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El CIDE como síntoma

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

 

Crónica de una imposición exultante. No intentaron ocultar el golpe o siquiera simularlo, al contrario, se han esmerado por dejar constancia de su autoritarismo en la grosera intervención gubernamental al centro educativo. La comunidad cideíta ha sido ignorada, agraviada, amenazada y está en vías de ser purgada porque, para el hombre más poderoso del país, su orientación es neoliberal y fueron cómplices del saqueo que, asegura, se llevó a cabo durante los gobiernos anteriores. Acusación calumniosa, prejuiciosa y delirante, pero dice mucho que se pretenda proscribir ideas desde el poder.

Mauricio Merino demolió las mentiras, poniendo los libros sobre la mesa. Así de fácil es demostrar la pluralidad del CIDE, sus contribuciones al conocimiento de los problemas nacionales y sus aportes para resolverlos, y el papel crítico que sus investigadores han tenido en ésta y las pasadas administraciones. Pero en realidad ése no es el tema, las descalificaciones presidenciales son sólo el arma propagandística para justificar el abordaje a la institución. Lo que se quiere es su control político.

Así que no es mala información o intrigas en Palacio Nacional lo que explican los injustos ataques al CIDE, sino el deseo de subordinar la educación superior pública a las visiones y necesidades del gobierno federal, es decir, alinearla ideológicamente a su proyecto político. Si, como afirma el Ejecutivo, universidades y centros se volvieron neoliberales, ahora deben ser cuatroteístas.

Nunca le molestó a Andrés Manuel López Obrador la libertad de cátedra e investigación mientras estaba en la oposición, pero llegando al poder, las mira como coartada que utilizan sus adversarios para ganarse la vida con recursos públicos, difundiendo ideas distintas a las suyas. El populismo empoderado no distingue separación entre gobierno y Estado, echa mano de ambos indistintamente para prevalecer como facción. La neutralidad de las instituciones es una sutileza liberal que desprecian.

El designado por María Elena Álvarez-Buylla, directora de Conacyt, es de una institución distinta, salió reprobado de las auscultaciones y se confrontó con la comunidad desde el interinato por abusar de su poder. José Antonio Romero Tellaeche destituyó a Alejandro Madrazo, director de la sede en Aguascalientes, por pedir estabilidad laboral para sus colegas, y a la secretaria académica, Catherine Andrews, por cumplir con la legalidad de las comisiones dictaminadoras.

Romero anunció que depuraría al personal académico con criterios ideológicos porque los estudiantes son “esponjas” que absorben acríticamente lo que les enseñan sus maestros, a quienes tacha de egoístas. Se presenta en las instalaciones con escoltas armados, rehúye el diálogo y muestra a quienes hacen guardia en el paro la lista de académicos y estudiantes del CIDE para amedrentarlos. Y el colmo es que al Consejo Directivo no se le permitió cumplir con su facultad de aceptar o rechazar el nombramiento, por lo que está en duda la legalidad del mismo. ¿Quién puede extrañarse del repudio generalizado?

Tanta prepotencia denota no sólo la consabida pulsión de los regímenes autoritarios por someter a la academia, sacar de ahí a los disidentes e impulsar el pensamiento único; también el deseo de castigar y dejar constancia. Que la clase media ilustrada haya votado por López Obrador en 2018 es irrelevante para quien lo que exige es obediencia ciega y todavía no asimila que ese sector haya castigado a Morena en la elección intermedia, propinándole dolorosas derrotas en las ciudades más importantes. Parece un acto de revancha, lo mismo que la persecución de 31 científicos del Consejo Consultivo: “Ustedes tienen el saber, pero yo tengo el poder”.

El Presidente deja constancia de lo poco que le importa la opinión pública cuando su popularidad se sostiene a pesar de ella. No necesita ganar debates, basta echar a andar su aparato de propaganda por la autopista de la posverdad. Ya puso el dedo sobre la UNAM y todo indica que irá también por el resto de las universidades. Por lo mismo, defender al CIDE es hacer lo propio con la autonomía de todas ellas y con las libertades que necesita el conocimiento para florecer.

 

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