La oportunidad perdida

Fernando Belaunzarán
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Tenía la mesa puesta y la pateó. Llegó con fuerza, legitimidad, margen de maniobra y, sin embargo, prefirió seguir el manual populista de concentrar el poder, sometiendo a los otros poderes, y polarizar desde la presidencia para anular a la oposición. Pudo ser distinto, pero se impuso la megalomanía que decretó por anticipado el lugar prominente que la historia le depara antes siquiera de tomar posesión y el deseo de tomar revancha de sus adversarios mediante los instrumentos del poder.

En el ego y el hígado se encubó la hybris de un sexenio no sólo perdido, sino también pernicioso, cuyo desenlace hoy es incierto. ¿Por qué dividir a la sociedad cuando se inicia la gestión con el 80% de aprobación? En lugar de darle la vuelta a la página de la confrontación y usar la autoridad política ganada en las urnas para fortalecer la gobernabilidad democrática, quiso convertir su contundente victoria electoral en una revolución pacífica a la que le estorban las leyes y se instrumenta mediante facultades metaconstitucionales. Desde ese momento todo se reduce a someterse o ser combatido desde el centro del poder político.

Se enamoró de la imagen que su propia narrativa le refleja, cual Narciso empoderado. Por eso no acepta que la prensa libre revele visiones distintas a la difundida por su ingente propaganda. Poner en duda sus palabras es poner en duda los alcances históricos de su transformación y eso le resulta inadmisible, en virtud de que su movimiento se nutre de la fe que cree que la lucha es entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, entre la transformación y la corrupción. Si eso se cae, entonces pierde sentido la cruzada encabezada por el hombre providencial que reclama todo el poder para sí como condición para conducir a sus adeptos al paraíso prometido.

Por salvar la épica se escinde al país. Se pudo optar por construir un futuro común desde el impulso de un liderazgo popular y democrático, pero prefirió el enaltecimiento personal en un refrito de la historia de bronce que nos encadena a etiquetas resignificadas en las que resistir a la concentración del poder en su persona es conservador y vuelve a cualquiera heredero de Calleja, Santa Anna, Porfirio Díaz y Victoriano Huerta, mientras que apoyarlo es seguir los pasos de Hidalgo, Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas. Parece una ridícula broma hasta que se constata que lo reitera en Palacio Nacional casi todas las mañanas.

Estaban todas las condiciones para proyectar a México hacia el futuro y renovar el sistema político por la ruta de profundizar y cribar los cambios que trajo la transición. En su lugar se apostó por el estatismo energético del siglo pasado, basado en energías fósiles, se canceló un aeropuerto que aprovechaba y potenciaba las ventajas geográficas del país para que quedara claro que quien manda es tan poderoso como para imponer un disparate y se está operando una restauración autoritaria de la mano de un insólito protagonismo de las Fuerzas Armadas.

El conocimiento y la evidencia fueron desplazadas de las políticas públicas por el voluntarismo. Sólo que covid no se sometió a los designios que minimizaron su peligrosidad porque eso era darles gusto a los adversarios, ni la compra de medicamentos resultó tan sencilla como para improvisarla desde cero ni se puede garantizar energía eléctrica suficiente apuntalando al monopolio estatal con combustóleo y carbón ni tampoco reducir la violencia militarizando al país. El discurso presidencial puede encandilar a muchos, pero no suplir a la ciencia, la experiencia o el sentido común sin hacerse cargo de los malos resultados.

Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia en condiciones inmejorables. Hace tres años despertó la esperanza de millones que pudo utilizar para reconciliar y supurar la herida abierta en 2006. Prefirió escalar el encono, incluso frente a las crisis sanitaria y económica que tantos estragos han causado. La prioridad ha sido asegurar la continuidad en el poder, pero no con buen gobierno, sino con el uso faccioso del erario y las instituciones. La oportunidad se desperdició y el legado no será una transformación. Lo que hoy se ve por todos lados es pura destrucción.

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