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La nave del olvido

Félix Cortés Camarillo

Félix Cortés Camarillo

Cancionero

Ya lo sé, es la hora de la negación.

La mejor referencia que tengo es bíblica. San Pedro, antes de que cantara por tercera vez el gallo, inventó la cargada. O, siglos después, todos con el campeón; o que lo que hizo el de atrás no vale. Yo no me puedo subir a ese tren. Enrique Peña Nieto no despeñó al país. Aunque lo pudo sacar a flote.

Sería yo un mentecato si no reconociera que hoy pago menos por mi telefonía, celular y fija, que hace diez años. Que las llamadas de larga distancia no me cuestan adicionalmente; que la cobertura de las comunicaciones es mejor y más amplia, que la televisión, que es lo mío, está llegando a más lugares, con mejor calidad, pero, sobre todo, con más opciones.

Me avergonzaría no reconocer que hoy tenemos un cierto número, que no me sé, de maestros mejor capacitados porque entendieron que someterse a evaluaciones y promociones de mérito, capacidad y dedicación ayudaría a sus pupilos mejor que bloqueando calles y cerrando aulas.

Me daría mucha pena sostener el torpe proyecto energético del país sustentado en un petróleo que va de salida y que precisa indagar las ya indagadas alternativas de energía eólica, solar, del flujo marino o de lo que se nos ocurra en el futuro.

Yo quisiera ayudarle a Peña Nieto a salir bien en estas semanas que le quedan. Todos los logros que se hicieron en el sector de Comunicaciones y Transportes se fueron por el caño del socavón nunca investigado ni castigado en el Paso Exprés Cuernavaca. Por ahí mismo se fue el tren rápido, que me parece los chinos no han terminado de cobrar su recompensa. Y ahí quedó el sospechoso distribuir de las teles “gratuitas” para el apagón analógico.

Yo quisiera ayudarle; pero la Reforma Educativa no fue más que una herramienta para meter al bote a la maestra Elba Esther. Y que en la Reforma Energética y la transformación de la quebrada empresa Pemex dejara intacta a la dirigencia sindical.

Yo quisiera ayudarle, pero ¿cómo hacer cuando la próxima portada de la revista Hola será, muy probablemente, las fotografías de las patas de dos de las hijas del matrimonio presidencial tatuadas por una estrella de esta arte miserable?

Ahora, que no quede duda sobre el estribillo de que yo quisiera ayudar.

Nunca he visto en persona al señor Peña Nieto. En este zarpar de la nave de su olvido, me temo que está solo; en lo político, en lo personal, en lo familiar, en los medios.

PILÓN.- La semana pasada vi una nota en la televisión, referida a un grupo de jóvenes estudiantes del Instituto Politécnico Nacional —de cuyos inquietos y generalmente modestos jóvenes suelen emerger, con el apoyo de recursos diminutos, ideas sencillas y brillantes— que había diseñado, construido y echado a andar una máquina simple, manual, para producir tabiques usando como amalgama la fibra del bagazo de bambú, que en mis tiempos llamábamos carrizo. Los cínicos dirían que es una reproducción de la prensa que usaban nuestras madres para hacer tortillas, antes de dejar la manualidad para llegar al artesanado.

Pero eso es de su cada quién para su cada cual. La idea de estos muchachos es noble; ayudaría si alguien impulsa a que esas máquinas elementales puedan llegar a comunidades invadidas de carrizo y necesitadas de muros firmes.

Pero a mí se me ocurre otra cosa.

En las costas de la Riviera Maya que tanto gusta a la gente de dinero, hay un enorme problema con la invasión de los sargazos. Hasta donde llega mi información biológica, los sargazos son también fibra. ¿No sería posible mezclar esa fibra con cemento y arena y producir benéficos bloques?

Las grandes cementeras que operan en México podrían tomar la idea. Tal vez a nivel plantas locales. Después de todo, hay una oportunidad de servicio social y ecológico para compañías que se gastan una buena porción de su presupuesto patrocinando caros clubes de futbol.

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