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Huachicol y mujeres

Clara Scherer

Clara Scherer

 

“El crimen es cosa de hombres. A ustedes les dejamos el papel de víctimas”. Palabras de un fiscal y de un juez argentinos, muy esclarecedoras y, quizás, aplicables a México. Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía muestran que la participación de las mujeres mexicanas en el mercado laboral se ha relegado en su mayoría al sector terciario, en actividades como comercio, turismo y servicios personales. Y esto, tanto en el mercado formal, en el informal y digamos, “en el mafioso”. Por eso, suponer que los roles de las mujeres en el huachicoleo son similares a los que ocupan en el narcotráfico, no es disparate.

La narcocultura es misógina y el rol de las mujeres, de subordinación. Algunas son artículos decorativos, para exhibirse, acompañar, divertir y tener sexo (¿musas?). Otras, son relacionistas públicas, correos de información; algunas son intercambiadas para cerrar algún trato. ¿Estos serán servicios personales? Pocas han logrado abrirse paso como “capos” y acceder también al dinero, a las armas y al poder. ¿Protagonistas, como Areli Pérez Juan, alias La Negra, cabecilla huachicolera en San Martín?

¿Acompañantes, protagonistas?: “las últimas que cayeron fueron cuatro que acompañaban a otros tres hombres en el traslado de gasolina robada en el municipio de Santa Rita Tlahuapan y que participaron en el ataque a una Base de Operaciones Mixtas”. Empleadas: “detuvieron a tres personas, entre ellas a una mujer por descargar combustible de procedencia ilícita de dos camionetas”.

Las razones para trabajar ahí son variadas. Algunas, por amor; otras, se interesan en el negocio. “Hay chicas que presentan huellas de tortura, las atan de las manos, les ponen narcomensajes en sus cuerpos, las privan de la libertad. Y esto coincide con el tema del crecimiento del huachicol en Guanajuato”, palabras de María Salgero. Otras, por necesidad: madres solteras, amas de casa o desempleadas, viudas y desprotegidas. “Hay casos en los que ellas no están enteradas de lo que hacen sus parejas, sus hermanos o sus padres, no se llega a fondo para esclarecer los motivos por los que las asesinan”.

Rosario Castellanos, en La abnegación, una virtud loca, “En México, la palabra mujer designa a una criatura dependiente de la autoridad varonil”. Sumisa y cuyo único deseo es un hijo. El amor al hijo es todo. Se apropia de su vida, le resuelve todo y lo solapa en todo. El hijo, ser inmaduro, cuyos límites los marcan sólo sus propios deseos, en la sociedad del éxito tiene que alcanzarlo con huachicol, corrupción o cualquier medio ilícito.

Pensar y hacer la tarea no es algo que le atraiga. Cumplir con las leyes es una muy estorbosa barrera a sus propósitos. Las mentiras de las que tanto la madre como el hijo están convencidos, son formas de persuasión, seducción, y en caso de emergencia, de evasión. Alcanzar “el éxito del poderoso”, ser admirado por todas y todos. Ése es el triunfo de la abnegación. A los otros hermanos se les deja en condición de menores de edad, siempre necesitados del apoyo del exitoso.

Valenzuela: “la mujer sacrificada es la que se niega a sí misma, la que acepta en silencio su invisibilidad. La mujer sacrificada es, también, la mujer sacrificable; condición límite del autoabandono, la mujer sacrificable ‘se juega la vida por su hombre’”. El estereotipo de madre-esposa, (¿la madre es casi la esposa, o la esposa tiene que actuar como madre?), ¿estará tan arraigado en las mexicanas que las hace aceptar este tipo de trabajos?, ¿Saldremos de la ruta marcada?

Encomiable la disculpa del Estado mexicano a Lydia Cacho. Nos sumamos a la exigencia de justicia para todas.

 

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