de la Liga MX Femenil, en nota del colega Omar Flores Aldana para ESPN. En síntesis, los directivos mexicanos carecen de moral, pero no de influencia.

Regresemos al principio. Seguramente el rugby organizado tiene sus problemáticas, pero conserva el tercer tiempo. Mantiene el espíritu del fair play. En el futbol, la gente de pantalón largo vende como virtudes prácticas nocivas.

 

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