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¿Por qué ese desprecio de la ley?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

En no pocos países causa admiración lo que han logrado algunos europeos y dos o tres en este lado del Atlántico; su elevada calidad de vida y los beneficios que la población recibe de parte del gobierno en materia de educación y salud, son la envidia de no pocos por estos rumbos.

En lo que se refiere a los avances obtenidos por no pocos países en lo económico —después de haber sido casi destruidos en la II Guerra Mundial—, poco es lo que podría agregar porque, para nadie es hoy un secreto lo por ellos logrado. Los resultados están a la vista, para todo aquel que en verdad quiera verlos.

Sin embargo, por encima de la admiración y/o envidia que por aquellos logros sentimos, al menos entre nosotros jamás nos hemos preguntado con la debida seriedad, cómo lograron tanto en tan pocos años; disfrutamos sus avances cuando los visitamos, pero no somos capaces de averiguar las causas de tantos éxitos. Regresamos a México hablando de las maravillas de las que disfrutamos y, en vez de intentar indagar en los cómos, afirmamos con cierto orgullo que en las próximas vacaciones, volveremos a disfrutarlas.

Jamás vamos más allá; quizás algunos preguntan ingenuamente por qué allá sí pueden hacer esto o lo otro mientras que aquí, en el mejor de los casos, apenas llegamos a los comentarios frívolos para concluir, de manera conformista, que lo que de aquellos celebramos es imposible lograrlo aquí.

Los países que nos causan admiración, son disímbolos entre sí; unos tienen recursos naturales para dar y tirar y una numerosa población, mientras que otros carecen de recursos naturales y su población es reducida, sin embargo, unos y otros han mejorado enormidades.

Si quisiéremos definir el factor decisivo que explicaría lo que nos causa tanta admiración, ¿cuál sería según usted? Puesta esta pregunta de otra manera, ¿a qué atribuiría usted lo logrado? ¿Acaso los que en esos países viven, son de una inteligencia superior, o fueron bendecidos por alguna deidad?

Finalmente, las preguntas que deberían importar y planteárnoslas como la prioridad número uno, ¿podrían ser éstas?: ¿es posible mejorar nuestra calidad de vida, tal y como decenas de países lo han hecho?, y una vez obtenida la afirmativa por respuesta vendría la pregunta definitiva, ¿cómo lograrlo?

¿Qué me diría usted si le dijere, que buena parte de la respuesta a tanta pregunta relacionada con los éxitos logrados por decenas en países que desde hace muchos años causan admiración y cierta envidia reside, esencialmente, en la ley y su respeto, y en la firme voluntad de la autoridad para respetarla y hacerla respetar por todos, sin distingo alguno?

¿Le parecería a usted poca cosa lo arriba afirmado? ¿En verdad tanto menosprecia la cultura de la legalidad, y su papel en el crecimiento económico y el desarrollo? ¿Podría usted, como ejercicio intelectual, imaginar un México con el respeto de la ley que tienen hoy, por ejemplo, los chilenos? Por otra parte, de haber visitado Canadá o algunos países europeos como el Reino Unido, Dinamarca, Noruega o Suecia, ¿se atrevería a decir que el respeto de la ley no juega un papel central en lo logrado por ellos? Ahora le pregunto, ¿por qué le tenemos ese desprecio a la cultura de la legalidad? ¿A qué se debe nuestro rechazo a que la autoridad respete y haga respetar la ley por todos, sin distingo alguno? ¿Por qué no justipreciamos contar con un verdadero Estado de derecho? ¿Qué explica esa conducta profundamente arraigada la cual, más parece ubicarnos en un periodo salvaje de la humanidad que en el siglo XXI? Hoy, el peligro que resulta como consecuencia de nuestra adoración de la ilegalidad se ve magnificado cuando, imposible negarlo, el desprecio exhibido al respeto de la ley se practica desde los más altos niveles del aparato gubernamental. En esas condiciones, frente a una gobernación que ha hecho de la ley una bola de plastilina —moldeable a contentillo del poderoso—, ¿qué hacer, qué decir? ¿Acaso lo procedente, como no pocos sentencian y defienden ya, sería callar ante lo que vemos y padecemos?

De aceptar y someterse a lo que proponen, ¿cómo podríamos, mañana, ver de frente a los nuestros sin sentir vergüenza por nuestra cobardía exhibida hoy? ¿Qué responderíamos cuando nos preguntaren, qué hicimos por evitar la debacle que ya se ve venir? ¿El silencio y agachar la cabeza sería una respuesta digna?

¡Por favor, responda!

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