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Los saldos intangibles de las elecciones

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Después de ver los números de quienes analizan los resultados de las elecciones como muy negativos para la alianza y para la oposición, llego a conclusiones opuestas. El argumento va así: “Zedillo perdió 61 curules en las elecciones intermedias; Fox perdió 55; Felipe Calderón perdió 63; Peña, 38, y López Obrador, 51, es normal el desgaste, no le hemos hecho nada”. He ahí la magia. Observen bien los números: no hay ningún salto, ningún quiebre, sino una continuidad con los gobiernos anteriores. Los números demuestran que el presidente López Obrador no es un fenómeno extraordinario. No es Quetzalcóatl transfigurado en Benito Juárez y resucitado en el tabasqueño. No es un acontecimiento transformador que se da cada tantos siglos y que, por tanto, puede darse licencias de todo tipo gracias a lo único y especial de su arribo al poder. El desgaste le hace mella como a todos sus antecesores. Es uno más.

Corrijo: el desgaste le hace mella como a casi todos sus antecesores. El presidente Carlos Salinas de Gortari, quien llega al poder mediante el fraude electoral del ‘88, recupera en las elecciones intermedias de 1991 60 diputaciones federales. Y le encarga al entonces presidente del PRI, Luis Donaldo Colosio, que lo haga limpiamente. Colosio gana las elecciones con herramientas no muy diferentes de las del Presidente actual: el uso de programas sociales e ingeniería electoral. Las gana también mediante una promesa intangible: formar parte del Primer Mundo mediante el novísimo Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Sí, adivinó usted: promete algo asquerosamente aspiracional que le gustó a la gente. Su promesa es más radical desde el punto de vista de una discontinuidad intelectual que la del actual mandatario. Transformar Estados Unidos, nuestro archienemigo secular, culpable de la pérdida de la mitad del territorio nacional y otras tragedias, en nuestro socio comercial. El PRI recibe en esa elección 58.7% de los votos, bastante más que el 38% que recibió el partido del Presidente en esta elección. Los dos tienen méritos: Salinas hace triunfar una marca dañada por el ‘88. El presidente López Obrador convierte a su partido, Morena, en una marca triunfadora en tiempo récord.

Me dirán los desencantados de las elecciones que la pérdida del aura de invencibilidad de Morena, uno de los intangibles a los que me refiero, no quiere decir nada en el pleno de la Cámara de Diputados donde tendrá 275 diputados para aprobar el presupuesto y otras iniciativas. Sí y no. El tamaño del castigo al Presidente y su partido en las zonas urbanas marca un límite a ciertos temas. A diferencia del primer tramo de su mandato, ahora hay poco tiempo para corregir e intentar ganar el voto de las clases medias sin el cual será muy difícil ganar la Presidencia en 2024. En la Cámara, el Presidente tiene los números, si no para desaparecer al Instituto Nacional Electoral (INE), lo que requeriría cambios constitucionales, sí, para modificar a su favor la ley electoral. ¿Se atreverá a hacerlo cuando la ciudadanía le dio la contra al respaldar al INE y reprobar la feroz campaña en contra del instituto y de sus consejeros? ¿Insistirá en cambios constitucionales —con los aliados que pueda conseguir— claramente de cariz autoritarios a pesar del castigo que trajo la Ley Zaldívar? ¿Porque tiene los votos se lanzará a llevar a cabo una reforma fiscal sólo con su coalición? En el pecado llevaría la penitencia.

Imposible de negar que la conquista de once gubernaturas es un avance muy importante para Morena. Y al mismo tiempo un gran reto: si lo hacen bien, habrá Morena para rato en esas regiones. Si lo hacen tan mal como lo han hecho a nivel federal, habrá un nicho importante para la oposición. Porque lo que revela el castigo al partido del presidente en las zonas urbanas de la Ciudad de México, Estado de México, Monterrey, Hermosillo, Puebla y otras es que sí cuentan los errores: los electores acusan recibo del maltrato presidencial, un cambio notable y reciente.

El efecto teflón que perdonó al Presidente todos los excesos del primer año y medio —cancelación del nuevo aeropuerto, desaparición de estancias infantiles, acusaciones de corrupción a toda la burocracia estatal, militarización del país, desaparición de los fideicomisos vinculados a ciencia y educación, ataques a la prensa que investiga y a la sociedad civil organizada— se ha desgastado notablemente. Y una termina tirando el sartén cuando el recubrimiento desaparece.

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