Logo de Excélsior                                                        

La demagogia mata

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Imagine que repentinamente hay una gigantesca inundación. El primer mandatario recorre la región afectada desde un helicóptero. Contempla el inmenso valle con vastas zonas completamente cubiertas por el agua, imagina las decenas de miles de muertes y observa cómo el agua va subiendo minuto a minuto amenazando a más poblados. Cuenta con un número limitado de personal de emergencias para el tamaño del desastre. Pero tiene un corazón justiciero. Decide ayudar primero a las personas que viven en las zonas altas, cuya vida no corre peligro, pero a quienes rara vez visita el personal de emergencias. “Es justo que en esta ocasión sean los primeros”. ¿De veras?

Para decidir cuál es la mejor estrategia para derrotar a un enemigo como  covid-19 lo primero que hay que decidir es qué objetivo se quiere alcanzar. Idealmente se quiere lograr una situación en la que el virus no tenga suficientes huéspedes en los cuales replicarse, la famosa inmunidad de rebaño. Ésta se alcanza cuando aproximadamente un 70% o más de la población sea inmune, ya sea porque ha sobrevivido a la infección o porque ha sido vacunada. La siguiente interrogante examina las herramientas para lograr ese objetivo: suficiencia de vacunas, infraestructura para su preservación y distribución, etcétera. Si estas herramientas son escasas, como sucede en nuestro país y la distribución de capacidades es altamente irregular, la siguiente pregunta es, ¿cuál es la forma más eficaz de usar estos recursos relativamente escasos para alcanzar lo más rápidamente posible la meta de la inmunidad de rebaño? Enfatizo “lo más rápidamente posible” porque cada día que nos tardemos en alcanzar la meta cercana al 70% de población totalmente vacunada (con dos o una dosis, según sea el caso) se traducirá en un mayor número de muertes que podrían haberse evitado.

Para reducir el número de muertes hay que acudir a vacunar ahí donde el índice de contagios es mayor y donde la letalidad llena de luto a comunidades enteras: barrios, cárceles, fábricas, mercados, etcétera. Según la información provista por el gobierno, esto se manifiesta en los centros urbanos y no en poblados alejados en los que, en general, la virulencia de la pandemia es reducida. El Presidente quiere hacer, con los limones amargos que tiene —la escasez de vacunas—, limonada. Impulsar la imagen de un mandatario compasivo que lleva las vacunas ahí donde hay una pobre infraestructura de salud... aunque haya un número muy limitado de contagios, como en el ejemplo de las zonas altas de la inundación.

¿Qué es más compasivo? ¿Acudir a Batopilas, en lo más profundo de la Sierra Tarahumara, donde ha habido 5 casos, o concentrarse en Ciudad Juárez, con el mayor número de contagios? ¿Dedicar recursos a poblados en los que no ha habido casos en vez de vacunar a todo el personal de salud, tanto en el sistema público como en el privado? ¿Dejar para el último a Iztapalapa, la alcaldía más poblada de la CDMX?

En México, con 126 millones, la población que aún no puede ser vacunada, la de 0 a 17 años, es aproximadamente de 37 millones, el 34% de la población. Lo cual quiere decir que resta un porcentaje de adultos levemente inferior a la inmunidad de rebaño, 66 por ciento. Para la primavera de 2022, fecha en la que el gobierno espera terminar la vacunación, esta población será de 39.4 millones de personas. Ello quiere decir que todo el resto de adultos, 91.2 millones, tendría que estar inmunizado (por vacunas o inmunidad reforzada por vacuna). Las farmacéuticas hacen pruebas con adolescentes y Sinovac con niños desde los 3 años. Pero este proceso de certificación llevará meses. En México se requerirían 172 millones de dosis, y por tanto vacunar diariamente durante un año a cerca de 450,000 personas. Desplazarse a zonas alejadas por argumentos demagógicos lentifica el proceso y da ventajas a la propagación del virus.

La exigencia de la mayor rapidez posible a fin de evitar el mayor número de muertes es imprescindible porque todavía hay muchas interrogantes científicas no resueltas. Cito a la revista Nature: 1. No hay evidencia contundente de si las vacunas impiden la transmisión de la infección. Sabemos que son muy eficientes en disminuir radicalmente la enfermedad sintomática y la muerte, pero no se está seguro si realmente bloquean la transmisión de la infección. 2. No sabemos todavía cuánto dura la inmunidad obtenida por haberse contagiado o por la vacuna. Si dura apenas unos meses, un año le dará tiempo al virus para atacar a la población cuya inmunidad habría disminuido.

3) Tampoco sabemos si las vacunas serán eficientes contra las nuevas variedades que se desarrollan con pasmosa regularidad. Es posible que, eventualmente, el virus seleccione y “prefiera” desarrollar variedades que resistan a las vacunas y contra ello hay que prepararse.

La prioridad es salvar vidas. Para ello es fundamental que se escuche a la ciencia y a las entidades federativas con mucha experiencia en campo y que las decisiones no sean tomadas por un solo hombre. La demagogia mata.

Comparte en Redes Sociales