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Entre textos, recortes y disidencias

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

Se podrán decir muchas cosas de la política educativa mexicana, pero no que sea clara, congruente y que sus ejecutores se apeguen a la ética de la responsabilidad. Está cargada de sombras —también de algunas luces— medidas ilógicas y pocos responden por sus actos.

Vi una nota en la prensa de que la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos había concluido la elaboración de la nueva generación de ejemplares de educación cívica y ética de primero a sexto de primaria (La Jornada, 19/09/20). El reportaje de Laura Poy Solano resume contenidos y actividades principales de cada uno.

Visité la página de la Conaliteg y consulté el de primer año. Pienso que está muy bien hecho, el contenido es sencillo, con gráficas y fotografías, donde aparecen niños y familias de todos los segmentos sociales y etnias del país. Hay un trabajo de edición que combina imagen con texto y entrega una edición de calidad. Además, en casi cada página sugiere actividades para reforzar lo que se supone que es importante que el alumnado aprenda.

 

 

 

Por ejemplo, pone el acento en la humanidad de cada persona, las similitudes y diferencias, lo social y lo individual, necesidades y satisfactores, tradiciones y derechos, conflicto y convivencia, acuerdos y autoridad. En suma, le veo activos, pero es extenso y subyace el supuesto de que los niños ya saben leer y entienden palabras que no son de uso cotidiano, ni aún los de clases medias urbanas cuyas familias poseen capital cultural. Por ejemplo, valoración, moderador, igualitario, similares y otras más.

No digo que los pequeños sean ignorantes o incapaces de aprender, pero me parece difícil que asimilen 115 páginas de conceptos y tareas. Son más de ocho mil palabras en total.

Luego viene la otra parte: la capacitación de docentes para el abordaje de los nuevos materiales. No hay presupuesto; además los maestros de las normales y de la Universidad Pedagógica Nacional se sienten defraudados porque no encuentran correspondencia entre las bellas palabras que les dirigen el Presidente y el secretario de Educación Pública, mientras ponen a sus escuelas al borde de la bancarrota.

Resumo una charla extensa que tuve con un maestro: “Sí, se oye bien que la Nueva Escuela Mexicana se proponga valorar el trabajo de los docentes en las aulas, que evite la evaluación punitiva, pero no les provee acompañamiento pedagógico para elaborar estrategias didácticas. Podrá haber buenos programas y libros de texto, pero si no hay actualización no veo cómo le podremos hacer”.

Cavilo que los maestros agrupados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación no son los adversarios principales de la Nueva Escuela Mexicana; se oponen a ella, sí, reclaman y se movilizan como siempre y, aunque el Presidente se reúna con sus líderes, siguen en las mismas, con todo y la pandemia encima. El enemigo importante, el que de veras causa daño en todo el sistema y no nada más en territorios de la disidencia, es la denominada austeridad republicana. El Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía desfondan el presupuesto para educación, salud y…

Llegamos al estadio en que se confunden las mañaneras con rendición de cuentas y las homilías presidenciales con información del hacer del gobierno. Cierto, ahora tenemos el coronavirus encima y la Secretaría de Educación Pública respondió con Aprende en Casa II. Fue una solución urgente y que, a pesar de muchas críticas, entrega resultados. Pero ¿qué de lo demás?, ¿quién va a responder por el descalabro presupuestal para la educación?

El primer requisito —claro, en una situación ideal— de la congruencia de la política gubernamental es alinear los hechos con las palabras. La oratoria del Presidente y los boletines de la SEP exudan optimismo, arrojan frases acarameladas y prometen mucho, pero al momento de asignar recursos las palabras se despedazan.

No obstante, los nuevos libros de texto de formación cívica y ética son bonitos.

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