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Aquí mando yo, ¿aquí mando yo?

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Hace poco más de un año, el 29 de octubre de 2018, el entonces Presidente electo afirmó en un acto montado con una cuidadosa escenografía: mesa con libro titulado ¿Quién manda aquí?, grandes bustos de Benito Juárez y Morelos, foto diminuta de Lázaro Cárdenas, bandera con el águila de Morena en vez del escudo nacional, etcétera, que no se construiría el aeropuerto de Texcoco, que respetaría los resultados de la nano consulta realizada al respecto y que, sobre todo, se entendiera que él mandaba.
El aeropuerto de Texcoco no se construirá, las retroexcavadoras del Ejército desalojan mamuts de los terrenos de Santa Lucía y se procede diligentemente a cumplir las instrucciones presidenciales. Conclusión: el Presidente manda.
Pero lo que han demostrado estos 13 meses es que la economía entiende otro tipo de lenguajes, de simbología, de mensajes, de órdenes.

Ayer domingo los tres economistas distinguidos con el Nobel de Economía, Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer, dieron sus discursos de aceptación del premio.
La experiencia que dio lugar al nuevo enfoque de la economía del desarrollo, la del abordaje experimental, es el citado por Michael Kremer. Al regresar a Kenya después de haber terminado su doctorado en Harvard, Kremer fue invitado por una ONG conocida a evaluar un experimento diseñado para mejorar la educación básica. Entre dotar de mejores recursos a las escuelas o dar más incentivos a los directivos de éstas, la ONG se decidió por el primer enfoque, dotando a los alumnos de libros de texto gratuitos. Inmediatamente simpaticé con el experimento y adiviné los resultados a favor del grupo que sí contaba con la indispensable ayuda de los libros de texto en comparación con el grupo de control que carecía de estos.

Pero todas las evaluaciones que se hicieron derrotaron la intuición de los bien intencionados economistas y lo que dictaba el sentido común: que los libros serían indispensables para lograr un avance significativo en el rendimiento escolar. Lo importante de esa experiencia es que en vez de decidir que la realidad estaba mal, que los resultados no podían tener valor y que había que insistir en dar libros, la ONG cuestionó sus premisas. Poco tiempo después encontró que dar medicina contra las lombrices intestinales aumentó en 25 por ciento la asistencia escolar. Después, investigadores sugirieron que cobrar una pequeña cantidad simbólica por la medicina anti lombrices empoderaría a los padres y aumentaría el número de niños tratados. Pero se hizo el experimento y sucedió exactamente lo contrario.

Nuestro sentido común dice “si una idea es buena y bien intencionada, ¿por qué no ha de funcionar?”.
Por muchas razones o sin razones, como lo muestran las tercas cifras de persistencia de la pobreza en nuestro país.
El abordaje experimental de los nuevos laureados se enriquece con los hallazgos de la llamada economía conductual, cuyo fundador fue premiado con el Nobel en 2006 y que profundiza, cuestiona y elabora aquello de que los agentes económicos somos racionales.
¿Lo somos?

El Presidente piensa que un capitán con un mandato claro y fuerte basta para mover la economía. Ésta le dice que no. El Presidente piensa que dinero en manos de la gente moverá la economía interna y ésta a su vez será el motor del crecimiento del PIB. Y este terco prefiere el cero. El Presidente piensa que la economía se mueve por las acciones del Ejecutivo federal y recorta el presupuesto y fondos que se ejercen por entidades federativas y municipios, a los que asocia con corrupción. El Presidente cambia su discurso y pide a la iniciativa privada que invierta. Pero la nueva inversión sigue anoréxica.

La economía mexicana de este siglo 21 es grande y compleja y en su urdidumbre participan miles, millones de protagonistas.
Éstos son los que mandan. Usted, yo y millones como nosotros; los pequeños y los grandes inversionistas nacionales y los inversionistas extranjeros que nos comparan fríamente con otras oportunidades de inversión.
A la economía la mueven decisiones pequeñas y grandes de consumo y de inversión que se desarrollan en el territorio, muchas veces a contrapelo de decisiones centralistas.
 ¿Quién manda aquí? La pregunta misma es obsoleta.

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