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Nacional

Sin herramientas, no puedes dar lo mejor de ti: médicos

Excélsior reunió las historias de 7 de los mejores médicos del país (uno de Barcelona); viven, desde sus trincheras, un sistema de salud de contrastes

TEXTOS: Claudia Solera | 14-06-2020
Médicos de excelencia, sin herramientas salvan vidas a pesar de la adversidad.

CIUDAD DE MÉXICO.

Es la historia de siete de los mejores médicos del país, estudiaron en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, INCMNSZ; uno de los centros de investigación de medicina más reconocidos de Latinoamérica, llamado “cuna de la medicina en México”.

En esta institución ingresan, prácticamente, sólo los 30 primeros lugares del Examen Nacional de Aspirantes a Residencias Médicas, ENARM, al que se presentan alrededor de 30 mil alumnos por año. Han ganado premios de excelencia por su labor médica y académica. Se han especializado en el extranjero. Son médicos con maestrías, subespecialidades y posdoctorados. Ellos han sido testigos de los contrastes del sistema de salud pública del país.

Hoy, en esta batalla en contra del covid-19, cada uno se encuentra en diferente trinchera. Desde un hospital en la zona de la Costa de Oaxaca (en donde dos de los únicos seis ventiladores no sirven) hasta en uno de los mejores institutos de salud del continente en la Ciudad de México o en un reconocido hospital público en Barcelona, España.

Sus nombres son Eduardo Corona Rodarte, Érika Plata, Uri Torruco, Pedro Martínez, Paola Guraieb Chahín, María del Mar Saniger Alba y Almudena Laris.

Han dedicado alrededor de 15 años para formarse como médicos, obteniendo los mejores promedios, menciones honoríficas; buscando becas de excelencia para continuar su especialización; la madre de uno de ellos hasta hipotecó su casa para poder respaldar sus estudios y todos debieron sacrificar gran parte de su vida personal.

“Somos personas a las que nos costó mucho llegar hasta aquí y, aunque la mayoría de los pacientes son muy agradecidos, recibir una agresión, no se vale”, lamenta Érika Plata.

Durante dos meses, los médicos aceptaron mantener conversaciones constantes para, a través de sus historias y experiencias personales, ir abriendo la puerta y mostrando lo que hay detrás del sistema de salud público en México, pero que pocas veces se aborda.

Desde que comenzó la pandemia, Eduardo Corona despierta sobresaltado, cuando tiene esa recurrente pesadilla en la que llegan más de cuatro pacientes para ser intubados, pues sólo hay cuatro ventiladores disponibles en el hospital de Oaxaca en el que trabaja, a pesar de ser el más grande de toda la región de la costa, zona con medio millón de habitantes.

En Barcelona, a Érika Plata, le tocaron días en los que tuvo que  elegir a cuál de los pacientes se atendía primero; “a quien podía esperar un poco más para ser intubado le decía que iba a atenderlo en cuanto mis manos se desocuparan”.

Uri Torruco, a pesar de contribuir a disminuir la mortalidad en pacientes de VIH en Veracruz, trabaja en un esquema temporal, que debe renovar cada seis meses, sin posibilidad de antigüedad ni prestaciones.  En el hospital de Alta Especialidad de Jalapa, donde atiende a sus pacientes, sólo está asignado a la clínica de VIH. “Claro que quisiera estar en el área de covid-19, porque soy infectólogo y me preparé durante años en las mejores instituciones para enfrentar una situación así”, pero todavía no ha sido requerido.

Pedro Martínez es uno de los encargados de la Unidad Covid del Hospital Civil de Guadalajara, pero cuando estudiaba en pregrado jamás se visualizó como estudiante de un Instituto Nacional de Salud, porque todavía no confiaba en sus capacidades, hasta que conoció a un mentor en la universidad que lo alentó a estudiar medicina interna en la mejor institución. “Si le tiras a ingresar a Nutrición, es porque te sientes el mejor”.

Como profesora de los cursos del ENARM en la UNAM y en entidades como Yucatán y Chiapas, Paola Guraieb Chahín, asegura que la mayoría de los estudiantes de las facultades de medicina de México, llegan con demasiadas deficiencias académicas, que sólo se lograrían subsanar si ingresaran a una especialidad médica. “Aunque muchos de mis estudiantes están enamorados de la profesión, se les niega la posibilidad de continuar con sus estudios, porque el examen nacional de residencias está diseñado para que nadie lo pase. Los estamos condenando a que, como médicos generales, cobren por paciente 40 pesos en los consultorios anexos de las  farmacias. La mayoría de los jóvenes de mi clase no habla inglés, cuando toda la actualización es en este idioma”. Y además de ir a la escuela de medicina, son taxistas, padres, tienen que mantener a sus familias.

María del Mar Saniger Alba se ha refugiado en la investigación clínica en el Instituto Nacional de Nutrición y en una asociación médica financiada por Estados Unidos. Luego de conocer el sistema de salud público durante el internado y el servicio social de la especialidad, entendió lo que significa trabajar en este tipo de instituciones. “Si entras a uno de estos lugares, te desgastas muy rápido. Veía a gente que no tenía porqué haber caído en paro, malas prácticas médicas, falta de protocolos. Era muy difícil presenciar eso, porque me daba miedo poder acostumbrarme”.

Más que las limitaciones materiales, lo que más ha pesado para Almudena Laris, cuando atiende pacientes pediátricos en hospitales de Oaxaca o Chiapas es que las decisiones y diagnósticos debe enfrentarlas sola. “En un hospital grande, como en  cualquiera de los 13 Institutos Nacionales de Salud, sabes que, como pediatra, si tienes alguna duda sobre la conclusión clínica puedes consultar al nefrólogo, cardiólogo, internista, pero en los hospitales de los estados a veces eres el único especialista”.

Los médicos admiten que haber sido alumnos o pasantes del INCMNSZ es un privilegio y que el tipo de educación que recibieron ahí es una excepción en México. Este instituto fue el primero en Latinoamérica en obtener la certificación de calidad AAHRP en 2013, que lo colocó al mismo nivel de calidad de investigación clínica que las universidades más prestigiosas como Harvard y Yale.

El Instituto Nacional de Nutrición es referente en México. Nació en el 46, ante la necesidad de estudiar y atender la desnutrición secundaria en el adulto y con el estudio simultáneo de otras enfermedades primarias, en tiempos en el que una crisis alimentaria afectaba a un número importante de personas en el país.

Hoy en este lugar se ha logrado curar a siete pacientes covid-19 con remdesivir.

“Es muy triste saber que, por más que vengas de una de las mejores instituciones del continente, por más estudios que tengas, sin los suficientes recursos humanos ni herramientas, no vas a poder dar lo mejor de ti a tus pacientes ni aplicar todos tus conocimientos. Yo ahora me encuentro totalmente limitado”, lamenta Eduardo.

El dato

Referente en medicina

  • En México, el Instituto Nacional de Nutrición es referente. Nació en 1946 ante la necesidad de estudiar y atender la desnutrición secundaria en el adulto y con el estudio de otras enfermedades.

URI TORRUCO, MÉDICO INFECTÓLOGO

HIPOTECA DE SU CASA LE DIO ESTUDIO

El recorrido de los médicos para poder llegar a uno de los mejores institutos de medicina de América Latina, como lo es el Instituto Nacional de Nutrición, comienza, por lo menos desde el bachillerato con una formación de excelencia en ciencias.

La mamá de Uri Torruco estaba consciente de que si su hijo adolescente pretendía alcanzar su sueño de ser médico y obtener un lugar en la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en la ciudad de Morelia, debía inscribirlo en una de las mejores preparatorias de la localidad. El problema estaba en que la colegiatura era el dinero íntegro que ella percibía de sueldo como secretaria, en todo un mes.

Sin pensarlo y sin decirle a su hijo, hipotecó su casa. Uri se enteró de esto hasta muchos años después.

Cuando su mamá le preguntó si quería ser médico y entrar a la Universidad Michoacana y  él  respondió que sí,  ella invirtió las escrituras de la casa en su hijo.

“Para mí, estudiar en una preparatoria de muy alto nivel académico fue la clave para obtener un lugar en una Facultad de Medicina pública. No era el bachiller de moda, ni el de los más ricos, sino la de los alumnos más competitivos del estado”, explica.

Después de la preparatoria, el motor de Uri para continuar con los mejores promedios de su Facultad era que en quinto año de medicina durante el internado o en el servicio social, pudiera elegir su plaza y el lugar en donde poder practicar medicina.

“Yo estaba entre los mejores 25 promedios de la carrera y eso es una moneda de cambio para poder elegir en dónde realizar tu servicio social. Han existido casos en los que estudiantes pasantes de medicina son enviados a sitios muy peligrosos, sin protección y son asesinados”, asegura.

Pero estar entre los mejores promedios también le dio la posibilidad de poder aplicar para estudiar la especialidad en medicina interna en un Instituto Nacional de Salud. En el examen nacional de residencias≠ Uri obtuvo el lugar 16, en el que compitió con más de 30 mil aspirantes.

“Entrar a Nutrición fue casi el cielo. En los Institutos Nacionales de Salud es donde menos acoso reciben los residentes”, dice.

En hospitales pequeños, por ejemplo, hay prácticas en contra de los residentes de nuevo ingreso, en los que se les impide usar el elevador durante todo el primer año.

En la generación de Uri, en 2005, sólo ingresaron 20 residentes a Nutrición.

Luego, ya con la subespecialidad en infectología, Uri fue designado por un programa de Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el Sida, Censida, para capacitar a otros médicos. Ahí descubrió que por más que tuviera una formación académica de excelencia no estaba preparado para ser docente, así que se inscribió a la Maestría en Educación Médica en la UNAM, en la que llegó a ser jefe de investigación.

“La enseñanza de los médicos en México se transmite de manera empírica”, argumenta.

No hay escuela para formar a los médicos como docentes y todavía en nuestro país existe un sistema educativo de los años 70.

Las facultades de Medicina más reconocidas sólo cuentan con cursos de docencia de 20 horas.

“¿Tú dejarías que un maestro de primaria diera clase sin que haya pasado por una normal?, pues en México sí se permite que los médicos enseñen sin que estén capacitados para hacerlo”, concluye.

Eduardo Corona Rodarte, médico residente

Juan Manuel Galán Morga, médico internista

LE ATERRA FALTA DE VENTILADORES

Desde que llegó a hacer su servicio social de cuatro meses a Oaxaca, el médico Eduardo Corona Rodarte prometió evitar cualquier comparación entre los servicios de salud del INCMNSZ y el Hospital General San Pedro Pochutla, de la Secretaría de Salud, porque ni siquiera los tiene. En esta institución oaxaqueña no hay área intermedia de atención ni de terapia intensiva.

“Viajas a otro mundo. México es un país de contrastes”, argumenta.

La situación que ahora vive Eduardo en Oaxaca es abismal a la que protagonizan sus compañeros residentes en “Nutri”, como también se refieren los médicos a la institución, frente al covid-19.

Mientras Eduardo enfrenta esta pandemia solamente con otro médico internista, el doctor Juan Manuel Galán Morga; en el INCMNSZ, 150 pacientes están atendidos de manera integral,  por 325 médicos internistas y subespecialistas: medicina crítica, nefrólogo, neumólogo, cardiólogo, nefrólogo, infectólogo y hasta con psiquiatras, para apoyar a los pacientes  durante este extremo aislamiento que enfrentan, en el que ni siquiera logran ver la cara de los médicos que los atienden, pues están protegidas con gorros, goggles y mascarillas N95.

De los seis ventiladores que están disponibles en el Hospital General de Pochutla, uno no enciende y el otro tiene un falso contacto en el interruptor.

“Tampoco hay estudios de imagen avanzados, ni medicamentos de última generación, como antibióticos de amplio espectro”, explica Eduardo.

Esos premios que obtuvo por méritos académicos como el “Ceneval al Desempeño de Excelencia”; la medalla “Hermano Miguel” en la Universidad de la Salle, donde estudió el pregrado o el “Premio a la Excelencia para Estudiantes de Medicina”, que recibió de manos del entonces secretario de salud, José Narro, son insuficientes para dar lo mejor de sí cuando los hospitales son inoperantes.

El hospital más cercano a la localidad de Pochutla con terapia intensiva está a seis horas, en Oaxaca, capital.

“Con estos recursos no puedes seguir las recomendaciones sanitarias internacionales, como de la Organización Mundial de la Salud, OMS. Esto sin duda, tiene que ver con la alta tasa de letalidad, que vemos a nivel país (5.9% a nivel global vs 11.2% en México)”, dice.

Ante este panorama desolador, el doctor Juan Manuel y él pidieron un espacio al aire en la radio local, para enviar un mensaje y suplicarle a la población que se quede en casa.

“Estoy aterrado. Me despierto todos los días a las 4:30 de la mañana y no puedo dormir. Me da ansiedad, porque me pregunto qué va a pasar si llegan más de cuatro pacientes críticos. Me cuestiono cómo voy a manejar apropiadamente un ventilador, porque este procedimiento requiere de varias maniobras específicas. Lo he hecho y sé colocarlo, pero los expertos en su manejo son los medicina crítica y yo soy internista. Eso es algo que la gente debe entender bien. Aún aquel que es intubado por un subespecialista, tiene una gran posibilidad de morir”, concluye.

En el país, existen menos de mil médicos críticos con certificación vigente, de acuerdo con la Academia Nacional de Medicina de México.

ÉRIKA PLATA, médica crítica

PEDÍA A LOS PACIENTES ESPERAR

Por fin va quedando atrás esa semana negra, en la que España alcanzó un promedio de 800 muertes diarias. Esos días, del 28 de marzo 4 de abril, estarán  marcados en la historia de ese país, como uno de los capítulos más dolorosos, sólo comparado con las guerras mundiales.

Érika jamás pensó que el sistema de salud en España, uno de los más reconocidos a nivel mundial, colapsara y que los médicos debieran atender a pacientes en tiendas de campaña de guerra o en hoteles o que algunos de sus colegas terminaran usando bolsas de basura como batas improvisadas.

Luego de doblar turnos hasta de 24 horas; en las que llegó a tener que pedir a pacientes que la esperaran unos instantes, mientras atendía a otros más graves; en lugar de llegar directo a dormir a casa, prendía la computadora para comunicarse con médicos internistas en México y compartir con ellos su experiencia en terapia intensiva sobre procedimientos como intubación o ventilación y sus hallazgos en los tratamientos.

También dedicaba tiempo para alertar a la prensa mexicana sobre la pesadilla que se podría vivir en nuestro país de no endurecer sus medidas de aislamiento social y de multiplicar la detección de casos: “Yo te digo que México no está preparado para esto”, aseguró en una nota publicada en Excélsior, el pasado 22 de marzo.

Ella, que teniendo una subespecialidad en Medicina Crítica y siendo investigadora en el Vall d’Hebron Barcelona Hospital Campus, admitió que ni los médicos más preparados en cuidados intensivos estaban listos para enfrentar la peor pandemia del siglo (que a mediados de junio contabiliza más de 7.8 millones de contagios y más de 432 mil muertes en el mundo), le atemorizaba pensar en cómo los hospitales de salud pública en México, iban a resolver una situación que colapsó a las instituciones de primer mundo, si en nuestro país hay hospitales públicos completamente sostenidos por estudiantes residentes, sin el suficiente apoyo económico ni con la formación académica ni práctica necesaria.

“Que los residentes sostengamos los servicios de salud pública en México y demos la cara a los familiares de los pacientes, no es normal”, advierte.

Érika protagonizó el contraste que hay en el sistema de salud público en México, pues así como fue parte de los médicos de guardia, que estuvieron presentes en el primer trasplante de brazos completos en el mundo en el Instituto Nacional de Nutrición, en 2016, también le tocaron clínicas totalmente abandonadas.

Al realizar su servicio social de pregrado, cuando se graduó con mención honorífica en la Universidad Panamericana, UP, debía atender sola una clínica pública en Acambay, en el Estado de México.

“Yo, como estudiante, debía llevar toda la operación administrativa y ver a diario ríos de pacientes y confirmarte con una miseria de 500 pesos mensuales, porque yo pagaba de mi propio bolsillo para poder atender a mis pacientes, pero lo hice, porque también he creído que ser médico es llevar un poquito de justicia social a las poblaciones”, recuerda.

Una vez en la madrugada en esa clínica de Acambay, unos narcotraficantes armados la sacaron del consultorio para exigirle que suturara la herida de bala en el abdomen de uno de ellos. Y la amenaza fue que tenía que hacerlo y sin voltear a ver ninguno. “Me espanté muchísimo”, afirma.

Lo más frustrante para Érika en esta pandemia por covid-19 es haberse adelantado varios meses a lo que iba a enfrentar México y no poder transmitir a la población en general, lo que ellos observaban desde las unidades de terapia intensiva.

“Si vieran lo que nosotros como médicos, tal vez los ciudadanos serían más conscientes. Yo creo que, hasta hoy, la sociedad comienza a darse cuenta de lo importante que es la labor médica y contar con un sistema de salud público fuerte. No hay nada capaz de detener el mundo, más que una amenaza de salud”.

Pedro Martínez, médico infectólogo

HUMANISMO ES TU JUEZ PRINCIPAL

Pedro Martínez hoy es uno de los infectólogos encargados del área covid en el Hospital Civil de Guadalajara, Jalisco. Hace 20 años, cuando aún era estudiante de pregrado en la Facultad de Medicina de Universidad de Guadalajara, UDG, ni siquiera se imaginaba que iba a llegar al lugar que se ha ganado.

Para sus padres, de origen humilde, el simple hecho de que estudiara el pregrado de medicina y se graduara de médico general en la mejor universidad pública del estado, era suficiente motivo de orgullo.

“Yo fui alguien muy inseguro en la adolescencia. Hasta tartamudo era. Si me hubieras conocido en el primer año de universidad, ni lo hubieras creído”, comenta.

De los institutos nacionales de salud, ni siquiera sabía que existían.

A la mitad del pregrado, su mentor Jaime Federico Andrade Villanueva, uno de los mejores investigadores de VIH a nivel nacional y mundial,  lo descubrió.

“Fue la primera persona que me dijo que era muy buen estudiante y que yo podría ingresar al Instituto Nacional de Nutrición”, recuerda.

A partir de ese momento, en su recorrido para llegar a un instituto, se propuso estudiar la biblia de la medicina interna.

“Eran dos tomos, cada uno de tres mil páginas. Se llaman ‘Tratado de Medicina Interna’ de Harrison y Cecil”.

La rutina diaria de Pedro era leer de 8 de la mañana a 8 de la noche. No hubo un solo día que le dedicara por lo menos seis horas a su lectura. Estudió los tomos de pasta a pasta.

“Por fin fui descubriendo para qué era bueno. Ahí identifiqué la excelente memoria que tenía, podía aprenderme capítulos enteros sobre medicina interna”, dice.

En el Examen Nacional de Aspirantes a Residencias Médicas, ENARM, logró quedar en los primeros 10 lugares, de entre 30 mil alumnos que lo presentaron el mismo año que él, en 2007.

“Fue tan duro el recorrido que no creo que podría volver a hacerlo”, concluye.

Cuando Pedro asistió su primer día en Instituto Nacional de Nutrición se dio cuenta de que la mayoría de sus compañeros tenían muchos más elementos que él.

Las únicas credenciales de Pedro eran sus excelentes calificaciones y haber estudiado la biblia de la medicina interna.

“Yo venía de un barrio humilde de Tlaquepaque y de una universidad pública estatal, pero la gran mayoría de mis compañeros eran egresados de las mejores facultades de medicina privadas del país, como de la Universidad Panamericana, de la Salle, del Tecnológico de Monterrey, de la Anáhuac o de los grupos de estudios selectos de ciencia de la UNAM. Son personas que llegaban con muchos más elementos que yo. Venían de rotar de hospitales de Estados Unidos, como del Johns Hopkins o del Hospital General de Massachusetts”

Mientras Pedro había aprendido de manera autodidacta el inglés; sus compañeros de clases, no sólo hablaban perfecto inglés, sino francés, entre otros.

“Yo tenía los conocimientos; pero ellos tenían los apellidos, pues sus padres también estaban entre los médicos más  reconocidos del país; tenían el dinero, la experiencia, los idiomas, la inteligencia, y hasta muchos dicen que los del Instituto de Nutrición son los más guapos”, bromea.

Un gran ejemplo del prototipo de estudiante del instituto es el subsecretario Hugo López-Gatell, quien estudió en los grupos selectos de la UNAM y su padre es uno de los urólogos más reconocidos de México.

Con el paso de las semanas y de los meses, a Pedro cada vez los fueron buscando más pacientes y sus compañeros consultándolo sobre la bibliografía, pues tenía la habilidad de aprenderse hasta los conceptos que parecían más irrelevantes, comentan algunos de sus compañeros de clase.

“Si atiendes a un paciente con humanismo, él va a ser tu principal juez. Puedes tener todo el conocimiento y el reconocimiento, pero es igual de importante ganarte su confianza y escucharlo. Eso es algo que también aprendimos en Nutrición”.

María del Mar Saniger Alba, MÉDICA NEURÓLOGA

FALTA DE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

Desde casa, María del Mar Saniger Alba convivió con reconocidos investigadores. Su abuelo es el primer doctor de Física en México y su mamá es egresada del Instituto de Geofísica de la UNAM.

Entre los escasos nichos dedicados a la investigación médica de alta calidad, María del Mar ha formado parte de algunos de éstos, desde pregrado, como en la UNAM y en el Instituto Nacional de Nutrición.

En México, la producción de investigación médica es una excepción, mientras en países como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania o España, durante la formación del personal de la salud se les entrena al mismo nivel para la atención clínica y para convertirlos en investigadores.   

Como una de las alumnas, que logró los máximos puntajes del examen de ingreso a la Facultad de Medicina, de la UNAM, María del Mar fue convocada para ser parte de los grupos selectos de estudio de ciencias de la máxima casa de estudios, conocidos como NUCE.

El Programa Núcleos de Calidad Educativa (NUCE) inició en el año de 1992 en la Facultad de Medicina en la UNAM. Entre sus objetivos estaban  “formar profesionales y científicos del más alto nivel que participen como líderes en el desarrollo científico, social y en el manejo de los recursos tecnológicos”, se lee en uno de los informes.

“Se eligió a quienes obtuvieron los promedios más altos en los exámenes de diagnóstico de conocimientos (física, química, biología, matemáticas, español e inglés), que hubieran tenido un promedio mínimo de 8 en el bachillerato y lo hubieran acabado en tres años”, concluye uno de los informes del programa NUCE.

María del Mar ingresó a la Facultad de Medicina en el 99, precisamente, durante el año que inició la huelga más larga de la UNAM, duró 9 meses.

Su generación fue la que menos tiempo estuvo en la Facultad de Medicina.

“El primer año lo hicimos extramuros. Nos prestaban aulas en el Instituto Nacional de Neurología, en el Instituto Nacional de Cardiología o en el Instituto Nacional de Salud Mental. Íbamos rotando de sedes. Irrumpíamos bastante en la cotidianidad de los institutos”, recuerda.

Entre clases, ella y sus compañeros tocaban guitarra, repasaban sus cursos. Nada los detenía para continuar siendo los alumnos de excelencia.

“Fueron días bastante extraños, medio hippies y muy felices”, asegura.

María del Mar se graduó con mención honorífica de la Facultad de Medicina y con promedio de 9.5.

Durante los recorridos al Instituto Nacional de Nutrición, todavía como alumna de pregrado de la UNAM, se enamoró del lugar.

A pesar de que su sueño siempre fue ingresar a neurología, decidió que primero iba a cursar la especialidad de medicina interna en Nutrición. El camino sería mucho más largo, pero realmente en ese sitio fue en donde adquirió los conocimientos hospitalarios, de elaboración de historias clínicas y de tratamiento de los pacientes.

“En Nutrición hay estándares de tratamiento, que son internacionales y los pacientes se manejan con base en la evidencia”, explica.

En el Instituto Nacional de Nutrición, los médicos, además de obedecer al juramento hipocrático, se rigen por una filosofía, conocida como “La Mística”, que está integrada por cuatro párrafos y que comienza así: “Entregar el pensamiento y la acción sin límites de tiempo y esfuerzo. Imprimir profundo sentido humano a la atención de los enfermos. Mantener permanente apego a la más estricta ética profesional”.

Hoy María del Mar ya es neuróloga y una de las investigadoras de Nutrición del área de investigación clínica.

“Sigo en una burbuja, respecto a la realidad del país”, concluye.

Paola Guraieb Chahín, MÉDICA NEURÓLOGA

LOS CONDENAN A TRABAJAR POR 40 PESOS

Frente a grupos de médicos generales en la Ciudad de México, Yucatán y Chiapas, que realizan cursos para poder aplicar al Examen Nacional de Aspirantes a Residencias Médicas, ENARM, Paola Guraieb Chahín ha identificado dos grandes problemas en sus alumnos: deficiencias en su formación y maltrato en algunos hospitales públicos, donde los estudiantes realizan sus internados y servicios sociales.

“La mayoría de las escuelas para ser médico general son muy malas. Tienen deficientes programas académicos y  en su plantilla tienen a médicos sin actualización y sin ejercer”, asegura.

Las deficiencias que Paola ha detectado en sus alumnos están en áreas troncales de la medicina, como lo son: medicina interna, trauma, ortopedia, gineco, pediatría y cirugía.

“Si el país quiere formar a médicos generales competitivos se debe actualizarlos de manera constante, por lo menos, en  las áreas troncales”, advierte.

Sin embargo, parece que la mayoría de los médicos generales aún están condenados, a quedarse bastante lejos de una formación en salud con estándares internacionales.

“No son sólo las grandes deficiencias en las universidades, sino que la mayoría de los alumnos, además de estudiar medicina, trabaja como taxista, por ejemplo, porque tienen familias que mantener. Se les promete que con una carrera universitaria van a encontrar un trabajo y eso es una mentira”, afirma.

El que los médicos generales deban invertir tiempo en trabajar en áreas ajenas a la medicina, les arrebata horas indispensables para su formación.

“Es una gran mentira pensar que ser médico es muy parecido a la serie de  Grey’s Anatomy. Las profesiones universitarias son para personas que les apasiona el estudio, la investigación, la intelectualidad. Y se les debe apoyar para que puedan dedicarse de tiempo completo a la medicina y poder alcanzar estándares de excelencia. Mis alumnos aman la profesión, pero los estamos condenando a trabajar por 40 pesos por consulta en los anexos de las farmacias”, dice.

Paola ha invertido años en investigar el maltrato hacia los los estudiantes de medicina. En los próximos meses publicará los resultados que encontró sobre cómo afecta la falta de sueño a los residentes médicos, mientras cumplen con sus turnos de guardia.

Este tema se convirtió en una obsesión para ella, luego de que una vez, llevaba más de 36 horas de guardia, sin dormir y cometió un error, a consecuencia de la falta de sueño.

“Antes, en urgencias no teníamos ni donde dormir ni donde ir al baño y los estadunidenses nos lo han demostrado hasta el cansancio, sobre cómo la privación del sueño puede provocar una errónea práctica médica”, argumenta.

Aunque desde 2003 se ha regulado en México, sobre las residencias médicas, son escasos los hospitales que las cumplen.

“De los hospitales públicos que tiene la mejor regulación es el de Nutrición y creo que ese mérito tendría que darse al doctor David Kershenobich Stalnikowitz, el director general del instituto”, afirma.

Almudena Laris, PEDIATRA INFECTÓLOGA

SOMOS ALIADOS DEL PACIENTE

Mientras Almudena Laris cursaba su maestría en infectología en la Universidad de Londres, London School of Hygiene & Tropical Medicine, lo más complicado era describir  el  sistema de salud de México a sus compañeros.

“Era difícil aclarar que hay múltiples sistemas de salud en el país”, asegura.

Ese primer momento que enfrentó al crisol de muchísimas realidades fue cuando era estudiante de medicina de quinto año, en la Universidad Panamericana,  y realizó su internado en cuatro diferentes sedes: en el IMSS, en un hospital pediátrico de la Red de la Secretaría de la Salud de la Ciudad de México, en el hospital privado ABC de Observatorio y en la Cruz Roja Mexicana de Polanco.

“Es algo que desde afuera es imposible darse cuenta, tienes que experimentarlo”, concluye.

Al ir avanzando en su carrera médica, también iban aumentando los contrastes. De realizar el servicio social del pregrado en el área de investigación en INCMNSZ y cursar pediatría, en el Hospital Infantil de México “Federico Gómez”, primer Instituto Nacional de Salud del país,  viajó a Oaxaca para realizar su servicio social de la especialidad en el Hospital General San Pedro Pochutla y luego trabajó unos meses en un hospital de una fundación en el municipio Altamirano, en Chiapas, principalmente con población indígena.

“Ahí te das cuenta que la pobreza mata. A mí me frustraba ver a niños con enfermedades que son prevenibles, que simplemente, no deberían de existir. Atendí a niños con desnutrición grave”, dice.

Desde que iba en la secundaria, Almudena decidió que sería médica, luego de la muerte de su hermana menor, quien falleció a causa de un linfoma.

“Sentí que no pude hacer nada”, cuenta.

Después de pediatría se subespecializó en infectología, porque a través de esa rama médica, podría acercarse a la ciencia y a una de áreas más sociales de la medicina, en la que se abordaba migración, discriminación, economía, etc.

“Me pareció la combinación perfecta entre la ciencia y el área social”, afirma.

Ahora con la pandemia por covid-19 se ha puesto precisamente en el centro a la infectología.

“Creo que una de las lecciones más importantes que ha dejado esta pandemia es que, por fin, en la mente de todos está en la necesidad de fortalecer el sistema de salud pública y que la salud de la gente no dependa de cuánto se pagar por ésta”, concluye.

Almudena es una de las médicas que se ha cuestionado el por qué en México, a diferencia de otros países europeos, se ha maltratado y atacado tanto al personal de salud. Entre las respuestas que ha encontrado para poder explicarlo está:

“Creo que la población siente que no ha recibido una atención de salud con la calidad que quiere y merece, pero también debe de entender, que muchas veces, eso, no es culpa del médico y que nosotros somos sus aliados y también queremos lo mismo”.

 

 

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