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Comunidades sanas y seguras, alternativa ante los altos índices de violencia

Columnista Invitado Nacional

Columnista Invitado Nacional

Por Leonel Luna Estrada*

 

Ante los altos índices de violencia que vive el país, producto, entre otros, de factores de la descomposición social y de estereotipos asumidos, sobre todo, por los jóvenes en torno a copiar formas de vida de personas vinculadas a hechos delictivos, es importante generar modelos de recomposición del tejido social que permitan arribar a estándares de vida para evitar que cada día nuestros jóvenes tomen caminos equivocados.

Se trata de un problema de carácter estructural, por lo que se hace necesaria la participación activa de la sociedad civil en su conjunto y la intervención del Estado como tal, generando una sinergia de alta vinculación entre ambas instancias.

Experiencias de otras ciudades y países del mundo nos permiten tomar referencias importantes de qué modelos aplicar en nuestro país para disminuir la ola de homicidios y violencia que se vive en prácticamente todas las entidades del país.

En 20 años, Medellín, Colombia, pasó de ser la ciudad más violenta del mundo a ser la más innovadora. En los años 90 Colombia vivía una de sus peores crisis violentas, producto del narcotráfico que generó Pablo Escobar y el conflicto guerrillero.

Aunque Medellín contabilizaba una tasa de homicidios mayor a 300 por cada 100 mil habitantes, aunado a altos índices de pobreza, en pocos años esta ciudad bajó en un 80% los índices de violencia.

¿Cómo logró Medellín la disminución de la criminalidad? Sin duda, por los Acuerdos de Paz en 1990, la desarticulación del Cártel de Medellín, la operación Orión y, sobre todo, dos hechos importantes: la inversión económica y la generación de programas de Comunidades Sanas y Seguras.

Lo sucedido en Medellín nos obliga a pensar en la pertinencia de aplicar este tipo de modelos en nuestro país, pero, ¿qué se requiere?

Medellín ha llegado a convertirse en un centro importante de inversión de empresas de nuevas tecnologías, asimismo, el fomento del emprendedurismo por las instancias públicas en materia de servicios puede generar importantes fuentes de empleo.

En el caso de la Ciudad de México, por ejemplo, la zona de Vallejo podría ser un importante polo de desarrollo económico y que en la actualidad está desaprovechado, la inversión en materia tecnológica no puede ir separada de la generación de centros de formación en materia tecnológica y del aprendizaje rápido de la mano de obra.

Generar la sana convivencia es otro factor importante, por lo que se hace necesario rescatar el espacio público y, más aún, la apropiación, por parte de la ciudadanía, de estos espacios, los cuales deben ser, además, centros de desarrollo cultural y, sobre todo, de interrelación.

En el modelo de comunidades sanas y seguras que proponemos es necesaria la participación de todas y todos, es decir, empezando con el núcleo central de la sociedad que es la familia; es necesario generar programas que incidan en la recuperación de valores y la reintegración familiar, esta tarea corresponde, sobre todo, a organizaciones de la sociedad civil organizada.

Cada día se hace más necesaria la participación de organizaciones sociales vinculadas a programas de jóvenes y, en general, de la familia como tal.

La erradicación de la violencia solamente puede lograrse con la participación de la comunidad en su conjunto, con planes y programas específicos.

Considero importante revisar el esquema programático de instituciones públicas, como el Instituto Mexicano de la Juventud y de sus correspondientes estatales, así como los relacionados con las áreas de desarrollo social en sus diferentes niveles.

Hoy más que nunca se hace necesaria una revaloración de las políticas de desarrollo social del país.

 

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