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Nuevo catecismo de ambigüedades

Carlos Carranza

Carlos Carranza

 

No podía ser de otra manera. Cada una de las acciones del presente gobierno serán observadas desde la polarización que, como estrategia de comunicación y posicionamiento mediático, el primer mandatario se ha encargado de atizar. Así, cada movimiento levanta un claroscuro en la percepción de la sociedad que está atenta a las decisiones que se toman desde el Palacio Nacional. Más allá de los tirios y troyanos que pueden levantar la polvareda de la subjetividad e inundar todo medio de comunicación con sus posturas, ha sido difícil afincar la distancia necesaria para realizar un análisis certero y objetivo del presente gobierno. Se experimenta esta complicación cuando los datos, las ideas y cada una de las decisiones que corresponden a diferentes áreas del gobierno pasan por el embudo en el que se ha convertido López Obrador.

A juzgar por la dinámica establecida en las conocidas mañaneras y en algunas decisiones de distintos miembros de esta cuatro te, no es posible contravenir las líneas dictadas desde una tribuna que se ha caracterizado por ser la exposición de los prejuicios y la irracionalidad. Parecería que la independencia no es algo que conozcan los miembros del actual gobierno, pues están sujetos a la sonrisa o al espaldarazo de aprobación que brinda su totémico líder, de su ideología y la visión del mundo, sus intereses y ofuscamiento. Baste con escuchar las palabras llenas de complacencia de todos los miembros del gabinete cada que toman el micrófono.

Así se ha determinado una visión de la realidad que, día con día, se ha decantado desde hace más de dieciocho años. Sin embargo, mientras las ideas estaban sujetas a consolidar actos de campaña y la imagen de un candidato a la Presidencia, quizá se calculaba de mejor manera el impacto de sus palabras; claro, estaba en juego una elección. Luego de conseguir la Presidencia en el 2018, López Obrador convirtió cada uno de sus actos en la potencial exposición de una subjetividad que se afinca en un discurso ambiguo y con un tufo doctrinal que en ocasiones ha borrado esa línea que separa la dimensión y las acciones del Estado con respecto al ejercicio de cualquier práctica religiosa.

Lo curioso: aquellos que en su momento eran los francotiradores del vínculo que establecieron Vicente Fox o Felipe Calderón con la religiosidad católica, hoy aplauden los desatinos de quien, en el papel, podría cambiar esas prácticas al ser un personaje que representaba un pensamiento de izquierda y progresista.

Así, los trinos han cantado el nuevo logro que resume y decanta la ideología del primer mandatario y, por increíble que parezca, de sus correligionarios: la aparición de la Guía Ética para la Transformación de México. Documento aspiracional y lleno de incongruencias. Desde el planteamiento inicial, fieles al guion, se deben repartir las culpas y sin asumirse como parte de aquello que han señalado. No olvidemos que quienes hoy gobiernan el país también han sido parte de esas estructuras de poder que, gracias al aire renovador y milagroso que —nos vamos enterando— conlleva la Presidencia, hoy son los que se erigen como los referentes de la transformación.

El documento es una colección de ambigüedades que está más cercano a un texto doctrinal y religioso que tendrá que ser interpretado por sus exégetas: es como un catecismo que apuesta a ser cercano a una sociedad acostumbrada a ese lenguaje, a esas homilías.

Pero debemos reconocer algo: en cada página, la guía ética del gobierno nos muestra aquello que será su propia redención: señala lo que, precisamente, muchos de sus miembros y las decisiones de la cuatro te no cumplen a cabalidad. Quizá así inicie su proceso de redención y perdón.

Pongamos un ejemplo, “La difusión y el reforzamiento de valores éticos permite superar rupturas y fracturas, fortalece el respeto de las personas a sí mismas y a los demás, construye confianza, facilita los acuerdos y la colaboración e impulsa de ese modo el desarrollo de sociedades fuertes, libres y justas…”. Claro, esto es lo que ocurre diariamente, y de manera sistemática, en las conferencias mañaneras.

Así, cada apartado parece dedicarse a convencernos que podemos ser diferentes, así como Bartlett y Bejarano lo lograron. Y parece que a otros, como Fernández Noroña —a juzgar por lo sucedido esta semana en el INE—, les falta leer con detenimiento esta guía y ser iluminados por uno de sus exégetas.

Ah, por cierto, ¿y el cumplimiento de la ley? Esperemos, con mucha paciencia, el siguiente volumen.

 

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