Sin alternativa

Carlos Carranza
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Hay palabras que se convierten en un lastre. Términos y discursos que se erosionan con rapidez y se alejan del sentido primordial de su significado, que se mueven entre un sinsentido y lo obtuso en quien lo pronuncia. Y, no obstante, también pueden llegar a convertirse en la punta de lanza de una fe cuya irracionalidad y subjetividad está a prueba de cualquier cuestionamiento. Esto es justamente lo que ocurre entre quienes pertenecen al mundillo político de nuestro país y toda la sociedad.

Quienes se quedaron atrapados en su propia ilusión son los miembros de la pretendida oposición. Son presas de un discurso simplón que se conoce a la perfección, sin ideas ni propuestas que nos lleven a creer que son dignos representantes de un sector social que se muestra crítico y, muchas veces, inconforme con las acciones del actual gobierno. Ellos son el ejemplo más claro y añejo de cómo un discurso —en palabras o en su imagen— pierde sentido y se convierte en un eco que persiste gracias a la gente que ha votado por ellos, más por necesidad que por convicción.

Sus intereses de partido —sin mencionar los personales— terminaron por imponerse en la conformación de las plataformas electorales del pasado mes de junio; aunque en muchos lugares sí lograron aparecer como una misma coalición, en muchos otros cumplieron a la perfección con el sistema de partidos que padecemos en este país, la atomización del voto que sólo favorece a quien detenta el poder mediante el uso de los programas sociales como principal bandera electoral.

En su momento lo hicieron el PRI y el PAN. Y, actualmente, Morena actúa de la misma manera e inclusive ha perfeccionado el presidencialismo y la idea del caudillismo que parecen formar parte del mapa genético del mexicano, caray.

La oposición, que hoy tendría una tarea de suma importancia frente a un gobierno que sólo funciona como una maquinita electorera, es una pálida sombra que arrastra un pasado que ni un sicoanalista podría ayudarles a resolver. Su cercanía con la gente que vota se erosionó a lo largo de sus administraciones: historias de corruptelas, personajes impresentables, le pusieron tela transparente a la venda que cubre los ojos a la alegoría de la justicia, etcétera. Incapaces de renovar su discurso, han creído que con el enojo de la gente sería suficiente: omitieron el uso de recursos públicos que ellos mismos perfeccionaron para incidir en el resultado de las votaciones. Y, algo más importante, ese sentimiento de mucha gente también los incluye a ellos. ¿Por qué hoy tendrían que ser diferentes si durante décadas llevaron al país a lamentables niveles de pobreza, injusticia y desigualdad? Su apuesta fue muy barata: confiar en que sería suficiente con promover no votar por el actual partido oficial. Les ha quedado muy grande esta contienda electoral al no lograr ser una voz que represente una verdadera oposición en este sistema de partidos tan mediocre que, insisto, padecemos en nuestra sociedad. No hay más alternativas, al parecer.

Ha pasado un mes desde las elecciones y los resultados son muy evidentes. Treinta días desde que se vislumbró algo de lo que podría ser un preámbulo de las siguientes elecciones presidenciales. Ya sé, ustedes podrán decirme que aún no toman posesión en los nuevos cargos y un largo etcétera. Y, en cierta manera, tienen razón. Sin embargo, el tiempo para cambiar su discurso, para consolidarse como una opción más viable ante los ojos de una sociedad que no les cree mucho, promover otros rostros y personas con mayor inteligencia que pueda vincularse con la sociedad, ese tiempo, se les agota día con día. Claro, son más importantes sus intereses. Mientras tanto, el partido oficial no dejará pasar esta lección y afinará su maquinaria electoral, el uso de los recursos públicos con fines propagandísticos y López Obrador atizará su discurso flamígero, pendenciero y rastrero que le ha dado tan buenos dividendos en una sociedad que le seguirá cobrando facturas a los partidos que hoy son un remedo de oposición.

Sí, como sociedad, estamos en medio de un laberinto que no tiene salida, al parecer. Nos toca diseñar otras alternativas, sin duda.

 

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