Honor, vergüenza y culpa

Carlos Ornelas
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Algo anda mal en la educación de nuestro México.

                LeoBaldo García Orrante

 

LeoBaldo García Orrante es profesor de ciencias políticas en la Facultad de Derecho de la Universidad Juárez del Estado de Durango, también tiene una columna de análisis político en El Sol de Durango. Lo respeto por su agudeza y comprensión de los fenómenos que estudia.

La semana pasada sostuvimos una charla amena y fructífera. Tomé nota de la frase que abre esta entrega y, a grandes rasgos, resumo su aprensión: “¿Cómo es posible que los líderes de todas las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación estén tan contentos?, ¿qué obtienen del gobierno de Andrés Manuel López Obrador que los calma?” La duda mayor que expresó LeoBaldo es porque los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación están calladitos, ellos tan dados a la movilización.

Cavilé que, además de las más de 170 mil plazas que la Secretaría de Educación Pública asignó a maestros interinos que no pasaron por ninguna prueba y una retórica que los pone en el pináculo de la honra nacional, hay otro movimiento subterráneo para recolonizar el mando en la educación básica. El propósito: volver a los viejos tiempos del régimen de la Revolución mexicana, donde los jefes de las camarillas gobernaban en la educación, pero rendían tributo al presidente en turno.

En el blog de Javier Rambaud encontré una pieza, “Culturas de honor-vergüenza y culturas de culpa”. La práctica dentro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, en especial la de sus líderes, está podrida. A cambio de sumisión al presidente en turno y ser “plomeros electorales” (Carlos Jonguitud dixit), obtuvieron mercedes sin fin. La más importante: determinar la trayectoria profesional de los maestros.

Una vez que el egresado de una normal obtenía una plaza (pago de por medio), entraba a una jaula de hierro burocrática (la frase es de Max Weber), de la que era —y es— difícil salir. Nadie les pregunta si quieren ser parte del SNTE, pero les descuentan el 1% de su salario como cuota sindical y les imponen reglas que nada tienen que ver con la legalidad.

En cambio, los líderes de las camarillas disfrutan de canonjías y poder. Y van por más: sin honor ni vergüenza ni sentimiento de culpa.

El honor en las relaciones sociales implica aceptación personal de atributos morales como deber, virtud y mérito, que trascienden al ámbito familiar y viceversa, de la familia a la sociedad. En las culturas de vergüenza, el método de control social se basa en los principios de orgullo y honor, se inculca temor a la exclusión social cuando se viola alguna norma. En las culturas de culpa se infunden sentimientos de pecado por conductas que el individuo asume como indeseables.

Hoy, los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación parece que van en caballo de hacienda. Son favoritos del Presidente y condicionan a la Secretaría de Educación Pública, reconquistan espacios en Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán. Pero no entierran hondo sus hachas, pronto los veremos marchando de nuevo sin temor a la sanción pública, menos a la del gobierno.

La vieja guardia, sin nada de vergüenza, quiere escalar de nuevo –si se pudiera– al mando. Rafael Ochoa ya está en Morena. “Bienvenido, maestro Ochoa. La fuerza del magisterio nacional es un activo indispensable para la consolidación de la Cuarta Transformación”, dijo la señora Polevnsky.

La excepción: Elba Esther Gordillo lamenta haber sido artífice de la victoria de Enrique Peña Nieto en las elecciones de 2012. Dijo sentir mucha culpa “porque no puedo negar que fui responsable de que fuese electo” (El País, 17/02/2020). ¡Órale!

Alfonso Cepeda Salas no se queda atrás. Según el comunicado 06-2020 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación: “La nueva democracia en el SNTE será, además, nuestra contribución a la libertad y democracia sindical, al cambio de régimen que impulsa el presidente López Obrador”. No se midió: subordinación sin recato.

En resumen, honor, vergüenza y culpa no son atributos de los líderes del sindicato de maestros.

Quizá sea ese el mayor problema de la educación de este país.

 

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