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Notas del esperpento

Carlos Carranza

Carlos Carranza

 

Cada mañana, el discurso presidencial se renueva en sus temas, pero se regodea en su estilo y en sus gestos bien definidos. Fiel a su manera de usar la tribuna pública y con la claridad de quien se sabe apoyado por una amplia aceptación social, cada uno de los dardos que se lanzan en sus conferencias mañaneras llegan a su objetivo a pesar de lo errático y maniqueo que implica cada palabra. Ya se ha señalado que aquello que se imaginaba como posibilidad de establecer una comunicación frontal y directa con la sociedad se ha convertido en el lugar estratégico desde donde se dirigen las batallas y se señalan los incendios que ha provocado el actual gobierno en función de legitimar y darle fuerza a sus objetivos. Sin embargo, esta práctica no es novedosa: el presidencialismo, al que hemos estado acostumbrados desde hace décadas, halló en el oportuno manejo de la información una herramienta para dirigir la atención de la sociedad.

Así, las noticias y la cobertura de algunas situaciones que oscilaban entre el interés, el morbo y el absurdo, acaparaban las miradas en un escenario armado exprofeso para un público que se ha caracterizado por ser poco crítico ante sus gobiernos. Mientras tanto, detrás de las bambalinas, se decidía la suerte del país y se cumplía con los objetivos del grupo político en turno.

Hoy, la diferencia con respecto a otros sexenios, es que dicha estrategia no se desarrolla detrás de los telones: en el actual teatro del poder, quien se ha constituido como el único vocero del gobierno lanza sus proclamas e invectivas concentrando en su monólogo la mayor atención posible. Mientras tanto, la trama del país ha sido sometida a una presión que amenaza con reventarse en un futuro no muy lejano: la inseguridad, el poder que ha desarrollado el crimen organizado, el ambiente de confrontación que ha determinado a nuestra sociedad en dos caras opuestas, la coyuntura económica que llena de nubarrones la perspectiva del futuro, la sombría crisis de salud derivada de la pandemia y otras enfermedades —por mencionar algunos aspectos que afectan a nuestro país— y las cuestionables decisiones presidenciales son los temas que necesitan un contrapeso cuyo impacto sea inmediato en la percepción social.

La fragilidad del actual gobierno está en esos puntos, por ello se necesita fragmentar la atención a través de pequeños incendios que orienten el discurso de quienes se muestran críticos ante el gobierno: uno de los fuegos fatuos que ha sido de los más recurrentes en esta estrategia por parte de López Obrador es la confrontación con los medios de información. Poco ha dado tan buenos resultados en los afanes presidenciales como lanzar sus invectivas hacia el periodismo que no es su incondicional. Usando ese término tan ambiguo, al llamado chayote se le ha combatido con más chayote —pero envuelto en ese frágil papel de una autoridad moral que en últimas fechas ha sido cada vez más cuestionada. De eso no se dice ni pío.

Así, retomando la frase que se convertirá en una de las premisas de su gobierno —y que se grabará en la memoria con la caligrafía propia de las esquelas impresas a lo largo de ocho meses—, para López Obrador todo es un anillo forjado a la medida de sus necesidades y que expone diariamente ante su gran público. Ante cualquier crítica o señalamiento, existe una respuesta a la medida de un discurso populista al que nos estamos acostumbrando. Y de esta forma, los engranajes del esperpento se activan.

En este contexto, lo que sucedió el viernes —20 de noviembre— en la conferencia mañanera es una joya que resume la manera en cómo se entiende el mundo desde la presidencia: ante lo más complejo de la pandemia, que ya ha alcanzado la terrible cifra de cien mil muertes en nuestro país, se lanzan al aire los dardos más elementales. Y si López-Gatell se convierte en la primera línea de confrontación con los medios, se allana el camino para una escena del teatro del esperpento: un subsecretario dando clases de periodismo, el Primer Mandatario señalando a El País como si fuera el vocero del gobierno español —por si fuera poco, criticando las medidas sanitarias de España para validar las propias— y, para cerrar la escena, el vocero oficial leyendo en voz alta una publicación de una red social sin el menor filtro de sentido común. Vaya ocurrencias de quien se jacta de respetar a otros países.

El absurdo y el esperpento en un solo trazo. Sin embargo, esto no es de extrañar: sólo se ha alcanzado el refinamiento de un guion que, durante el siguiente año, será la regla de la comunicación presidencial.

 

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