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¿En dónde estamos?

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Las preguntas comienzan a lacerar la tranquilidad cuando las ponemos en la mesa. Las interrogantes que vamos formulando día con día generan angustia, enojo, tristeza y mucho humor involuntario. Tal pareciera que las campañas políticas, por un lado, y el comportamiento de los servidores públicos, por el otro, obedecen a un principio del que no se puede escapar. Si estos dos factores constituyeran en sí mismos los dos únicos indicadores que nos hablaran acerca de quiénes somos nosotros como sociedad, las conclusiones serían tan lamentables como desternillantes.

Durante las últimas semanas nos hemos visto atrapados en medio de un universo de noticias que nos habla acerca de quiénes son las personas que ocupan un cargo público y, por supuesto, aquellos y aquellas que aspiran a ganar algún puesto de elección popular el próximo 6 de junio.

Y, si hacemos una pequeña recapitulación, hoy no obtenemos buenas calificaciones ante los ojos del futuro, ni tampoco existe la manera de que logremos responder a la pregunta más sencilla que se coloca en la mesa, ¿por qué somos capaces de permitir tanto desprecio por parte de quienes nos gobiernan? Y, para ser exacto, la interrogante exige otra formulación que nos implique como sociedad: como resultado del replanteamiento gramatical y de redacción, es obligado señalar que no podemos quedarnos afuera de esta perversa ecuación que exige una respuesta de nosotros mismos. Como sociedad somos el origen y el resultado de este círculo vicioso que nos atrapa.

Hoy existe una pequeña rendija a través de la cual se puede observar la maquinaria de las exigencias que necesitamos poner en funcionamiento de manera urgente. Luego de décadas en las que no se tenía mucha idea acerca de quiénes eran las personas que integraban el gobierno de este país, en cualquier nivel del servicio público (alcaldías, legislaturas, gubernaturas, secretarías de Estado y presidencia, por ejemplo), en nuestros días parece que, más allá de las obligaciones en las que deben declarar su condición legal, los bienes que poseen y su procedencia, existen otras alternativas en las que difícilmente podrían mentir en contraste con el hecho de llenar un formulario que pierde relevancia en lo cotidiano. Si bien los medios de comunicación siempre fueron una alternativa para mostrarnos la personalidad y, en cierta medida, las acciones de esas personas, hoy el escrutinio pasa por otros ojos: lo que ocurre en internet y el mundo digital. Los alcances tecnológicos a los que puede acceder una persona pueden cambiar, de manera drástica, la percepción de quien se tiene enfrente.

Nos encontramos en un momento en el que no hay día sin una noticia que, en síntesis, debería provocar reacciones más serias y contundentes por parte de esta sociedad. En época de cacería electorera, se van mostrando los ires y venires de candidatas y candidatos que, ya colocados en la mira, transforman su rostro al de víctimas inmaculadas que son atacadas por sus contrincantes (o los conservadores neoliberales, está de moda el término). O de plano el cinismo va dominando sus personalidades: van soltando mentiras o frases provocativas con la disciplina de quien practica un deporte. Pero los legisladores no se quedan atrás en esta competencia que nos resulta ignominiosa. En ese sentido, basta con leer cinco minutos los periódicos para que se nos revuelva el estómago. Algo estamos dejando de hacer como sociedad si lo más trascendente de las campañas es observar cómo se van librando de las acusaciones de presuntos delitos, los horrendos bailes o su carisma como influencers. ¿Esta realidad será parte del concepto de felicidad que propone el diputado Ignacio Mier en su apología de una decisión fuera de lo constitucional? Sí, algo huele mal en Dinamarca, Hamlet. Y en San Lázaro. Y en las campañas. Pero nosotros, ¿en dónde andamos?

 

 
EL PARÉNTESIS DE LOS DÍAS

En ocasiones la historia personal resulta ser un poderoso hilo que entreteje los cabos sueltos que deja esa otra versión escrita por la memoria de una sociedad. Las profundas emociones y los cuestionamientos acerca de la realidad son las constantes en la narración de quien convivió con el dictador, un personaje que se nos impone desde su dimensión humana —que bien conoció Ligia Urroz— y que construye desde la mirada del dolor que implica la muerte y el exilio. Somoza. La novela del hombre que robó los sueños de una Nación (Planeta, 2021) es mi sugerencia para que, esta semana, leas una historia que cuenta de manera magistral las contradicciones de la humanidad. Disfruta de esta lectura.

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