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El problema con las expectativas

Columnista Invitado Nacional

Columnista Invitado Nacional

 

Por Ricardo Alexander M.
 

Existe un extenso desarrollo teórico sobre el tema del manejo de las expectativas, a fin de evitar decepciones, y en su lugar generar satisfacción en las personas, todo dependiendo de la perspectiva y de la posición donde se fijen los parámetros. Al final, se trata de emociones y percepciones. Es muy fácil, si alguien quiere adquirir un producto y en un momento se le dice que cuesta cierto precio, pero cuando lo va a pagar se entera que cuesta la mitad, esa persona quedará satisfecha, sin importar que el precio, incluso, pueda ser mayor al de mercado. El efecto contrario ocurre si al final le cobran el doble de lo que le habían dicho en un inicio, no obstante, el precio esté por debajo del de mercado y adquirirlo resulte muy buena compra.

En política y gobierno pasa lo mismo. Durante la campaña por la Presidencia de Estados Unidos, el entonces candidato Barack Obama, fijó las expectativas muy altas e hizo promesas que a la larga no podían ser fácilmente cumplidas, como la clausura de la prisión militar de Guantánamo en Cuba, llevar a cabo la reforma sobre inmigración o disminuir sustancialmente los costos de las primas de seguros médicos, lo que derivó en el desplome de su popularidad desde el primer año de su administración. Incluso, el presidente actual de Estados Unidos, Donald Trump, en puntos porcentuales, ha perdido mucho menos popularidad en sus primeros dos años que su antecesor en el mismo periodo —un 8% frente a un 19% de Obama—, no por hacer mejor su trabajo, sino por la manera en que se fijaron las expectativas de la gente desde un inicio.

En México, no obstante las grandes expectativas creadas desde la campaña por el ahora gobierno federal de Andrés Manuel López Obrador, hasta este momento —tan sólo tres meses han pasado— ha tenido puros éxitos en su manejo. Ha sabido convertir en victorias malas decisiones sobre temas sensibles, por ejemplo, con la llamada guerra contra el huachicol —en la que prácticamente no ha habido detenidos— o el accidente en Tlahuelilpan, Hidalgo, en el que murieron 130 personas. También, la administración actual ha sabido modificar el discurso para vender como aciertos las posiciones que se han tomado en temas como las extorsiones de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Michoacán —en donde sus agremiados cerraron vías ferroviarias por semanas—, o la postura sobre la grave situación que se vive en Venezuela.

Hasta ahora, la mayoría de la gente piensa que el mandatario está haciendo un buen trabajo. Si bien la popularidad del Presidente disminuyó aproximadamente 9% durante el periodo de transición, al día de hoy se ubica en su mejor momento, arriba del 75%, lo que lo posiciona como uno de los presidentes con mayor aprobación en el continente. Como ejemplo se encuentra la encuesta de El Financiero, publicada el pasado 7 de febrero, que lo coloca con 86% de opinión favorable.

Estos números reflejan las expectativas que la gente tiene en el Gobierno Federal y son directamente proporcionales al reto que tienen los nuevos funcionarios, que en muchos casos han demostrado impericia y falta de experiencia. Temas sensibles como la inseguridad o el desempleo, que están en aumento, no pueden ser fácilmente maquillados. También, la falta de transparencia, como en el caso de las declaraciones patrimoniales de Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, y Javier Jiménez Espriú, secretario de Comunicaciones y Transportes, pueden llegar a ser percibidos como mensajes negativos de un gobierno que se considera a sí mismo blindado contra la corrupción y ha hecho de esto su principal estandarte.

El problema con las expectativas es que suele ser muy difícil cumplirlas y la realidad se termina imponiendo tarde o temprano. Más si se trata de un gobierno que prioriza el discurso a los hechos tangibles. Si la gente comienza a percibir que no se está cumpliendo con lo prometido —que es mucho—, lo más probable es que se genere una fuerte caída en la popularidad del Presidente. Y al final, no existe dinero suficiente para regarle a todos los mexicanos que tienen esperanza en este gobierno.

 

*Maestro en Administración Pública  por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana

                Twitter: @ralexandermp

 

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