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Y volver, volver, volver…

Fernanda Llergo Bay

Fernanda Llergo Bay

Hace días traigo en la cabeza las palabras de esta canción Y volver, volver, volver, de Fernando Z. Maldonado. Llegan a mí las noticias recientes del aumento de vacunados, el anuncio de la segunda dosis para adultos mayores y profesores, el posible rebrote de casos por el periodo vacacional y… sigamos contando. Ante ello, como todos, me detengo a pensar: podría reaccionar con escepticismo, pesimismo y optimismo. Elijo optar por la esperanza y ver la luz al final del túnel. Prefiero una visión que mezcle la esperanza y el realismo. Creo en la salida, pero reconozco que tendremos soluciones perfectibles y errores evitables. Aunque por dentro cante yo también por el volver, estamos en otro sitio, y ese sitio es la realidad, con su encierro y su eminente aún no.

Los profesores y quienes estamos en el ámbito educativo, conectamos con nuestros alumnos mediante las pantallas y probamos con pequeños grupos que asisten a las aulas, alternadamente. Continuamos preparando mejores clases para mantener la atención de una generación cansada. Ante este hoy, tenemos en charola de plata la forja de la resiliencia, palabra que se ha puesto de moda, pero que ya se usaba en la ingeniería para expresar la capacidad del regreso de un material a su estado anterior o su estado natural, o que se utilizaba igualmente en ecología al mencionar la manera en que un ecosistema se regenera. A finales del siglo XX se empezó a emplear también en la psicología y en la educación, como suele suceder con ciertas palabras que van mutando y extendiéndose a otras disciplinas con el paso del tiempo.

La resiliencia es la capacidad de sobreponerse ante la adversidad. Antes, la adversidad incluía frentes como pobreza, desigualdad, violencia, racismo, por citar algunos, pero desde hace más de un año se ha sumado, de una manera sorpresiva, la pandemia. Es en este ambiente adverso cuando podemos desarrollar esta capacidad. Especialmente, los educadores tenemos la posibilidad (tanto oportunidad como deber) de enfocarnos en habilitar las destrezas para enfrentar situaciones adversas. Hemos de practicar la resiliencia, así como promoverla. Podemos enseñar que ante la adversidad caben dos caminos: o rendirnos y darnos por vencidos o adoptar una actitud de lucha para superar la situación problemática.

Existen múltiples investigaciones de interés al respecto, como The Resilience Project: Finding Happiness through Gratitude, Empathy and Mindfulness de Hugh van Seligman, psicólogo del Penn Cuylenburg, de finales de 2019; el PhD Michael Pluess, de la Queen Mary University of London, estudioso de la conformación cerebral señala que en el orden genético, la plasticidad de la mente, la capacita para enfrentar situaciones traumáticas; el PhD Martin Seligman, director del Penn Positive Psychology Center, aporta numerosas publicaciones en la psicología positiva que sustentan las bases para la resiliencia. Se muestra en estos estudios que aquellas personas que están expuestas a situaciones adversas, desarrollan destrezas para sobrellevar los problemas, y adoptan habilidades de personas resilientes.

Vale la pena insistir en la importancia de fortalecer en el currículo de estudio esta destreza de gran valor, proporcionar herramientas para afrontar este momento, porque la vida pospandemia —como lo era el mundo previo—, no está exento de adversidades, sino muy al contrario. Entre las herramientas que forjan este talante resiliente están las habilidades blandas, la educación de las emociones, y aún más cercanos y esenciales, los muchos aprendizajes que la familia puede brindar: buen humor, autoestima, creatividad, reflexión, confianza, fe, sanas relaciones interpersonales... De tal forma, que desde la niñez y la juventud se puede aprender a sobrellevar las situaciones adversas con visión positiva y serena.

Busquemos formar jóvenes que no se desmoronen, que no le tengan miedo al quebranto, que tengan la capacidad de rehacerse o reinventarse, una y otra y otra vez —y todas las que sean necesarias—, para lograr una adultez madura y feliz. Mostremos que el dolor y el sufrimiento son condimento de toda vida humana, y que está bien pasar momentos difíciles, pero incluyamos de alguna manera en nuestro temario, en nuestra impronta, en los casos que ofrecemos, matices y aristas que muestren que es posible cambiar de rumbo, superar adversidades y seguir adelante.

Dejo por aquí, algunas ideas para fortalecer el carácter, que parten de capacidades que tenemos en nuestro interior y a las que podemos recurrir, haciendo de ellas un hábito, un modo de vida: asumir el fracaso siempre como una oportunidad, no existen derrotas definitivas; ser flexibles antes los cambios, ver la dificultad como una oportunidad, incluso como un desafío; aprender de los demás; cuidar la salud; fomentar la condición física; dormir lo necesario; enfocar la mirada en las soluciones, no en los problemas; ser constantes ante lo emprendido, y darnos poca importancia, es decir, sabernos reír sanamente de nosotros mismos.

Si desarrollamos algunas de estas capacidades y las transmitimos en la familia y en el aula, nos acercaremos al final de esta etapa mejor preparados y podremos cantar, verdadera y conjuntamente: y volver, volver, volver… Quiero volver, volver, volver.

 

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