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Ingreso Básico Universal, crédito y deuda para no decrecer

Cecilia Soto

Cecilia Soto

En una de las escenas imborrables de El mercader de Venecia, de William Shakespeare, Shylock, el prestamista, le dice así a Antonio, el mercader: “Págame con una libra de tu carne del lugar de tu cuerpo que yo escoja”, en caso de un eventual incumplimiento de un crédito. Al leerla con un escalofrío, una la deja pasar como una exageración útil del bardo inglés en su obra contra la usura. Pero en realidad esa obra, como tantas de Shakespeare, ha permanecido actual porque refleja verdades inmutables. Una de ellas, la realidad humana detrás de las transacciones económicas. Así, cuando se proyecta una caída del PIB mexicano de entre el 4% y el 2% debido a la crisis económica agravada por la pandemia del #coronavirus, hablamos de cientos de miles de trabajadores que durante las peores semanas de la crisis sanitaria dejarán de recibir ingresos o que estos disminuirán drásticamente; de cientos de miles de pequeños comerciantes que, aunque salgan a la calle desafiando el #QuédateEnCasa, no encontrarán compradores; de miles y miles de productores que no podrán vender sus mercancías, de miles y miles de empresarios con órdenes de compra suspendidas, con créditos que no podrán pagar y que cada una de estas consecuencias resumidas en una cifra impersonal, tendrá nombres y rostros y hogares profundamente afectados.

En realidad, los niños y niñas de México sí pagan “con una libra de su carne” los errores o imponderables económicos que afectan al país. Durante la crisis económica desatada en diciembre de 1994, el PIB mexicano tuvo una caída del 6.5% y de un año para otro 16 millones de mexicanos ingresaron a la pobreza. Pero hubo otra manera de medir y traducir estas cifras. En 1994-1995 se realizó el Primer Censo de Peso y Talla en niños mexicanos de 6 a 9 años que ingresaron a la primaria. Las cifras se pudieron comparar con las de un primer ejercicio censal de Peso y Talla en 1993. El censo de 1994/1995 encontró una caída de 2 cm en la talla de los niños mexicanos. En una situación de estrés nutricional, el cuerpo protege a los órganos vitales como cerebro, corazón e hígado a costa de otros aparentemente menos vitales como huesos y músculos, de ahí la pérdida de estatura.

De tal manera que cuando desde la Federación se decretan medidas para evitar la propagación del contagio, los gobiernos estatales y municipales tienen la responsabilidad de calibrar esas medidas e implementarlas localmente, de tal manera que se minimicen los llamados “efectos no deseados”. Por ejemplo, para evitar el contagio se cierran las escuelas, estancias infantiles, etcétera. Sólo que en las regiones muy pobres, los albergues indígenas y las escuelas multigrado administradas por Conafe son, antes que el lugar al que los niños van a aprender, el lugar a donde van a comer una, dos y hasta tres comidas. Esos niños son parte del 2% promedio nacional con desnutrición grave, pero que se convierte en 10% en los niños y niñas indígenas. Para 2016, 21.4% de los niños mexicanos tenían desnutrición leve (33% en niños indígenas); 7% desnutrición moderada (19.6% en niños indígenas). La crisis llega precisamente en la temporada en la que en las regiones de autoconsumo se han acabado las reservas de maíz, cuando ha habido buena cosecha o cuando esos hogares ya llevan dos o tres meses dependiendo de programas de ayuda gubernamental, cuando los hay o cuando logran llegar.

Debemos impedir a toda costa que la crisis económica inminente vuelva a consumir las capacidades físicas y cognoscitivas futuras de la infancia mexicana. La implementación emergente de programas regionales de un Ingreso Básico Universal que complemente el ingreso de las familias puede ser un importante elemento para que lleguen proteínas y nutrientes a los hogares. Me adelanto a la pregunta obvia: ¿De dónde saldrán estos recursos? Saldrán de pensar como si estuviéramos en una economía de guerra. ¿Qué es lo prioritario? Nuestros niñas y niños. Otros proyectos deberán esperar.

Y si pensamos en economía de guerra, guerra contra el empobrecimiento y el caos económico, entonces debemos guardar en el cajón con llave aquellos criterios económicos para tiempos plácidos y normales. ¿Superávit primario a fuerza? Pensémoslo mejor. ¿Cerrar la banca de desarrollo a las empresas grandes? Pensémoslo mejor. ¿No endeudarnos por un eslogan de campaña? Pensémoslo mejor. ¿Que el Banco de México sólo puede bajar tasas de interés, recomprar bonos y usar reservas para medio defender al peso? Pensémoslo mejor. ¿Que el SAT perseguirá a grandes deudores? ¿Será éste el mejor momento? ¿Que los bancos no merecen ayuda y son los malos de la película? Pensémoslo mejor porque, detrás de cada cifra, hay miles, millones de mexicanos a quienes tenemos que responder.

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