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¿Nada de realidad, sólo Aldeas Potemkin?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

La mentira pues, y el mentir una y otra vez sistemática y permanentemente, es lo que las más de las veces se piensa y dice de los políticos. Cuando esta mentira no pasa de la expresión oral, diría alguien, no pasa a mayores; sin embargo, el problema se ve agravado cuando la mentira va más allá y se convierte en algo tangible más allá de las palabras.

Si bien mentir en la política es algo que viene de muy lejos en el tiempo, tomo un caso que ilustra lo que he escrito en los párrafos anteriores y además, soportará lo que escribiré en los párrafos siguientes. Me refiero a lo que en la historia se conoce como las aldeas Potemkin. (De interesarle el tema, le recomiendo el excelente libro de Robert K. Massie titulado: Catherine The Great; particularmente la Parte VII, Capítulo 67: Crimean Journey and Potemkin Villages).

Esas aldeas eran, para decirlo claro, como un set cinematográfico en los Estudios Churubusco construido para la filmación de una película de vaqueros. Después de esa brillante idea de Gregory Potemkin, no pocos gobernantes en los siguientes siglos utilizaron ese mismo recurso (la escenografía como sucedáneo de la realidad) para aumentar su popularidad o evitar su caída.

Al margen de la orientación ideológica del gobernante y la orientación política del gobierno que encabezaban, sin recato alguno recurrieron a las hoy conocidas aldeas y las llevaron a niveles los cuales, si no fuere porque los medios dan cuenta de algunas de esas aldeas, fácilmente diríamos que es una mentira lo afirmado por algunos de ellos en reportajes que nada bien han caído en al ámbito cercano al gobernante en turno.

Nuestro país es uno de los que en América Latina ha hecho un uso permanente de las aldeas Potemkin; ha sido tan frecuente que allá por los años sesenta —en un programa de televisión: Chucherías con Chucho Salinas y Héctor Lechuga—, había una sección llamada Lo que sucede después de la foto.

Era de risa loca ver cómo, una vez que partía el funcionario o gobernante después de la solemne inauguración de esta o aquella obra, toda la escenografía caía hecha pedazos. ¿Qué importaba el ridículo, si el gobernante ya había inaugurado lo que los ciudadanos estuvieron solicitando por años? Estos hechos bochornosos que uno habría considerado inaceptables en el México de la economía abierta e incorporado a la globalidad, han estado más presentes de lo que uno habría imaginado y hoy, todavía y sin el menor recato, están ahí para sorpresa de no pocos.

¿No me cree, pues piensa que lo que afirmo es falso o una mentira más que evidente? ¿Acaso no se ha enterado de obras diversas de infraestructura las cuales, a pesar de su inauguración formal y solemne por parte del gobernante en turno, tardan meses —cuando no años— en empezar a funcionar con normalidad? ¿Tampoco se ha enterado de los hospitales que una vez que termina la ceremonia de inauguración, tanto las camas como equipos de índole diversa son llevados al hospital de donde fueron transportados para terminar la Aldea Potemkin?

Hoy, para no ir más lejos tenemos varios ejemplos de intentos fallidos de esas aldeas. Uno, el más sonado —el combate al robo de combustibles— ha sido exhibido con datos en varios artículos de The Wall Street Journal y The New York Times. Otro, un twit del secretario de Hacienda que informa de los éxitos de su visita y reuniones en Nueva York con inversionistas cuando, desde horas antes, aquellos mismos medios daban cuenta de la felpa que le asestaron a la delegación mexicana por la incapacidad exhibida. Un tercero, la exhibida que hicieron algunos de los 20 ninis del intento de manipulación del cual fueron objeto.

¿Qué esperar de la gobernación del actual gobierno? ¿Acaso una masiva y ofensiva puesta al día del recurso creado hace más de 230 años por Gregory Potemkin? ¿De eso se tratará la IV Transformación? ¿Cuáles aldeas veremos en las próximas semanas y meses, y cuánto tiempo transcurrirá para que sea exhibida su perversa intención? ¿Minutos, días, semanas o meses, o jamás?

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