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Cataluña ante la encrucijada

Columnista invitado Global

Columnista invitado Global

Por Antonio López Vega*

Desde la aprobación del Estatuto de 2006 y la paulatina confrontación entre el Govern y los diferentes inquilinos del palacio de la Moncloa, parece que los interlocutores de Madrid y Barcelona viven en realidades muy dispares. En los últimos días se anuncia una nueva y compleja cita electoral en Cataluña que amenaza con desestabilizar la vida política catalana y española y, todo ello, en vísperas de la reunión que el presidente Sánchez va a mantener en Barcelona con un president Torra inhabilitado, que ha recurrido su condena ante el Tribunal Supremo de España y que, de no ser atendida su reclamación, es posible que recurra a la justicia europea.

La tesitura nos lleva a evocar los momentos en que Barcelona y Madrid confrontaron visiones y que condujeron a comprometer la estabilidad y progreso a lo largo del último siglo, como, por ejemplo, con ocasión de la Semana Trágica de Barcelona de 1909 o el colapso constitucional de 1917, cuando, ante el cierre de las Cortes españolas, un grupo de diputados catalanes convocó una Asamblea alternativa de Parlamentarios. Más tarde, ya en la República, se asistió al encarcelamiento del que había sido presidente del Consejo de Ministros y pronto lo sería de la República, Manuel Azaña, quien sufrió cautiverio a bordo de un barco en el puerto de Barcelona, en las postrimerías de la revolución de octubre del 34. O, ya en plena guerra civil, cuando se enfrentaron anarquistas y partidarios del Gobierno de la República y de la Generalitat en mayo de 1937 en las calles de Barcelona, convirtiéndose en mal preludio de lo que llegaría con la dictadura de Franco: supresión del Estatuto de Autonomía y fusilamiento de Lluís Companys.

Frente a ello, conviene recordar los momentos históricos en que, en lugar de confrontarse, voluntades españolas y catalanas se aunaron y dieron lugar, por ejemplo, al primer reconocimiento explícito de la Mancomunitat catalana en 1914 o al diálogo entre intelectuales de Madrid y Barcelona en defensa del catalán por aquéllos durante la dictadura de Primo de Rivera y el emotivo homenaje que les rindió la Ciudad Condal en marzo de 1930. Poco después se aprobó el Estatuto de 1932. Y, ya en los años finales del franquismo y la Transición, las jóvenes generaciones mostraron una admiración desbordada por la cultura catalana, cuando coreaban los himnos emanados de la nova cançó y reclamaban “libertad, amnistía y estatuto de autonomía”. El Estatut de 1979 fue, así, punta de lanza de la descentralización acometida con gran éxito desde entonces.

En estos últimos meses ha generado tristeza y preocupación a una gran mayoría ver columnas de humo surcando los cielos de la Ciudad Condal. Ante ello, no se puede evitar añorar la Barcelona plural, abierta, diversa y multicultural, que lució orgullosa y bellísima ante el mundo en los Juegos Olímpicos de 1992. Ahora, la violencia está preñada del internacionalismo inconformista de los antisistema y la sedición —tal y como dictaminó el Tribunal Supremo— viene avalada por la presidenta del Parlament, el president y expresident de la Generalitat y varios altos cargos que están o fuera del país o en la cárcel. Y, frente a ellos, Madrid enarbola el Estado de derecho en sus diferentes variables y medidas: desde la moderación y diálogo del actual gobierno hasta la excepcionalidad del artículo 155, aplicado meses atrás.

En momentos de confusión conviene aferrarse a los datos: el 62% de los catalanes ve poco probable la independencia de Cataluña, el 43.2% se siente europeo, catalán y español (frente a solo un 29.8% catalán y europeo y un escuálido 3.5% español y europeo) y el 54.8% piensa que ser independentista o nacionalista radical es compatible con ser europeísta (banco de datos de Metroscopia).

Por todo ello, es tiempo de desdramatizar. Es hora de pacto. Es momento de la tesis de la segunda opción, tal y como escuché a Daniel Innerarity en un acto celebrado recientemente en el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset de Madrid, según la cual los actores han de comenzar a negociar desde su segunda mejor alternativa, renunciando a sus posturas maximalistas. En ese mismo foro, Fernando Vallespín, evocando un artículo de Hans Magnus Enzensberger de hace años en El País, demandó la necesidad de encontrar a los héroes de la retirada porque nada hay más difícil que “el arte de abandonar una posición insostenible”. 

                *Director del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset (UCM)

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