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Siria: la indiferencia creciente hacia sus muertos y desplazados

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Ya son más de ocho años en que la población siria ha vivido azotada por una violencia infernal derivada de la guerra civil desatada originalmente con la intención de derrocar al régimen tiránico de Bashar al-Assad. La cifra de víctimas mortales es incalculable –varios cientos de miles, se afirma– mientras que los desplazados internos y externos se cuentan por millones. Tan sólo en Turquía hay 3.6 millones de refugiados sirios y 1.5 millones repartidos entre Jordania y Líbano, sin contar con las oleadas de ellos que han conseguido asilarse en algún país de la Unión Europea o en Estados Unidos y Canadá.

Aun cuando desde hace meses se habla de que Assad ya está en control casi total del país gracias a la colaboración que para ello ha tenido de Rusia e Irán, aún quedan reductos de resistencia en manos de fuerzas rebeldes. Sobre todo Idlib y Hama son las localidades donde prosigue la ordalía que tan sólo en los últimos tres meses ha provocado la huida de cerca de medio millón más de sirios, apanicados ante los bombardeos rusos y los ataques de las huestes de Assad y de las milicias iraníes, además de los provenientes de células todavía activas del Estado Islámico o ISIS, que intentan recuperar territorio perdido.

Ante este panorama, es notable la ya nula intervención internacional para tratar de detener las matanzas y los crímenes de guerra que a diario se registran ahí. De acuerdo con cifras de organizaciones de derechos humanos y no gubernamentales publicadas por el periódico The National, desde abril pasado se han registrado 39 ataques del régimen contra hospitales y clínicas, matando e hiriendo a pacientes, personal médico y rescatistas. También al menos 50 escuelas han sido destruidas o severamente dañadas, mientras que la ONU ha documentado, tan sólo en el mes de julio, ataques contra tres campamentos de desplazados, cinco panaderías, tres mercados, dos mezquitas, tres estaciones de distribución de agua, una ambulancia y ocho hospitales y clínicas. De acuerdo con un reporte de Médicos por los Derechos Humanos, desde marzo de 2011 son ya 890 miembros del personal médico los que han fallecido a consecuencia de los bombardeos. Tantos actos de brutalidad insólita, realizados con el mismo desparpajo con el que se utilizaron armas químicas en diversos operativos, dan el mensaje de que sus perpetradores actúan con la confianza de que todo esto quedará impune, sabedores de que el mundo ya ha dejado de poner atención a esa barbarie y al sufrimiento de los sirios, por tanto tiempo vigentes.

Si bien la condición de los pobladores de Idlib y de Hama es la más crítica en estos momentos, ello no significa que quienes lograron huir y asilarse en otros países gocen de una relativa tranquilidad y estabilización de sus vidas. Por ejemplo, cuando la odisea de los desplazados comenzó hace unos años, el presidente turco, Erdogan, declaró reiteradamente que su nación abría sus puertas generosamente a los refugiados sirios, y en efecto, así lo hizo. A esa hospitalidad contribuyó sin duda el monto de miles de millones de euros que la Unión Europea le remitió con el objetivo de que esas masas de sirios se quedaran en Turquía y no pretendieran llegar a costas europeas. Sin embargo, en tiempos recientes las cosas empezaron a cambiar para esos 3.6 millones de sirios.

Erdogan enfrenta una crisis económica grave y una disminución de su fuerza política en la medida en que su partido, el AKP, perdió recientemente en las elecciones municipales, las importantes ciudades de Ankara y Estambul. De ahí la búsqueda de chivos expiatorios a los que culpar de los problemas nacionales. En ese contexto, los sirios constituyen el grupo perfecto para ser señalado como el responsable del desempleo, las devaluaciones y en general los males sociales que se han extendido a lo largo y ancho del país.
Todo lo cual homologa a Erdogan con el presidente norteamericano Trump, con el italiano Salvini, el húngaro Orbán y tantos otros más, en el uso de una retórica antimigrantes, uno de cuyos efectos es, en este caso, una elevación notable de los actos de violencia y discriminación contra los sirios que se encuentran en Turquía y que ven crecer día con día la hostilidad de la población local contra ellos, azuzada desde la cúspide del poder político. Como en los años treinta del siglo pasado, el fantasma del odio y la discriminación racial,
étnica, nacional y religiosa recorre al mundo, cada vez más amenazadoramente.

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