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Entre dudas y veras

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Dice un parlamento de La verdad sospechosa, obra escrita por Juan Ruiz de Alarcón a principios del siglo XVII, “que la boca mentirosa/ incurre en tan torpe mengua,/ que solamente en su lengua/ es la verdad sospechosa…”. Y de esas bocas tenemos una amplia gama y colección que se ha visto enriquecida durante estos meses. Pero, en un sentido contrario, lo que se ha empobrecido es nuestra capacidad para creer en las palabras de muchas personas. La verdad es una sombra mendicante ante la parafernalia del engaño. Y la sospecha es lo que priva en nuestra manera de entender el mundo de la política.

Hoy en día, encender la televisión, la radio o visitar las redes sociales se ha convertido en una prueba que, una vez más, somete nuestra paciencia a un examen del cual salimos mal librados. No hay momento en el que no aparezca una invasión de mensajes que publicitan las campañas de los partidos políticos con miras a las elecciones de este año. Sí, se comprende que en la definición de “precampañas” radica una sutil diferencia, ya que el contenido de esos mensajes se dirige, de manera exclusiva, a los miembros y simpatizantes de un partido u otro, lo cual, para cualquier mortal que sólo veía o escuchaba un programa, no deja de ser una broma de mal gusto. Uno tras otro, los comerciales de toda plataforma política van taladrando la paciencia y generando cierto humor involuntario que, sin duda, hace más llevadero el momento.

Resulta casi imposible que no nos asalten las dudas y, a la vez, se genere una sensación de que el calendario que ocupa nuestra atención poco tiene que ver con el proceso electoral. Nuestra preocupación está en otros temas que, quizá, son de mayor relevancia, pues se trata de una tensión entre la vida y la muerte que, día con día, pone al límite nuestra capacidad de ser empáticos y solidarios: apenas logramos entender lo que nos ha implicado como individuos, como familias y organizaciones, sobrevivir a esta pandemia. Son casi once meses de una crisis que, más allá de lo económico, ha puesto sobre la mesa discusiones que hablan acerca de nuestra capacidad para vivir como una sociedad que considere las necesidades de todas las personas que la conformamos. El egoísmo y el ser gandalla no es algo nuevo; sin embargo, es fácil que hoy quede evidenciado todo comportamiento si se tiene la mala fortuna de que alguien, con un teléfono celular medianamente equipado, comparta al mundo aquello que será recordado en tu historial público. Acciones y palabras que van trazando la imagen de quienes protagonizan esos momentos que, en el caso de figuras públicas, adquieren otra dimensión: el problema no es que una actriz o un cantante eleven sus voces al firmamento del absurdo para configurar teorías de la conspiración o de ocurrencias que alimenten el sentido paranoico de la gente; el verdadero conflicto se presenta cuando dichas afirmaciones, las interpretaciones perversas o llenas de resentimiento, las acciones absurdas, son protagonizadas por quienes forman parte de ese sector político que hoy tienen los micrófonos y reflectores a su disposición.

En eso radica el hartazgo. Si hacemos un breve recuento de los últimos meses, es fácil llegar a una conclusión: quienes nos han quedado a deber de manera significativa en todo este proceso derivado de la pandemia, son, precisamente, quienes conforman ese sector llamado, de manera genérica y simplista, “político”. Sean tirios o troyanos. De cualquier color y denominación. Si hemos dado un seguimiento a todo el desarrollo mediático de la pandemia, entenderemos que, desde el Presidente de la República, pasando por legisladores y legisladoras, gobernaturas, alcaldías o municipios, ha existido una irresponsabilidad que hoy nos cobra una factura muy cara. Y la egolatría de quien ocupa un cargo público —o forma parte de un partido político— se ha convertido en el parapeto de su estulticia. Los vemos pavonearse como poseedores de una verdad que, para nosotros, simplemente, es sospechosa. Es tan lamentable sospechar, inclusive, de la enfermedad del Presidente. Y, sin embargo, dicha reacción tiene su origen en el “anillo” hecho a la medida de su dedito flamígero.

No hay minuto en el que dejemos de escuchar la “originalidad” e innovación de quienes han diseñado las campañas políticas. Sólo se repiten esquemas en los que hay un cambio de personajes y de nombres. Sin embargo, el recurso es el mismo: descalifica, injuria y denuesta al adversario. Que se enciendan las fogatas para ver quién arde de mejor manera en esas llamas. Tendremos que soportar este martirio en los próximos meses con las gafas de la sospecha y el humor bien enfocados.

 

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