Logo de Excélsior                                                        

Biden: reconocimiento del genocidio armenio

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

A menos que haya un cambio de decisión de última hora, el día de hoy, 24 de abril, designado como el Día del Recuerdo del Genocidio Armenio, se hará oficial por parte de la administración de Joe Biden, el reconocimiento por Estados Unidos de uno de los capítulos más negros del siglo XX, el genocidio perpetrado por el Imperio otomano contra los miembros del pueblo armenio que vivían en su seno. De acuerdo con múltiples historiadores que han estudiado exhaustivamente el tema, entre 1915 y 1917 las autoridades del imperio emprendieron una limpieza étnica por medio de matanzas sistemáticas de cerca de un millón de armenios, a los que se sumaron también siriacos, asirios y griegos cristianos. La república turca, que sucedió al Imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial, ha reconocido que sí hubo víctimas armenias, pero que de ninguna manera se trató de un genocidio.

A pesar de que ha pasado más de un siglo de los hechos, los diversos gobiernos turcos, incluido el actual, se han negado a aceptar la existencia de ese genocidio al grado de amenazar a quienes se refieren a él, con represalias de todo tipo. De hecho, es sabido que intelectuales y periodistas turcos han llegado a parar a la cárcel en razón de haber escrito o hablado sobre ese tema, que sigue siendo tabú en la Turquía actual. Cuando se trata del reconocimiento de ese genocidio por parte de gobiernos de países, por lo general, la respuesta oficial de Ankara ha sido y sigue siendo desafiante, indignada y llena de alusiones a posibilidades de represalias de diversa índole.

Uno de los más claros ejemplos de que la táctica le ha funcionado es el hecho de que, hasta ahora, Washington no había procedido a tal reconocimiento oficial a lo largo de un siglo entero. A pesar de que varias veces se manifestó la intención, siempre se quedó en palabras, en virtud del cálculo del daño que implicaría para las relaciones políticas, económicas y militares entre los dos países.

Sin embargo, parece que el presidente Biden está dispuesto a hacerlo, tal como lo ofreció en campaña, a pesar de la preocupación por la afectación que ello podría suponer de la relación con Turquía, miembro oficial de la OTAN y sede de una base militar norteamericana.

Tal parece que Biden ha hecho el cálculo del costo-beneficio que le significará una política menos condescendiente con el régimen de Erdogan, el cual ha resbalado cada vez más impetuosamente hacia posturas populistas, represivas, violadoras de derechos humanos y altamente volubles en sus relaciones con el bloque de países occidentales.

Entre los expertos hay visiones encontradas respecto a cuáles van a ser las respuestas del presidente Erdogan ante el reconocimiento norteamericano del genocidio armenio. Hay quienes piensan que Erdogan no actuará de manera especialmente agresiva, mientras que otros consideran que el premier turco podría expulsar a las misiones no-OTAN de la base aérea de Incirlik, en Adana, además de tomar decisiones unilaterales en Siria, sin consideración de los intereses de Washington. También estaría en posibilidad de aprovechar la situación para acusar al imperio norteamericano de maltrato hacia Turquía a fin de exaltar con ello el nacionalismo popular y canalizar hacia “ese enemigo que nos levanta falsos” varios de los muchos y muy graves problemas domésticos que aquejan al país.

En el contexto de esta situación particular cabe recordar que de por sí las relaciones entre Turquía y EU ya eran tensas desde hace tiempo. Washington canceló el acuerdo de abastecer a Turquía de los aviones de combate F-35 después de que Ankara adquiriera, en 2019, los sistemas de misiles rusos de defensa S-400, lo cual generó un distanciamiento considerable entre los dos países. Y, por otra parte, existe una importante diáspora de armenios viviendo en California, estado en el que Kamala Harris fue senadora.

El pueblo armenio, con su extensa diáspora, ha venido reclamando, a lo largo de un siglo entero, que, así como Alemania reconoció sus actos genocidas durante la Segunda Guerra Mundial y procedió a intentar expiar sus culpas, así debería haber sucedido también en el caso turco-armenio. Para que eso sea posible hay necesidad del apoyo internacional a fin de presionar a Turquía a asumir su pasado vergonzante. Biden está dando un paso en ese sentido y es de esperar que otros países, hasta ahora temerosos de represalias turcas, imiten a la administración norteamericana actual. No sólo se trata de una cuestión política, es también, y mucho, un imperativo ético.

 

Comparte en Redes Sociales