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Capacitar no es tan caro

Columnista invitado Global

Columnista invitado Global

 

Por Gerardo Laveaga

Coordinador de la Comisión de Ciencia, Cultura y Derecho de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados.

 


Steve McCraw, director del Departamento de Seguridad Pública de Texas, fue contundente a la hora de explicar por qué los policías que debieron evitar la masacre de niños en una escuela de Uvalde, el pasado 24 de mayo, no lo hicieron: por falta de capacitación. Su comandante no sabía qué ordenar y retrasó la intervención policial, aduciendo que a sus agentes les hacía falta una llave que, en realidad, no necesitaban: la puerta que debían abrir... estaba abierta.

En Budapest, al concluir su rutina en la prueba de solo de natación artística, la nadadora Anita Álvarez, de Estados Unidos, perdió el conocimiento mientras se hallaba en la alberca. Comenzó a hundirse. Al verla, los socorristas se miraron entre sí, estupefactos. Quedaron paralizados. No sabían qué hacer. Fue Andrea Fuentes, la entrenadora, quien al ver la inacción de estos socorristas, se lanzó al agua y salvó la vida de la joven nadadora.

También por falta de capacitación, en la Ciudad de México, mientras muchos vecinos padecen escasez de agua, los técnicos del Sistema de Aguas (Sacmex) llevan días y días sin hallar el origen de una fuga en las calles de San León y San Celso, en la colonia Pedregal de Santa Úrsula. Armados de cámaras de videoinspección, detectores de metales, geófonos para detectar sonidos y otras herramientas, el personal de atención a fugas no halla la fuga.

Y como estos ejemplos, hay decenas en todo el mundo. En nuestro país, tenemos noticias de ellos a diario entre nuestros policías y fiscales; peritos y jueces; soldados y agentes de migración. Pero también entre médicos, arquitectos y contadores. “La capacitación es cara”, se quejan algunos políticos y algunos CEO’s. Y tienen razón. Pero la falta de capacitación es más cara aún.

“O trabajan o se capacitan”, me dijo una vez un alto funcionario cuando yo lo animé a capacitar a su equipo. El resultado de esa actitud es claro: —Por no estar capacitados, muchos servidores públicos y muchos del sector privado realizan un trabajo inútil, mediadores y, en ocasiones, hasta contraproducente. Capacitar no es un fin en sí mismo, sino un medio. Pero cuando este medio no funciona adecuadamente, los fines institucionales acaban por no cumplirse.

No hablo de los títulos y diplomas que ahora ya pueden comprarse abiertamente. Hace unos años, intentaron venderme un doctorado Honoris Causa. No me lo dijeron así, tal cual, sino que me iban a otorgar tal distinción y que yo sólo tendría que pagar los gastos de titulación, toga, birrete, diploma y entrada al cóctel de recepción.

Tampoco hablo de la educación académica que tantas disputas genera: ¿Nuestros niños y jóvenes deben saber la capital de Gabón o dónde se localiza este país? ¿Necesitan saber despejar una ecuación de segundo grado o calcular el desplazamiento de una bala?

Hablo de la urgencia que tienen las agencias públicas y privadas de capacitar permanentemente a sus operarios. Capacitar no siempre es vistoso y los resultados acaban valorándose años después de comenzada esta capacitación. Pero, en un mundo tan competitivo y exigente, ya ningún país y ninguna área del conocimiento puede darse el lujo de ignorarla.

 

 

 

 

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