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En Irak, el feminismo irrumpe en las protestas

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Desde el 1 de octubre pasado no han dejado de manifestarse los ciudadanos iraquíes contra su gobierno, al cual acusan de estar plagado de corrupción e ineficiencia y de estar sujeto a las maniobras de actores extranjeros diversos que tienen su mano metida en Irak desde hace años. Recuérdese, por ejemplo, el operativo de Estados Unidos por el que se asesinó al general iraní Soleimani hace poco, así como las represalias que se armaron desde Teherán contra locaciones de fuerzas norteamericanas en respuesta. Todo ello sobre territorio iraquí.

Así que tal como ha sucedido en países diversos, como Chile, Líbano y el propio Irán, las masas han seguido tercamente en las calles, reclamando reformas políticas y económicas, además de exigir el retiro de las fuerzas extranjeras que, desde 2003, han usado Irak como ring dentro del cual miden fuerzas y proyectan sus intereses particulares. Hasta el momento se cuentan 540 manifestantes muertos a manos de las fuerzas de seguridad nacionales encargadas de reprimir las protestas

En este contexto, donde los liderazgos religiosos actúan libremente en la vida pública, ha destacado un clérigo chiita Muqtada al-Sadr, de gran arrastre popular y que, en su momento, logró situarse a la cabeza de las manifestaciones. Sin embargo, sus vaivenes constantes al dar bandazos erráticos sobre puntos concretos de la vida iraquí –por ejemplo, en un primer momento apoyó la designación de Mohammed Allawi como nuevo primer ministro, para cambiar muy pronto de postura al respecto– han contribuido a un caos mayor dentro del campo de quienes continúan saliendo a las calles a protestar. Al-Sadr había estado impulsando la celebración de “la marcha del millón” en enero pasado, pero como el resultado no fue el esperado por él, desde entonces el citado clérigo ha dado marcha atrás e, incluso, se ha convertido en un enemigo de muchos de quienes protestan.

Una novedad en este movimiento contestatario fue, sin duda, la marcha celebrada en el centro de Bagdad hace dos días, en la que los reclamos principales se expresaron mediante consignas relacionadas con la igualdad de género. Más de cuatro meses de militancia ciudadana en las calles han tenido el efecto de hacer más conscientes a las mujeres acerca de las innumerables desventajas que sufren, las cuales las colocan en una posición de suma fragilidad, dependencia, falta de autonomía e indefensión ante los abusos y violencias de que son objeto. En esta ocasión, cientos de mujeres se convirtieron en la voz predominante rumbo a la plaza Tahrir. Declararon a la prensa que en días pasados hubo advertencias diversas de que se quedaran en casa porque no era su papel estar en las calles protestando. Se referían, principalmente, al mencionado clérigo Al-Sadr, quien, por medio de tuits, estuvo denunciando que las marchas mixtas donde se mezclan hombro con hombro varones y mujeres son un nido de depravación, ya que están plagadas de “desnudez, promiscuidad, alcoholismo, perversión y apostasía… un espacio similar a Chicago, plagado de decadencia moral y homosexualidad”.

La respuesta de las mujeres participantes en la marcha, así como la de los hombres que las apoyaron y acompañaron, fue que no están dispuestas a convertirse en un segundo Irán, en referencia al trato que en el país persa se da a las mujeres. El grito colectivo que se coreó insistentemente fue “¡Revolución es mi nombre, el silencio masculino es una vergüenza, libertad, revolución y feminismo!”. Fue notable también que la vestimenta de las participantes fue diversa, desde jeans al estilo occidental hasta pañoletas y atuendos típicamente religiosos islámicos. El reclamo fue, por encima de todo, el del reconocimiento de su autonomía y de la igualdad que les corresponde.

A la pregunta de qué es lo que está detonando estas demandas, pueden aventurarse algunas posibilidades. Por un lado están los cuatro meses de protestas populares que, al congregar continuamente a mujeres y hombres jóvenes unidos por el hartazgo y la indignación, ayudaron a romper muchas de las normas conservadoras que han regido por largo tiempo la vida colectiva. Por otro lado, están los ejemplos de tantos y tantos lugares en el mundo donde las luchas de las mujeres se han vuelto protagónicas, una vez que se ha fortalecido la conciencia acerca de la crueldad e injusticia inherentes al maltrato, la subyugación y la desigualdad de las mujeres por tanto tiempo asumida como parte de lo natural y no por lo que realmente ha sido, un férreo mecanismo de control y de dominio de una mitad de la humanidad sobre la otra.

 

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