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La encrucijada de Irán

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Luego de la reunión en Biarritz del G-7 el mes pasado, donde de manera sorpresiva se presentó el presidente iraní Hasán Rohani, se especuló mucho acerca de la posibilidad de un cercano encuentro en la Asamblea General de la ONU entre el presidente Trump y su homólogo iraní. Ambos mostraron sutilmente su disposición a tal contacto, y las apuestas a favor de que en efecto eso ocurriría pronto, se basaban, en cuanto a la parte iraní, en sus tremendas dificultades económicas derivadas de las sanciones, y por el lado norteamericano, a la ambición de Trump en esta época de campaña, de apuntarse un impactante éxito en política exterior, al mostrarse capaz de conseguir eventualmente “un mucho mejor acuerdo con los iraníes del que firmó su antecesor Obama”.

Sin embargo, pronto las cosas se descompusieron y la expectativa del encuentro se vino abajo. A pesar de la aparente buena disposición de Rohani, el sector duro de los ayatolas y la Guardia Revolucionaria reaccionaron airadamente, dejando en claro que el diálogo sólo sería posible si antes Estados Unidos removía las sanciones que pesan sobre la nación persa. Como ello no ocurrió, la línea dura en Teherán se impuso no obstante las inmensas dificultades que enfrenta la población iraní por efecto de la creciente intensificación de las sanciones.

Los datos de la economía iraní son, en efecto, muy pesimistas. El país ha sido excluido de los mercados internacionales de petróleo, su PIB cayó 3.9% en 2018 y caerá 6% en este año. Ello significa una caída del 11% en el ingreso per cápita en los últimos dos años. En 2018, la inflación fue de 31% y para 2019 se calcula que alcanzará el 37 por ciento. Este empeoramiento de un año a otro ha sido producto de la mayor severidad de las sanciones que ha provocado una caída de las exportaciones petroleras iraníes de 2.3 millones de barriles en julio de 2018, a 0.4 millones en julio de 2019. En cuanto al desempleo, a principios de 2019, la cifra en población joven en general alcanzó 27%, mientras que en los graduados universitarios llegó a ser de más de 40 por ciento.

Ante este negro panorama ha habido dos reacciones opuestas. Rohani junto con los reformistas que coinciden ideológicamente con él, se vieron inclinados a explorar acercamientos que dieran alivio a la crisis. Ello se mostró sin duda con el viaje a Biarritz del presidente iraní. Del otro lado, está el sector duro que rechaza la vía diplomática al calcular –y en eso acierta– que Estados Unidos en este momento de ninguna manera está dispuesto a emprender una guerra abierta contra su país dado que son muchos los factores que hoy por hoy hacen inviable una empresa de tal envergadura. Convencidos los ayatolas y los guardias revolucionarios de esto, han decidido subir su apuesta, lo que se evidenció con los ataques del 14 de septiembre pasado que presuntamente ejecutaron u ordenaron ellos contra las instalaciones petroleras de la Aramco en Arabia Saudita, ataques tremendamente desestabilizadores no sólo para el Reino árabe, sino para la economía mundial en su conjunto.

La decisión del sector duro iraní de llevar a sus extremos la confrontación y de rechazar el camino de la diplomacia ha cobrado así mayor impulso en los últimos días cuando se ha hecho pública una enérgica condena de su parte al presidente Rohani a través de declaraciones diversas y publicaciones en medios. Lo acusan de haber mancillado la dignidad iraní al haberse reunido esta semana en Nueva York en el seno de la Asamblea de la ONU con los tres mandatarios europeos de los países que aún siguen formalmente en el acuerdo sobre el desarrollo nuclear firmado con Irán: Emmanuel Macron, Angela Merkel y Boris Johnson. La ira contra estos europeos que han pugnado denodadamente por mantener vigente el tratado con Irán, se debe en estos momentos a que ellos también se sumaron a la condena de los ataques contra la Aramco saudita.

Una fotografía del estado de cosas que priva hoy con relación a Irán, muestra sin duda una situación infinitamente más riesgosa para esa región y para el mundo que la que prevalecía antes de que Trump abandonara el acuerdo nuclear firmado en 2015. La actual desatada belicosidad iraní, su declarado reinicio del enriquecimiento de uranio y el fortalecimiento del bando de los duros en el control de su política doméstica, indican que en el tema iraní nada ha mejorado, sino todo lo contrario. Uno de los principales responsables: Donald Trump y sus ocurrencias.

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