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Líbano se enfila hacia la debacle

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

En las redes sociales libanesas se ha viralizado una escena que describe la magnitud de la crisis que vive el pueblo libanés. Se trata de un hombre, cliente de un banco, que apostó un buldócer frente a la entrada de esa institución bancaria, amenazando con demoler el edificio si no se le entregaban poco más de 10 mil dólares –cerca de seis millones de libras libanesas– que tenía en su cuenta. Y es que el pánico se ha apoderado de la gente debido a que el sector bancario ha entrado en una espiral peligrosísima. La pérdida de confianza del público, con la consecuente oleada de retiros de fondos, ha provocado una falta de liquidez para satisfacer las demandas de efectivo. Por tanto, el sistema bancario ha impuesto restricciones a las cantidades por entregar a los cuentahabientes, echando así más gasolina al fuego de las protestas populares que estallaron hace casi tres meses.

Marchas, gritos y actos de vandalismo contra edificios públicos, bancos y negocios en general se han vuelto comunes, lo mismo que la detención de decenas de manifestantes, quienes se quejan de un excesivo uso de la fuerza de parte de las autoridades. Su indignación está dirigida a la ineficiencia y corrupción de la clase gobernante, coludida con la oligarquía nacional y con el sistema bancario, a los cuales se responsabiliza en conjunto de la catástrofe económica en la que se halla el país: deuda cercana a los 90 mil millones de dólares, equivalente a un 150% del PIB, y devaluación de la libra libanesa que durante mucho tiempo  se cotizó a 1,507 libras por dólar y que hoy, en cambio, se maneja en el mercado negro a 2,500, aproximadamente. El empobrecimiento y deterioro de las condiciones de vida de las mayorías ha sido, así, inevitable.

La incertidumbre crece porque desde la renuncia de Saad Hariri al puesto de primer ministro a mediados de octubre, justamente como consecuencia de las multitudinarias protestas, no se ha formado un nuevo gobierno que pueda tomar las riendas de la vida nacional. La demanda popular al respecto es que sean tecnócratas quienes manejen de ahora en adelante al país, sacando de la jugada a las familias selectas que, de acuerdo con el esquema de reparto sectario del poder que se impuso desde el nacimiento del Líbano moderno, han ejercido un monopolio de los espacios de la función pública nacional.

El desastre financiero que tiene al país sumido en el caos contrasta sin duda con los tiempos en que Líbano era un destino bancario privilegiado para capitales tanto locales como foráneos, funcionando como “la Suiza del Medio Oriente”, donde se depositaban gigantescas cantidades de petrodólares provenientes del amplio mundo árabe.

Hoy nada queda de esa gloriosa etapa. Las escenas de gente rompiendo a golpe de mazo cajeros automáticos, colocando colchones fuera de las entradas de los bancos para ser los primeros en ingresar a exigir su dinero o negándose a retirarse de los mostradores bancarios hasta no recibir sus fondos revelan la magnitud de esta crisis que no distingue entre cristianos, sunitas, chiitas o drusos. Todos los grupos étnico-religiosos que conforman el abigarrado mosaico de este minúsculo país, de solamente poco más de 10 mil kilómetros cuadrados, se mueven entre la indignación y la desesperanza.

No hay que olvidar también que Líbano, necesitado como está de una serie de reformas radicales que reestructuren mucho de su vida política y económica, tiene que vérselas con la existencia de una fuerza político-militar más poderosa que la de su ejército oficial. Se trata de las milicias chiitas del Hezbolá que actúan en muchas áreas bajo las directrices de Irán y no del interés nacional general.

A ello hay que sumarle también el peso de casi un millón de refugiados sirios, quienes han llegado al país en los últimos años, aumentando en cerca de un 20 por ciento la demografía nacional.

En esas condiciones es claro que urge un reordenamiento radical en muchas áreas, aunque es evidente que sin un apoyo económico fuerte que llegue del exterior, recuperar la estabilidad parece una misión imposible.

Líbano aporta así su cuota de turbulencias y riesgos a la volátil región de Oriente Medio, región que, sobre todo en las últimas semanas, ha mostrado una explosividad realmente atemorizante.

 

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