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El estilo

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

La forma es fondo y su reiteración no deja lugar a dudas. La ideología se desparrama, no sólo en discursos y conferencias de prensa presidenciales, sino, incluso, en documentos oficiales del gobierno federal, algunos de ellos con efectos legales.

El lenguaje sobrecargado de la lucha política permea la comunicación institucional. Eso ha sucedido en otros países, pero únicamente cuando no hay democracia o ésta se encuentra en retirada.

No sólo se confirma la centralidad de la propaganda en esta administración, vemos que, además, se hace omnipresente, como si se quisiera establecer el surgimiento de una nueva era por decreto y reiteración en cada conferencia, discurso, escrito, acuerdo, proyecto, boletín y memorándum. Pareciera que el Estado es propiedad del nuevo grupo en el poder y todo el aparato estatal tuviera la encomienda de replicar su visión parcial del país, del mundo y de sus adversarios.

La contradicción entre el movimiento que se plantea llevar a cabo cambios de alcances revolucionarios, pero llegó al poder por la vía electoral, la quieren resolver con una retórica grandilocuente que distraiga del sometimiento de poderes, organismos e instituciones a la voluntad presidencial, así como de lo que desde ahora se vislumbran como las elecciones más inequitativas desde 1988 y las cuales tendrán verificativo el próximo año, descalificando cualquier señalamiento por, supuestamente, representar el indeseable pasado.

El cambio autoproclamado no se verifica en los hechos, pero sirve de coartada a la restauración autoritaria en curso. La constante revelación de actos de corrupción y conflictos de interés, mostrando que el actual gobierno reparte contratos de la misma manera a los mismos de antes, no modifica el discurso.

El Ejecutivo insiste en asegurar que no son iguales y la saliva presidencial crea una realidad alternativa que sirve de ariete para intimidar medios, periodistas y opositores.

Desde el primer momento se cruzó la línea entre el debate político y el ejercicio de gobierno. En conocido diferendo entre el presidente López Obrador y el entonces secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, se agregó al Plan Nacional de Desarrollo una presentación con estilo de manifiesto político. El índice de temas es una colección de consignas, tales como “No al gobierno rico con pueblo pobre”, “Por el bien de todos, primero los pobres”, “El respeto al derecho ajeno es la paz” y “Democracia significa el poder del pueblo”.

En ese documento, y otros más, no puede faltar el espantapájaros preferido, el neoliberalismo, aunque este gobierno continúe cumpliendo con no pocas de sus “recetas”.

Se anuncia un nuevo modelo económico que nadie, fuera de nuestras fronteras, toma en serio. Lo curioso es que, mientras el mundo voltea hacia medidas anticíclicas del keynesianismo, el Presidente las descalifica como “conservadoras” y en los hechos rebasa por la derecha a muchos países con gobiernos de ese signo, asegurando que así construye un “Estado de Bienestar”, sin reparar en el rechazo de tajo que tiene hacia las políticas de su creador intelectual.

La farsa es de alcances orwelleanos. Si algo define al Estado de Bienestar es el alto gasto público en educación, salud y seguridad social, todo lo que está sacrificando el régimen de la Cuarta Transformación para financiar las transferencias en efectivo a sus clientelas. Un sistema de apoyos pensado para la compra masiva de votos no es la mejor manera de combatir la pobreza ni la desigualdad.

Eso explica que “La nueva política económica en los tiempos del coronavirus”, presentada por el Presidente, resultara otro panfleto ideológico de autovindicación y estigma para los adversarios políticos. La anécdota es que no supo usar ni interpretar el coeficiente de Gini para medir la desigualdad; lo sintomático es que no sólo rechaza el Producto Interno Bruto que tanto blandió como candidato, sino que tampoco asume mediciones ya establecidas, como el Índice de Desarrollo Humano, porque sabe que igualmente saldría reprobado.

Lo grave es que subordinar todo a la estrategia electoral del régimen, sacrificando la planta productiva, lleva al desastre económico. A Andrés Manuel López Obrador  no parece preocuparle que el barco se transforme en lancha si él asegura el timón.

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