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Polarización y populismo

Fabiola Guarneros Saavedra

Fabiola Guarneros Saavedra

Mensaje directo

 

 

El Presidente de la República aseguró que en México “no hay polarización, hay politización”. Explicó que no hay polarización, “porque la mayoría de la gente está de acuerdo con lo que se está haciendo; tenemos el respaldo de la gente. El principal problema de los adversarios es que desprecian al pueblo…”.

Con esa declaración es imposible no analizar la veracidad de esa afirmación: ¿El gobierno actual polariza? Y para responder esta cuestión, lo invito a analizar el discurso presidencial, el corifeo de los gobernadores y legisladores de Morena, las respuestas de la oposición, el proceso legislativo de las iniciativas del Ejecutivo y los debates de la sociedad, pero también quiero compartir las definiciones de polarización y populismo que Alberto Ruiz Méndez, doctor en Filosofía por la UNAM, plantea en el estudio La polarización en las democracias contemporáneas. Esbozo de un modelo analítico de comunicación política populista.

Ruiz Méndez plantea que la polarización política es producto del populismo institucionalizado y es inversamente proporcional a la democracia, pues ésta “supone la observancia de procedimientos que garantizan el cumplimiento de las decisiones de la mayoría”, mientras que el populismo institucionalizado —basado en un estilo de comunicación política populista—, “asume la posición de una verdad que no necesita dialogar, ni consensuar y, por lo tanto, pone en riesgo el libre debate de ideas para la renovación gradual de la sociedad”.

¿Le recuerda alguna situación o frase? Por ejemplo, ¿cuando se decide, desde Palacio Nacional, que es el único que conoce al pueblo o que las reformas educativa, energética, militar o electoral son respaldadas por la gente, o cuando se descalifican las opiniones o marchas de quienes piensan distinto?

El coordinador del proyecto de investigación ¿Debilitamiento o consolidación de las democracias en América Latina?, cita al filósofo italiano Norberto Bobbio para recordar que las democracias contemporáneas están construidas sobre dos pilares: “La idea de la soberanía popular, que es el poder que tienen las personas para decidir quiénes son sus gobernantes, y la de Estado de derecho, el conjunto de normas que definen los límites a los que está sujeto el ejercicio del poder”.

Pero esos elementos no garantizan por sí solos o por definición la consolidación y estabilidad de una democracia, es necesario fortalecerlos con valores practicados por los ciudadanos: la tolerancia entre las diversas ideas que caracterizan a una democracia plural, la no violencia en la resolución de los conflictos, la fraternidad al reconocer que tenemos un destino común y el libre debate de ideas.

“Desde mi punto de vista estamos siendo testigos de una dinámica de polarización política que está poniendo en riesgo el libre debate de ideas, al convertir ese debate en un juego de suma cero que amenaza la estabilidad democrática”, considera Alberto Ruiz Méndez.

El filósofo plantea que la polarización política deja de ser parte de la pluralidad democrática, cuando, por un lado, los actores políticos rechazan participar bajo las reglas del juego democrático y, por otro lado, cuando advertimos que la pluralidad se va alineando hacia dos tendencias que convierten a la política en una zona de conflicto y no de diálogo.

Concuerdo con el académico porque desde el Ejecutivo federal los problemas que hay en el país —inseguridad, crimen organizado, violencia, crisis económica y de salud— están entre una élite culpable del desastre neoliberal y un pueblo que ha padecido a esos “conservadores”.

Y lo vimos con los descalificativos y burlas a quienes se oponen a la reforma electoral promovida por el Presidente.

Ruiz Méndez explica que el populismo institucionalizado ocurre cuando el movimiento populista identifica a un líder que, vía las elecciones, accede al poder consolidando un personalismo presidencial en el que se va restando autonomía a los distintos poderes del Estado o en donde el Congreso se vuelve un instrumento del gobierno en turno, “porque el líder —Jair Bolsonaro, Andrés Manuel López Obrador, Donald Trump, por ejemplo—, es visto como una encarnación del pueblo que le otorga, vía las elecciones, un poder legítimo para tomar decisiones en su nombre.”

El líder populista —dice su análisis— entiende, interpreta y defiende ante cualquier otro grupo los “intereses” del “pueblo bueno y sabio”.

“La polarización política producto del populismo institucionalizado conduciría a la construcción de una política del nosotros, por encima de los otros”, considera el doctor en filosofía.

Y justo esto queda claro con la forma en que se presentó, se defendió y se está procesando la reforma electoral. Somos testigos del desaseo en el procedimiento, violación a reglamentos, negación al diálogo y búsqueda de consensos.

Y aún más, ese procedimiento turbio evidenció el cobro de piso de los “aliados” de los partidos Verde y del Trabajo, que exigieron su cuota para mantener sus registros por la vía de la tinta, porque no pueden en las urnas, violando así la Constitución.

 

 

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