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Lecciones sociales desde un pasado novelado

Fernanda Llergo Bay

Fernanda Llergo Bay

Recientemente, me atrapó la novela del español Santiago Posteguillo, Maldita Roma: la conquista del poder de Julio César, ambientada en el siglo I a.C. Me sorprende, una vez más, cómo el ser humano de aquellos tiempos, con su amor por la familia, su deseo de poder, las guerras y la lucha contra sociedades convulsas, guarda una sorprendente similitud con el siglo XXI. ¿Será que no hemos aprendido del pasado?

Hoy me duelen los conflictos bélicos que estamos viviendo, me afligen los recientes atentados y las crisis mundiales que enfrentan diversos gobiernos. Me apena advertir que seguimos destruyendo el planeta. ¿Existe alguna posibilidad de que el bien común prevalezca sobre lo particular? Como seres sociales por naturaleza, ¿podemos construir una sociedad mejor?

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Entender la complejidad de la sociedad requiere considerar su historia, cultura, geografía, economía, leyes y política. Expertos de diversas disciplinas han analizado esta realidad desde múltiples perspectivas, ofreciendo visiones variadas sobre su origen y estructura, así como sobre posibles mejoras. Tomo como referencia a Rafael Alvira, filósofo contemporáneo, quien identifica tres componentes que integran a la sociedad: los trascendentales, las categorías y las instituciones sociales.

Los trascendentales incluyen la civilización, la historia, la educación y la cultura. Las categorías son los elementos que articulan la sociedad, como el hábitat, la política, el derecho, la economía, así como las categorías internas como la ética y la religión. Y dentro de las instituciones sociales se encuentran la familia, el Estado, la sociedad civil, el mercado y la empresa.

Aunque existen diversas formas de abordar los elementos de la sociedad, esta perspectiva parece no sólo abarcar la mayoría, sino a todos, los aspectos relevantes. Por lo tanto, si cuidamos cada uno de estos elementos, podríamos mejorar nuestra sociedad. Nadie construye solo; necesitamos colaborar, formando una cadena interconectada donde un elemento afecta al otro. Sin embargo, si esta colaboración no tiene como objetivo la mejora de la persona y el bien común, la sociedad se desmorona.

Este enfoque, similar a armar un rompecabezas, nos insta a colocar cada pieza en su lugar sin perder una visión integral. Por un lado, la prevalencia del bien común es central dada la interdependencia entre los individuos, la promoción de la justicia y la equidad social, la cohesión y estabilidad social, así como la búsqueda de soluciones sostenibles a largo plazo. Al priorizar el bienestar de toda la comunidad, se fomenta la solidaridad, se evitan conflictos y divisiones, y se asegura un entorno en el que todos los miembros puedan prosperar y alcanzar su máximo potencial, beneficiando tanto a las generaciones presentes como futuras.

No obstante, para construir una sociedad mejor, llegamos al punto crucial: la propia persona. Si cada individuo se preocupa más por los elementos cercanos a él, si cada persona integra en sí misma el deseo de buscar su propio crecimiento en aras del bien común, ¿no cambiaría gradualmente la sociedad?

No es una utopía ni una realidad inmediata, es un sueño a largo plazo, pero se basa en nuestra esencia misma. La naturaleza social del hombre demuestra que el desarrollo personal y el desarrollo social están intrínsecamente vinculados: la persona humana es el principio, el sujeto y el fin de las instituciones sociales, y por naturaleza necesita la vida social.

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¿Queremos un mundo mejor? ¿Deseamos dejar a las generaciones futuras una sociedad que pueda vivir con seguridad y bienestar? Una vía para lograrlo puede ser asumir la responsabilidad en común, inspirados por un humanismo integral y solidario.

 

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