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Kámala, 148 años después

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Hay que decirlo sin ambages: las mujeres derrotaron a Donald Trump y eligieron a Joe Biden. Si las mujeres tuvieran restringido su derecho al voto, como todavía se les escamotea en regiones del sur de Estados Unidos, no hay duda de que el voto masculino le hubiera dado al actual presidente cuatro años más. La masculinidad tóxica del actual ocupante de la Casa Blanca tiene muchos seguidores y seguidoras. Después del caos y el desastre que ha sido la actual presidencia de Trump, éste ganó 5 millones más de electores. La participación electoral en este 2020 fue la más alta en 120 años, 70 millones votaron por Trump, 75 millones por Biden, 9 millones más que durante la elección de 2016. Los dos candidatos aumentaron el caudal de votos para sus partidos, pero las mujeres salieron a votar en proporciones mayores.

Es simplista decir que la candidatura de la senadora Kámala (así se pronuncia, con acento en la primera a) Harris fuera el factor principal que atrajo ese voto mayoritario femenino. La historia comienza antes: la fuerza mayoritaria de la participación electoral de las mujeres desde 1984, su participación histórica en 2016, la preferencia abrumadora por Biden: 56% vs. 39% para Trump, según encuestas, lo que obligó a la campaña de Joe Biden a prometer que elegiría a una mujer como compañera de fórmula. Y Biden no se equivocó: una mujer brillante, bien articulada, conocedora de los temas que importan a las mujeres, con sed de poder, atractiva, hija de inmigrantes, de color, con una impresionante carrera de ascensos y una actuación muy destacada en el Senado, aportó energía y juventud a la campaña del demócrata, que este mes cumplirá 78 años. Es importante recordar que Biden prometió no ser candidato para un segundo turno. De tal manera que el mensaje es claro: Kámala puede ser la candidata presidencial demócrata para 2024.

Y todo comenzó un 1ro de noviembre de 1872, cuando Susan B Anthony y otras 14 mujeres más lograron registrarse como votantes en la barbería que servía como oficina electoral en Rochester, Nueva York. Apenas cuatro años antes se había aprobado la 14va enmienda constitucional que reconocía como ciudadanos “a todos los nacidos o naturalizados (incluyendo exesclavos) en los Estados Unidos” y garantizaba para estos “protección igualitaria ante la ley”. Estas mujeres satisfacían ambas condiciones, habían nacido en EU o se habían naturalizado y, por tanto, debían ser reconocidas como ciudadanas y tener derecho al voto. Pero después de votar, Susan fue detenida por la policía, esposada, arrestada, declarada culpable de haber votado “ilegalmente” y multada con cien dólares. En el siglo 19, las mujeres éramos en las constituciones, tanto de México como de Estados Unidos, menos que ciudadanas, menos que seres humanos completos y se nos comparaba legalmente con borrachos y los incapaces mentales. A los ojos de quienes las redactaron, todos hombres, éramos menores.

Hasta antes de las elecciones de 1984, la participación electoral de las mujeres en los Estados Unidos era marcadamente menor que la de los hombres (67-72, respectivamente), pero esa tendencia se revirtió a partir de 1984. En 2007, Nancy Pelosi fue electa presidenta de la Cámara de Representantes, varios estados eligieron por primera vez legisladoras, senadoras o procuradoras. Con todo, la actual legislatura norteamericana apenas tiene 24% de mujeres y apenas 22% de legisladores (hombres o mujeres) de color. Kámala Harris fue la segunda senadora negra.

Para esta elección, los demócratas desarrollaron una estrategia en aquellos estados que perdieron en 2016 o que podían arrebatar a los republicanos dirigiendo su campaña a conjuntos de mujeres cada vez más específicos. Con la excepción de las mujeres blancas sin educación.

Superior que favorecen a Trump, la mayoría de los distintos percentiles o subgrupos de mujeres favorecían a Biden. Había que promover mayor participación electoral y más mujeres que hubieran votado por Trump, pero que pudieran cambiar. ¿Por qué votar por el presidente que desapareció el Consejo de la Casa Blanca para temas de Mujeres y Niñas, que revocó decretos a favor de lugares de trabajo seguro para las mujeres y que con el nombramiento de una jueza ultraconservadora en la Suprema Corte amenaza el derecho a la interrupción del embarazo, otros derechos reproductivos y, sobre todo, el derecho a la salud.

Por ahora funcionaron las herramientas electorales de la democracia norteamericana utilizadas con maestría por un sector de la población ofendido sistemáticamente por el presidente Trump, misógino consumado. Pero las elecciones del 2 de noviembre dejan la sensación de habernos asomado al abismo casi sin la esperanza de no caer. Queda en el alma todavía el espanto.

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