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Lecciones a México de los países árabes del Golfo

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

El respeto a los derechos humanos no es un principio practicado con seriedad en los sultanatos y monarquías árabes del Golfo Pérsico, donde los autócratas gobiernan de manera absolutamente vertical. Pero, paradójicamente, en lo relacionado a cómo están tomando decisiones sobre el manejo a futuro de los energéticos, se puede afirmar que están a la vanguardia y que los planes a los que se están adhiriendo coinciden con la agenda mundial de combate al cambio climático. Si bien es poco probable que esas decisiones estén siendo motivadas por un altruismo en cuanto a la salud del planeta, sino más bien por consideraciones de mantener altos beneficios económicos, sería muy aleccionador para países como el nuestro, donde en la actualidad se plantea una aberrante y contraproducente reforma energética, asomarse a mirar qué están planeando en esas lejanas y desérticas latitudes.

Seis riquísimas naciones árabes, Kuwait, Bahrein, Omán, Qatar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, cuya producción conjunta de petróleo equivale al 30% de lo que se consume en el mundo, se han dado cuenta de que están en riesgo de enfrentar un colapso económico en el futuro si no dejan de depender del crudo. Saben que la edad de oro de ese energético está por terminar. Sus precios ya tenían una marcada tendencia a la baja cuando las cosas se agravaron aún más con el estallido de la pandemia del coronavirus. Basta recordar cómo el 20 de abril pasado el precio del petróleo llegó a cero, e incluso más abajo de eso. Había que pagar para que se lo llevaran. Arabia Saudita, por ejemplo, perdió 80 mil millones de dólares de ingresos el año pasado por tal situación.

Los gobernantes de esos seis países con economías altamente petrolizadas tuvieron así que admitir que el mundo ya no recuperaría jamás la sed por ese energético y que, además, los pronósticos acerca del cambio climático anunciaban que con el calentamiento global en ascenso se incrementarían hasta cifras intolerables para la vida humana, las de por sí altísimas temperaturas que prevalecen la mayor parte del año en esas regiones. Con ese panorama a futuro, era imprescindible un golpe de timón, una respuesta revolucionaria al desafío. Y he ahí que la Península Arábiga no sólo fue bendecida con petróleo, sino también con energía solar a montones, ya que cuenta con más de 300 días intensamente soleados al año, con un nivel de radiación dos veces mayor que el promedio mundial y con suficiente tierra sin utilizar en la que se pueden instalar estaciones de energía solar. Además, esas seis naciones nadan en recursos económicos para inversiones dirigidas a ese mismo ramo. La respuesta al desafío ha sido lógica: hay que cambiar todo el enfoque y optar por las energías renovables, especialmente la solar, además de que hay que aprovechar el boom que esta tendencia obligadamente va a tener, para invertir en proyectos similares en otras regiones del mundo.

El ejemplo de los Emiratos es ilustrativo. Han invertido, recientemente, miles de millones de dólares para desarrollar fuentes de energía renovable con la intención de convertirse en un centro global de economía y tecnologías verdes. Su meta es aumentar la proporción de energía limpia que produce, de 25 a 50 por ciento para 2050, y reducir su huella de carbón en 70 por ciento. Un gigantesco proyecto solar suyo, el Noor Abu Dhabi, inició sus operaciones el año pasado y podrá proveer de energía eléctrica a 200 mil hogares evitando así emisiones de carbón por siete millones de toneladas. Al reconocer que la transición a economías verdes puede generar oportunidades de negocios fabulosos, sus empresarios han empezado a invertir en proyectos de esa naturaleza en otros países. Por ejemplo, un fondo original de Abu Dabi ha decidido invertir cientos de millones de dólares en el establecimiento de plantas solares en Israel, luego de que se han normalizado las relaciones diplomáticas entre ambos.

Mientras tanto, en México, en medio de la inmensa tragedia de las miles de víctimas que día con día se registran con motivo del manejo sin pies ni cabeza de la pandemia, seguimos hundidos en el contaminante combustóleo, las refinerías obsoletas, el repudio gubernamental a las energías limpias y la obsesión por ahuyentar la inversión nacional y extranjera. Ojalá nuestro Presidente, la señora Nahle y el señor Bartlett, así como la bancada que se somete servilmente a ellos, echaran un ojo a lo que se está haciendo en temas energéticos en la Península Arábiga. A lo mejor podrían aprender algo para que nuestro futuro sea un poco menos ominoso.

 

 

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