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Adiós a Unasur, ¿también a la Celac?

Enrique Villarreal Ramos

Enrique Villarreal Ramos

Contrapunto político

 

En plena efervescencia chavista y de la izquierda suramericana (que llegaba al poder en varios países), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) sustituyó a la Comunidad Suramericana de Naciones en 2007, y un año después su tratado constitutivo fue firmado por 12 naciones (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay, Venezuela), y fijó la sede de su secretariado en Quito.

Entre los objetivos que se establecieron destacan: fortalecer el diálogo y la concertación política; promover el bienestar social y humano; fomentar la integración energética, industrial, y financiera, y el desarrollo sustentable, buscando superar las asimetrías entre sus miembros; desarrollar la infraestructura para la interconexión regional; consolidar la identidad suramericana; impulsar la cooperación económica, comercial, migratoria, y coadyuvar en los procesos integrativos.

Así, la Unasur se sumaba a la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), fundada originalmente por Cuba y Venezuela en 2004 (y a la que luego se integraron otras naciones), como una institucionalidad alternativa al ALCA (que promovía el presidente George Bush), al sistema interamericano, y en general, “al capitalismo neoliberal y a la globalización”. En 2010 se creó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) como un mayor esfuerzo aglutinador de las naciones de América Latina para su integración y desarrollo, pero cuya exclusión de Canadá y EU, reflejó que dicho organismo se le orientaría en el sentido de la institucionalidad que lideraban Chávez, Lula y Kirchner, de oposición a la política norteamericana, a la globalización, y a todos aquellos gobiernos que no comulgaban con el bolivarianismo.

Más allá de las diversas tareas encomendadas a la Unasur (económicas, comerciales, educativas, etc.), su protagonismo fue en el plano estrictamente político: como un contrapeso y “antídoto” a la OEA, y a cualquier otro grupo o país que no fuera del área, sobre todo cuando estallaban crisis que pudieran amenazar a los gobiernos de sus estados miembros, especialmente si eran de izquierda. Por ejemplo, la Unasur hizo una efectiva defensa de Evo Morales y de Nicolás Maduro, aunque fue infructuosa en las destituciones del presidente hondureño, Manuel Zelaya (2010), del mandatario paraguayo, Fernando Lugo (2012), y de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff (2016). Con independencia de logros y fracasos, hoy la suerte de Unasur está echada, ya que se ha quedado sin líderes, sin patrocinadores y está más aislada. Desde abril del año pasado, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú dejaron de asistir a las sesiones de Unasur, y en este mes, estas naciones, con Ecuador, anunciaron la creación de Prosur, un nuevo bloque sudamericano que no estará “ideologizado” y “politizado”, como le sucedió a su antecesor, cuya “politiquería perversa”, según la calificó el presidente ecuatoriano Lenín Moreno, fue de poca utilidad para la integración”, con lo que justificó su retiro de aquél.

La desbandada de Unasur y el Prosur perjudicará a la Celac, ya que los nuevos gobiernos suramericanos, también impulsan la Alianza para el Pacífico, el Grupo de Lima, el respaldo a la OEA, los vínculos con EU y Europa, y en general, una institucionalidad basada en la democracia, y una integración regional con miras en la globalización, y que reduzca la influencia china y rusa en América Latina.

 

ENTRETELONES

Sigue sin funcionar la alerta sísmica.

 

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