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Israel: vacunas, rebelión y elecciones

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Una realidad mixta se vive en Israel, donde se mezclan el optimismo y la reserva ante el reconocimiento de que si bien el país es, hasta el momento, el más exitoso en el mundo en la aplicación masiva de vacunas contra covid-19, enfrenta, sin embargo, una carrera contra el tiempo para conseguir la ansiada inmunidad de rebaño. Porque las autoridades gubernamentales están conscientes de que en el tiempo que falta para que una cantidad suficiente de sus ciudadanos ya hayan recibido la segunda dosis y hayan pasado luego los días necesarios para asegurarse de que la inmunidad casi total esté garantizada, existe la posibilidad de que las nuevas cepas del coronavirus generen nuevos contagios. De ser así, el país enfrentaría una fuerte presión sobre su sistema hospitalario, lo mismo que nuevas víctimas mortales.

Es por ello que aún está en vigencia el confinamiento obligado de toda la población y se ha dado la orden drástica de cerrar herméticamente al país por un lapso, por lo pronto, de una semana, durante la cual no están entrando ni saliendo vuelos de su único aeropuerto internacional, el Ben Gurión, como tampoco se permite el cruce por tierra con Egipto y Jordania. Ello a pesar de que, dentro de su población total de nueve millones, tres millones ya recibieron la primera dosis de la vacuna, y 1.7 millones la segunda. De modo que las autoridades israelíes no están dispuestas a echar a perder estos impactantes avances cuando faltan unas cuantas semanas para lograr la inmunidad de rebaño.

Lo que ha estado detrás del éxito en la vacunación nacional han sido dos factores fundamentales. El primero fue, sin duda, la previsión gubernamental de haber contratado con suficiente anticipación, y al precio demandado por Pfizer, las vacunas necesarias a cambio de la entrega de datos a la empresa farmacéutica a fin de que ésta contara con Israel como el laboratorio ideal donde probaría de manera óptima el funcionamiento de su biológico. El segundo factor, no menos importante, es el sistema de salud israelí, creado por los gobiernos laboristas en los primeros años de vida del Estado, cuando se optó por el modelo de Estado benefactor, que impuso un sistema de salud universal y gratuito para su población, con una estructura altamente eficiente. Mediante cuatro distintas dependencias sanitarias a las que los israelíes se afilian, según su preferencia, existe una cobertura total de la población y, por lo tanto, un registro completo del historial de salud de cada individuo. Así, los sujetos son fácilmente localizables y éstos conocen, de igual manera, a dónde tienen que recurrir para su atención.

Sin embargo, esta inspiradora realidad no deja de enfrentar desafíos. Porque, más allá de la temible amenaza de invasión de las nuevas cepas antes de que la población total ya esté vacunada, se ha estado registrando, cada vez con más intensidad, una rebelión de una parte de la ciudadanía, renuente a acatar las normas del confinamiento estricto que se ha ordenado. Se trata de un segmento de la población ultraortodoxa judía, cuyas condiciones de vida, emanadas de su ideología religiosa, lo mismo que del hecho de formar parte de familias con muchos hijos residiendo, por lo general, en viviendas estrechas, la han impulsado a protestar violentamente y a rebelarse contra las órdenes de confinarse. Choques con la policía, pedradas, consignas airadas, gases lacrimógenos e incluso la quema de un autobús en Jerusalén han sido titulares de los medios de comunicación en Israel a lo largo de la semana que termina.

Este panorama se ha visto complicado por factores políticos, en especial por la cercanía de las elecciones generales convocadas para el 23 de marzo próximo. En ellas, competirá de nuevo por el puesto de primer ministro Benjamín Netanyahu, a la cabeza del Likud, su partido. Al debilitamiento que ha sufrido su imagen debido a más de 30 semanas de manifestaciones populares en su contra, se ha agregado la renuncia al Likud de políticos importantes que en los próximos comicios competirán contra él. En ese contexto, Netanyahu se encuentra en una especie de callejón sin salida. Si cede y se muestra débil ante la rebelión de los ultraortodoxos, a fin de no perder su imprescindible apoyo en el proceso de armado de una futura coalición comandada por él, tendría, quizá, mayores probabilidades de repetir en el cargo de primer ministro. Pero ese triunfo podría ser, al mismo tiempo, una victoria pírrica al complicar y retrasar de manera severa la lucha contra el coronavirus y derrumbar con ello las ilusiones de la nación entera de quedar ya pronto libre de la tiranía del virus.

 

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