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¿Qué cambió en las mujeres?

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Mi madre nació en 1923 y se casó en 1945 a los 22 años. Sólo el 13% de las mujeres de su generación permanecía soltera a los 30 años. El 50% aproximadamente se casaba entre los 15 y los 19 años; el segmento al que perteneció Consuelo, que así se llamaba, representaba el 30 por ciento. Es decir, aproximadamente 80% de las jóvenes se casaba entre los 15 y los 24 años de edad, de esa generación nacida recién terminada la Revolución, según nos cuenta la académica Julieta Quilodrán Salgado*. No es sino hasta los años 60 cuando empieza a pensar en el matrimonio la generación que nació al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuando inicia muy lentamente una tendencia a aumentar la edad del primer matrimonio.

En las elecciones de junio pasado, las mujeres salieron a votar en una proporción notablemente mayor que los hombres. Las mujeres representaron el 53% de los votos y los hombres el 47 por ciento. Y aunque el voto de las mujeres por las dos coaliciones permaneció más o menos estable, aumentó en forma importante —7 puntos más que en 2018— el voto por otras opciones electorales. ¿Qué explica esta mayor participación política? ¿Qué hay más allá de las estadísticas que nos hablan de una mayor, pero insuficiente inserción laboral de las mujeres y de un aumento del promedio de edad en el que se casan o se convierten en madres? ¿Qué explica la eclosión del movimiento feminista, el asalto de las mujeres a las posiciones de poder y la rebelión contra el orden patriarcal? Un estudio fantástico de Claudia Goldin**, del Departamento de Economía de la Universidad de Harvard, analiza cualitativamente la influencia de la edad en la que se contrae nupcias en la percepción del papel del trabajo en la vida de las mujeres. Destaco algunas de sus conclusiones.

La sola inserción en el mundo del trabajo no nos da una explicación cualitativa del cambio de fase que ha habido en la percepción de las mujeres de sí mismas tanto en México como en la mayor parte del planeta. ¿Trabajar para complementar el ingreso de la pareja? ¿Trabajar mientras llegan los hijos? ¿Trabajar para adquirir un patrimonio? ¿Qué preguntas se hace una mujer respecto a la importancia de trabajar o no durante su vida adulta? Si el matrimonio o la vida en pareja se iniciaba muy temprano, digamos antes de los 24 años, era muy probable, nos dice Goldin, que el sentido de identidad como adulta se formara después del matrimonio y que, por tanto, una proporción importante de mujeres en este segmento adoptaban o se identificaban con un papel complementario a la vida profesional o laboral del esposo.

El matrimonio a una edad más cercana a los 30 años implica que el sentido de identidad se formó antes del casamiento. Es decir, que las preguntas básicas en cuanto a su papel en el mundo y la importancia de desarrollar una actividad productiva no se formulan única o principalmente con relación a ser una mujer casada y madre de familia. La opción laboral y/o el desarrollo profesional forman parte fundamental del sentido de identidad. Y de ahí se desprenden varias decisiones: invertir en la adquisición de habilidades, aumentar los años de educación, posponer y espaciar la llegada de los hijos o considerar a la maternidad como una opción y no una obligación.

Sin duda, el factor determinante en la tendencia a aumentar la edad del matrimonio es la llegada en los años 60 de la bendita píldora anticonceptiva y el abanico de herramientas para controlar la natalidad, derivado de un mayor conocimiento del ciclo reproductivo de las mujeres. Con la píldora y el control relativo de la fecundidad desaparece el primer incentivo al matrimonio temprano: la urgencia de la vida sexual activa.

En 1993, el promedio de edad de las mujeres en México al casarse era de 22 años. Para 2010, había aumentado a 26.2 y en la actualidad oscila entre los 28 y los 30 años. Son ellas las que están en las calles protestando, jóvenes cuyo sentido de identidad frente al mundo responde primariamente a la necesidad de contribuir positivamente a su entorno: trabajando productivamente, desarrollando una actividad profesional que las distinga, siendo madres, también, pero sin que sea la maternidad lo que dé sentido exclusivo a la existencia. Esas jóvenes no aceptan pasivamente los obstáculos al desarrollo de las opciones a las que quisieran dedicarse. No encuentran “natural” la violencia contra ellas ni la falta de oportunidades a su desarrollo. En México, la inserción laboral de las mujeres es apenas del 47%, una de las más bajas de América Latina, casi 30 puntos de diferencia con la inserción laboral de los hombres. He ahí una estadística atroz que debemos revertir.

 

*Un siglo de matrimonio en México, Julieta Quilodrán S., El Colegio de México

**The Quiet Revolution That Transformed Women’s Employment, Education and Family.

Claudia Goldin

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