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Las mujeres musulmanas y el hijab

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

La pañoleta, denominada hijab, con la que tradicionalmente se cubren la cabeza las mujeres musulmanas puede ser un buen dato para apreciar cómo ha evolucionado el fervor religioso y la búsqueda de símbolos de identidad en el amplio mundo musulmán, en el cual se agrupa a cerca de 1,500 millones de fieles en el planeta. Durante la época del colonialismo europeo, que sentó su dominio en zonas pobladas por pueblos de fe islámica, el impacto de la cultura occidental fue de tal trascendencia que muchas mujeres abandonaron la práctica de cubrirse la cabellera, adoptando estilos de vida concordantes con los vientos traídos desde las metrópolis colonizadoras. Es bastante frecuente ver, aún ahora, fotografías de familias musulmanas de la primera mitad del siglo XX donde las mujeres no usan el hijab, visten a la usanza europea e, incluso, posan a veces en traje de baño como recuerdo de una luna de miel en alguna playa del Mediterráneo.

La independencia respecto de las potencias colonizadoras y, más tarde, el impulso por rechazar los vestigios del dominio europeo mediante una búsqueda de las raíces ancestrales, se combinó con la emergencia de una práctica de la religión islámica mucho más firme a partir de movimientos políticos como la revolución islámica iraní que derrocó al shah en 1979 y que repudió todo lo occidental al considerarlo el responsable de la descomposición social, la corrupción y los problemas económicos que eran endémicos en amplias regiones del entorno musulmán general.

En ese contexto, el regreso a las fuentes, con la lectura fundamentalista de los textos sagrados como punto de referencia para recrear la vida en esas latitudes, retomó, entre muchas otras prácticas, el atuendo tradicional asignado a las mujeres en función de su obligación de mostrar recato. El hijab se volvió obligatorio en países como Irán y fue cobrando, a lo largo de las últimas décadas, cada vez más legitimidad en naciones en las que su población femenina lo había abandonado a lo largo de varias generaciones. Incluso la vestimenta desde el cuello hasta los pies para ocultar lo más posible el cuerpo femenino fue volviéndose común.

Así, en Egipto, Jordania, Siria, Marruecos, Turquía y varios países de mayoría musulmana la popularidad de la pañoleta como prenda común para presentarse en público fue creciendo. Para muchas mujeres se trató de algo impuesto, aunque para las que la adoptaron voluntariamente el argumento fue que, además de sentirse más seguras con ella ante el acoso masculino, también su uso las afirmaba en una identidad de la que se sentían orgullosas. Un símbolo pues, de dignidad  y respeto a lo que se es.

Las cosas no son, sin embargo, del mismo modo para siempre. Y hoy, ante la intensa transformación que han generado las nuevas tecnologías de comunicación, los procesos de globalización y los avances del movimiento feminista en el mundo, se está registrando de nuevo un vuelco en sentido inverso con relación a esas prácticas e imposiciones ejercidas a nombre del recato, de la identidad originaria que hay que preservar, de la tradición o de la obediencia a normas sagradas de acuerdo con la prédica oficial sustentada en lo que, presuntamente, se ordenó desde los cielos.

En países como Egipto, Irán y Túnez, por ejemplo, ha crecido la inconformidad con el control represivo de los cuerpos de las mujeres, control expuesto en primera instancia en la norma socialmente aceptada de que oculten su cabellera y/o su cuerpo. Quienes se han rebelado han recurrido, en muchos casos, a una argumentación acorde con los nuevos tiempos. Dicen, por ejemplo, que no pueden concebir que un pedazo de tela sobre su cabeza pueda ser lo que les haga tener el visto bueno de Dios, ni tampoco lo que defina su fe o la lealtad para con los suyos. Para ellas, la moralidad no está en la vestimenta sino en otra parte y protestan porque aún ahora, en pleno siglo XXI, la consideración de la mujer como objeto siga siendo en esos entornos de patriarcalismos acendrados, prácticamente equivalente a una ley natural.

El reclamo de las mujeres por la igualdad, por el ejercicio de su libertad para elegir cómo quieren vivir, con quién se quieren casar o si se quieren casar; para estudiar, trabajar, ser independientes y no ser víctimas de la violencia, se ha vuelto ya un clamor mundial. En el entorno musulmán una de las facetas más relevantes al respecto es quizá este modesto pero importante primer paso, el de ganar el derecho a decidir cómo vestirse.

 

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