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Escándalo entorpece ingreso de Suecia a la OTAN

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

La invasión rusa a Ucrania ha alterado el esquema de alianzas en el continente europeo. Suecia y Finlandia, naciones que nunca han pertenecido a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), al haberse asumido como neutrales, pusieron sus barbas a remojar a partir de la invasión. Así que decidieron solicitar su ingreso al citado organismo para protegerse en caso de que a su voraz vecino ruso se le ocurriera iniciar algo parecido contra ellas. El obstáculo principal para ser recibidos ha estribado en que la legislación de la OTAN establece que debe haber consenso absoluto en los 30 miembros que la integran, para así incorporar a una nueva nación a sus filas.

Dos de los treinta, Hungría y Turquía, no lo han consentido hasta ahora, aun cuando el régimen húngaro es el que ofrece menor resistencia. Turquía, más recalcitrante, ha impuesto una serie de difíciles condiciones a las dos naciones nórdicas para ceder a su ingreso. Tras largos meses de negociaciones, en estas últimas semanas se podía ver la luz al final del túnel. El pasado miércoles, Finlandia, que en 2019, en defensa de los kurdos de Siria había sancionado a Turquía, anunció que le levantaba el embargo de armas y reanudaba sus exportaciones de acero a Ankara, a fin de que el régimen de Erdogan cediera en cuanto a su entrada a la OTAN. El compromiso fue que Miilux, la empresa finlandesa productora de acero, le abastecería a Turquía 12 mil toneladas de material de aquí al 2025.

Con Suecia las cosas están siendo distintas. Por un lado, Turquía le demanda a Suecia la extradición de cien kurdos por sus presuntos nexos con organizaciones terroristas, además de un congelamiento de cuentas de dichas organizaciones. Pero la gota que derramó el vaso de la no disposición turca a ceder fue un incidente ocurrido hace una semana. Se trató de una quema del Corán, muy cerca de la embajada turca en Estocolmo, llevada a cabo por un líder político sueco de ultraderecha de nombre Rasmus Paludan. Dos días después, y ante la respuesta del gobierno sueco de que no podía limitar la libertad de expresión, Erdogan anunció que no daría su aprobación al ingreso de Suecia a la OTAN.

Las airadas protestas populares en Turquía frente a la embajada sueca empezaron a replicarse en otros países musulmanes de inmediato, ante lo que consideran no sólo una falta de respeto para su texto sagrado, sino también un crimen de odio. Simultáneamente se canceló una visita a Ankara del ministro de defensa sueco, Pal Jonson, que estaba programada para ayer.

En conclusión, el ingreso de Suecia a la OTAN queda por lo pronto suspendido, y Finlandia se enfrenta a la disyuntiva de qué hacer, debido a que originalmente sostuvo que no entraría a la OTAN sin Suecia. Ahora, ante la nueva situación, el ministro de exteriores finlandés, Pekka Haavisto, ha anunciado que su gobierno reevaluaría la situación en vista de que el caso sueco puede tardarse un tiempo indefinido en solucionarse.

Ante estos hechos cabe replantear una pregunta que ha sido permanente en la reflexión acerca de los desarrollos históricos. La referente al papel de los individuos en la historia. Algunas teorías sostienen que el curso de los acontecimientos depende fundamentalmente de los movimientos masivos, de los efectos inevitables de la lucha de clases, menospreciando el peso que personajes particulares pueden adquirir en determinadas circunstancias para desviar las cosas hacia destinos inciertos.

¿Será que Rasmus Paludan con su quema del Corán hará abortar definitivamente la posibilidad de que Suecia se ampare bajo la cobertura de la OTAN? De ser así, ¿qué distintas derivaciones podría tener tal hecho en el entramado de las futuras relaciones inter europeas y globales en las que un personaje como Putin es todavía protagónico?

Las anteriores preguntas se asemejan a las que muchas veces nos hemos hecho al reflexionar sobre procesos históricos trascendentes. ¿Qué habría pasado si no hubiera sido asesinado el archiduque de Austrohungría en 1914? ¿Habría terminado antes la Segunda Guerra Mundial si hubiera prosperado el atentado contra Hitler en julio de 1944? Y, de ser así, ¿cuántos millones de vidas se habrían salvado?

Por cierto, resulta interesante al respecto el experimento literario realizado por el escritor norteamericano Phillip Roth en su novela La conjura contra América, donde desarrolla una trama imaginaria en la que Charles Lindbergh derrota a Roosevelt en las elecciones y se convierte en el presidente de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. La consecuencia: una alianza de EU con la Alemania nazi, que desemboca evidentemente en un resultado totalmente distinto. Hacer este tipo de preguntas podría ser un interesante ejercicio también respecto a nuestra historia mexicana pasada y nuestro singular presente.

 

 

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