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Educación incluyente en jardines de niños

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

El artículo 3 de la Constitución establece, entre otros criterios, que la educación será inclusiva, aunque quiere decir incluyente (fracción II, inciso f). Se refiere a que en las escuelas regulares se preste atención a alumnos con discapacidades físicas o mentales o con capacidades diferentes. Además, plantea otros fines que son congruentes con la concepción de que la educación es un derecho humano fundamental. Son propósitos loables y manda a las leyes reglamentarias normas para el hacer concreto de las escuelas, los docentes y las autoridades.

Pero la inclusión de los diferentes en las escuelas regulares no es nada sencillo, requiere de acciones no nada más de normas. Los planteles no están equipados, ni los docentes reciben la capacitación debida, con todo y que a lo largo de la historia se han logrado ciertos avances, en especial desde la instauración del Servicio de Asistencia Técnica a la Escuela (SATE), cuyo objetivo es desarrollar mecanismos para favorecer el funcionamiento de la escuela y fortalecer su capacidad de gestión. Lo hace, con acciones de apoyo, diagnóstico, asesoría y acompañamiento a maestros, aunque con carencias.

Sin embargo, conforme lo documentan innumerables trabajos de investigación, la educación incluyente no se abre camino con facilidad en las escuelas regulares. Hay muchos factores que explican las fallas, uno de ellos es la organización escolar o, como apunta Carolina Guadalupe Díaz Fernández, la construcción institucional de la organización incluyente.

Carolina Díaz escribió un reporte de pesquisa de campo para obtener su grado de maestría en Desarrollo y Planeación de la Educación en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, El jardín de niños: retos para avanzar hacia una educación incluyente. Su informe-ensayo contiene un argumento coherente que captura el problema y despliega un análisis sistemático. Además de la revisión de la literatura procedente, recogió pruebas de primera mano. A pesar de que no perseguía hacer comparaciones, las hizo y resultaron importantes. Su escritura es llana y comunica con notable economía de palabras.

Su investigación se basó en dos jardines de niños de Mapimí, Durango; sus conclusiones alientan el ánimo. Cuando hay cierto éxito, es decir, se alcanza alguno de los objetivos, se debe, en primer lugar, a la actividad de los docentes, quienes, a pesar de la falta de capacitación para atender a personas con discapacidades, hacen su mejor esfuerzo. También para inculcar aceptación y tolerancia por los diferentes entre todo el alumnado. En segundo lugar, al liderazgo de las directoras. Y, en tercer lugar, a la colaboración entre docentes y padres de familia.

Carolina hizo un recorrido teórico a partir de la Educación para todos, la consigna que nació en la reunión de la Unesco en Jomtien, en 1990, se continuó en Dakar, en 2000, y luego en Inchon, en 2015. Además, sintetiza posturas de diversos autores que han trabajado el asunto.

La averiguación empírica fue la parte medular de su labor. Realizó su trabajo de campo con la aplicación del Índice de Inclusión (Index), un instrumento probado en otras latitudes y en México en primaria y secundaria. Abarca varias dimensiones: crear una cultura incluyente, políticas adecuadas y desarrollar prácticas apropiadas. Entrevistó a directoras, docentes y padres de familia; observó actividad en las aulas e hizo descripciones rigurosas de sus casos; luego sistematizó sus hallazgos.

Además, puso en juego su experiencia vital como maestra frente a grupo y postuló que el jardín de niños debe ser un espacio que permita a su comunidad sentirse parte importante de la sociedad; ser una escuela que fomente la igualdad de oportunidades por medio de cambios en su estructura física y organizativa. De esta manera, concluye con convicción, compensar inequidades y convertirse en una institución clave para favorecer la inclusión social.

¡Grandes desafíos para autoridades, escuelas y maestros!

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