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Líbano: la puntilla para un país agónico

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

El 18 de enero pasado publiqué, en este mismo espacio, un artículo titulado Líbano se enfila hacia la debacle. Ahí describí una escena emblemática de las enormes dificultades en las que se hallaba el país. Se trataba de la imagen de un cliente de un banco que apostó un buldócer frente a la entrada de esa institución bancaria, amenazando con demoler el edificio si no se le entregaban poco más de 10 mil dólares —cerca de seis millones de libras libanesas— que tenía en su cuenta. La pérdida de confianza y el pánico del público, con la consecuente oleada de retiros de fondos, había provocado una falta de liquidez para satisfacer la demanda de efectivo. El sistema bancario se vio obligado, así, a imponer restricciones a las cantidades por entregar a los cuentahabientes. Ello, en un momento en el que las protestas populares contra la ineficiencia y la corrupción del gobierno, estalladas tres meses antes, seguían incendiando las calles.

Gritos, actos vandálicos contra edificios públicos y negocios, eran el resultado de la indignación popular ante la ineficiencia y corrupción de la clase gobernante coludida con la oligarquía nacional. En aquellos momentos, la deuda del país ascendía a 90 mil millones de dólares, equivalente a 150 por ciento de su Producto Interno Bruto, mientras que la devaluación de su moneda era incontenible. La ineficiencia política y burocrática tenía un ejemplo clarísimo desde 2015, cuando a lo largo de meses se registró una crisis insólita consistente en que la basura no se recogía y las calles estaban atiborradas de residuos malolientes y contaminantes que aumentaban día a día. Para agravar más la situación, los cortes de energía eléctrica escalaron para llegar a ser, en ocasiones, de hasta 20 horas diarias.

Para marzo, una nueva plaga llegó a empeorar más aún la situación de este país que en algún tiempo fue considerado “la Suiza del Medio Oriente”, donde se depositaban gigantescas cantidades de petrodólares provenientes del amplio mundo árabe. Apareció el covid-19, el cual vino a golpear a un Líbano ya desfalleciente. Encima de todo eso, ahora ha sido víctima de una inmensa catástrofe producto de la negligencia de autoridades que durante años dejaron abandonado y sin cuidado alguno un depósito de 2,750 toneladas de nitrato de amonio, cuyo estallido fue tan grave como un sismo de intensidad descomunal. Lo ocurrido ahí ya ha sido bastante difundido en estos días. Muerte, destrucción, dolor, pérdidas irreparables y una crisis mucho mayor que la que preexistía, como si una incomprensible crueldad hubiera afilado sus garras para dejar a sus víctimas en la más completa desolación.

Más allá de la tragedia humana de estos días de estupor, luto y llanto, está el negro panorama que se vislumbra en el corto y mediano plazo. La destrucción e inutilización, quien sabe por cuánto tiempo, del puerto de Beirut, augura un inevitable empeoramiento de la de por sí endeble economía nacional y de las condiciones de vida generales.

Desde hace tiempo era ya sabido que Líbano necesitaba una serie de reformas radicales que reestructuraran mucho de su vida política y económica. Hoy eso es más claro que nunca, como es claro también que en nada ayuda para esos propósitos el que las riendas del poder político sigan siendo un botín repartido entre familias y clanes que actúan al estilo de las más insignes películas de mafiosos. De igual modo, la existencia del Hezbolá, partido político y agrupación armada cuyo arsenal y efectivos particulares son mayores aun que los del ejército nacional libanés, constituye un elemento más que ha contribuido a imponer sus prioridades bélicas e ideológicas —muy inclinadas al ejercicio del terrorismo— por encima de los intereses de la población general del país.

Un dato adicional, revelador del cúmulo de problemas que enfrenta Líbano, es la magnitud del conglomerado de refugiados sirios que fueron llegando por efecto de la cruenta guerra civil de la que escapaban. Cerca de un millón de ellos se encuentran hoy en suelo libanés, lo que significa un aumento de 20% en la demografía nacional. En estas condiciones es más necesaria que nunca la solidaridad internacional para darle un respiro a este pequeño y legendario país de tan sólo 10.4 mil kilómetros cuadrados. País que con lo experimentado en esta semana, bien podría representársele como un Job bíblico, a quien las interminables desgracias no cesaban de caerle encima.

 

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